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Muere Gustav Leonhardt, referente indiscutible de la música del siglo XX

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

La noticia de la muerte de Gustav Leonhardt llega tarde, pues falleció el pasado lunes a los 83 años, pero no la oportunidad de escribir que la música, tal y como la conocemos hoy, no sería igual sin su sabia, rigurosa, lúcida y clarividente influencia. Meticuloso hasta el extremo en la búsqueda de la autenticidad interpretativa, Leonhardt, clavecinista, organista y director, deja tras de sí una escuela que le ha venerado como un referente indiscutible. Incluso hoy, cuando el relativismo heredado del fin de siglo ha vuelto todo más condescendiente en la sonoridad, en la expresión y en el mensaje. Nada de lo que este nuevo mundo podía ofrecer importó a Leonhardt, que hasta el último de sus conciertos, en el Théâtre des Bouffes du Nord, en París el 12 diciembre de 2011, permaneció fiel a un credo que defendió con absoluta autoridad artística.

«La corazonada, la experimentación y la imitación fueron los primeros esfuerzos. Nunca hablábamos de resultados. Tocábamos y no teníamos teorías. Y yo investigaba todo el tiempo». Por entonces trabajaba con el flautista Franz Brüggen y el violonchelista Anner Bylsma. El estilo se estaba haciendo, aunque las ideas ya eran firmes a partir de las directrices aprendidas en la Schola Cantorum Basiliensis, adonde llega con dieciocho años desde su ‘s-Graveland natal, cerca de Hilversum. Allí estudia órgano, clave y luego dirección de orquesta en Viena con Hans Swarowsky. En 1950 debuta en esta ciudad interpretando El arte de la fuga , obra que siempre consideró destinada al clave.

Leonhardt graba sus primeros discos y colabora con Alfred Deller, padre a su vez de los modernos contratenores y de quien reconoció haber aprendido algunos de los misterios del fraseo. Quizá por ahí pueda encontrarse respuesta a su personal estilo, siempre atento al detalle, a la precisión, a la trasparencia y a la continuidad a través de una muy sutil oscilación rítmica. Verle sobre el escenario era asistir a una ceremonia en la que lo sobrio y ascético eran un protocolo, escucharle trascender cualquier materialidad. Y en esa paradoja entre el principio científico y la realización artística se movió Leonhardt, quien con el tiempo, y así lo recordarán los que le escucharan últimamente, ahondó en una nitidez más pura, en un exquisito refinamiento del sonido y el estilo.

Quedan algunos hitos con su firma, como la integral de las cantatas de Bach que grabara en colaboración con Nikolaus Harnoncourt entre 1970 y 1985, con un orgánico por entonces revolucionario. Además de otro medio centenar de discos incluyendo música de autores poco frecuentados. Fue profesor en varias universidades de Europa y América, organista titular de la Waalse Kerk de Ámsterdam durante 23 años, intérprete de Bach en la película Crónica de Anna Magdalena Bach , de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet. Con Leonhardt se va una manera distinta de hacer, una lección constante de fidelidad y de rigor, un músico que quiso ser leal a ese mensaje encriptado y lleno de paradójicas ambigüedades que es la partitura.

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