FESTIVAL DE CANNES

Malick, Hazanavicius y Kaurismaki, un triple en la quiniela

Malick, Hazanavicius y Kaurismaki, un triple en la quiniela AFP

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

A la competición por la Palma de Oro sólo le faltaban por salir la película cerrada como la puerta de un penal y la película abierta como la de un «seven eleven». «Érase una vez en Anatolia» la ha dirigido el turco Nuri Bilge Ceylan, ... gran modelador de ambientes y sentimientos («Lejano» o «Climas» lo atestiguan), pero que en esta ocasión le arroja una ostra al espectador, una interesantísima historia que él se empeña en cubrir de polvo y niebla, que dura más de dos horas y media, y que la termina sin abrir siquiera la ostra. La primera hora sobra entera: el juez de instrucción, el forense y la policía acompañan en un viaje interminable a un hombre esposado al lugar donde se supone que ha enterrado un cadáver. La segunda, casi entera, y en la media larga final, que es una autopsia, uno se acuerda de la parentela de Bilge Ceylan. A pesar de la morosidad y de la colección de normas, rituales, informes y conversaciones hueras, hay momentos mágicos entre luces de velas y vientos, y se sugiere una historia detrás de la historia infinitamente más interesante que lo que nos obliga a ver el director, que es su ostra cerrada.

Y el portalón abierto lo trajo el rumano Radu Mihaileanu con una película titulada «La fuente de las mujeres», situada en un pueblo perdido del norte de África y que cuenta la huelga «de amor» que hacen las mujeres hasta que sus maridos les acerquen el agua de una lejana fuente hasta el pueblo. Con ingenuidad y con una idea buenista del mundo, esta historia de demandas justas y de énfasis en los derechos de la mujer pretende además una lectura sana y esclarecedora del Corán, aunque se acaba convirtiendo en una especie de «happy hour» y en un cóctel de optimismo en el que incluso la pareja siniestra de islamistas han de salir por patas. La vida es otra cosa, seguro, pero el mundo parece empeñado últimamente en concentrarse, protestar y pedir su «happy hour».

Y llega el momento de los premios, con Robert de Niro y su jurado tejiendo un Palmarés. El sentido común convierte en gran favorita para la Palma de Oro a la película de Terrence Malick, «El árbol de la vida», primero por su monumentalidad, su ansiedad poética y humanista, incluso por su exceso de cine, y segundo y tal vez igual de importante, porque Malick es la encarnación de un tipo de cine y de una generación de directores que De Niro lleva tatuada en su piel. Los grandes competidores de Malick serían el francés Michel Hazanavicius y el finlandés Aki Kaurismaki, pues sus películas, la muda y brillantísima «The artist», y la feliz e ingenua «The Havre», son todo un besazo en el carrillo del cine. En cuanto a las interpretaciones, a Tilda Swinton no es fácil que la descabalguen, con perdón, del premio por su trabajo en «Tenemos que hablar de Kevin», y el masculino se debate entre el rockero Sean Penn y el Papa Piccoli. Cualquier otro resultado podría considerarse como sorpresa, aunque es precisamente en eso en lo que se suelen empeñar los jurados y los festivales de cine, con lo que hay que dejar siempre abierta la posibilidad de que los premiados sean otros títulos que también tuvieron aceptación y éxito, como el francés «Pilsse», de Maiwen; «El chico con bici», de los hermanos Dardenne, y por supuesto «La piel que habito», de Pedro Almodóvar.

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