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ABC Cultural

CONTUNDENTE Y A QUEMARROPA

MANUEL VILAS

Si algo no tiene sentido aplicar a la muerte del escritor aragonés Félix Romeo (Zaragoza, 1968) es el consabido «descansa en paz». Es imposible pensar a Félix Romeo muerto ni descansando en paz. Todos quienes lo conocían saben que es imposible pensar en un Félix Romeo eternamente callado y ausente. Conocí a Félix Romeo en la Zaragoza de 1988. Él tenía diecinueve años. Tengo delante unas fotos que nos hicimos en un parque. Era ya un devorador de libros. Recuerdo que en aquella época Félix leía a Rimbaud. Comenzamos a escribir crítica literaria juntos en el extinto periódico El Día de Aragón . Discutíamos mucho de literatura. Félix fue un polemista ardiente toda su vida. Una de sus grandes virtudes como crítico literario era su sinceridad a quemarropa. Sus últimas reseñas eran contundentes. Sus gustos eran contundentes. Razonaba siempre desde ángulos tan inesperados como brillantes. Como crítico literario, como intelectual, como columnista, predominaba en él la pasión desbordante y el vitalismo, y al final de su vida estaba muy comprometido con los valores de la democracia y de la libertad. La democracia era un tema muy querido del Félix Romeo polemista.

Tengo delante, ahora mismo, la primera edición de su primera novela: Dibujos animados, una narración sorprendente y audaz, aparecida en 1995, en una editorial de Zaragoza y que marcaría su nacimiento como narrador. Félix siempre fue muy autocrítico. Recuerdo un viaje que hicimos juntos hace un año a Mérida. Estábamos conversando en un bar de estación delante de unas cervezas Heineken. Hablábamos de nuestros libros. Con un gesto tan irónico como divertido, Félix dijo «bueno, ojo tú, eh, Vilas, que igual llevas ya muchos libros; yo tres, yo como Juan Rulfo». Después de Dibujos animados, vinieron Discothèque (2001) y Amarillo (2008). Vi que se sentía satisfecho de sus tres libros y sobre todo de que fueran solo tres, pero vi también que estaba intentando seguir adelante, seguir escribiendo. La última vez que nos vimos fue este verano, en una comida en Zaragoza, en el restaurante Casa Emilio. Comimos con el escritor mexicano Juan Villoro, que estaba de promoción en la ciudad. Lo vi feliz y contento, a pesar de que venía del dentista y se quejaba de un flemón. Se iba a Venecia.

Amaba los viajes, las ciudades, el movimiento de la gente por el mundo. Luego nos cruzamos un par de sms. Félix mandaba unos sms llenos de un cariño real. Eran especiales. En tres palabras era capaz de humanizar la pantalla de un teléfono móvil, en tres palabras iluminaba la vida de los otros.

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