Vetusta Morla: en el corazón del gigante ‘indie’
ABC pasa 24 horas con la banda y comparte bares, camerinos y escenario con sus músicos en el Palau Sant Jordi de Barcelona
'Cable a tierra' es el trabajo más ambicioso y espectacular del grupo, que marcará este viernes 24 de junio el mayor hito de su carrera al tocar en el Wanda Metropolitano ante 45.000 personas

Faltan solo cinco minutos para que se apaguen las luces del Palau Sant Jordi . De repente, comienzan a escucharse golpes en el pasillo de los camerinos. El público que llena las gradas y la pista del pabellón barcelonés no alcanza a escucharlos entre ... el murmullo. Al acercarnos, vemos a Carlos Herrero , cantante y compositor del grupo folclórico palentino de El Naán , aporreando la papelera mientras entona versos de la rumba afrocubana ‘Avísale a mi contrario’, compuesta por Ignacio Piñeiro en 1903: «¡Oooye! ¡Que luego no quiero que digan que a la rumba no lo inviteeeé!».
El primero en responder a la llamada es Juanma Latorre , que aparece bailando con una cerveza en la mano y vestido con un traje sin corbata. El guitarrista y compositor de Vetusta Morla parece el invitado de una boda a altas horas de la madrugada, aunque la juerga aquí no ha hecho más que empezar. «¡Aquí estaaaá la gente de Aliboria !», improvisa ahora sobre la misma rumba, cuando aparecen los miembros de la formación gallega que, junto a El Naán, se ha unido al grupo ‘indie’ para la presentación de ‘Cable a tierra’. Una gira con la que este viernes 24 de junio marcarán el hito más grande de su carrera al reunir a 45.000 seguidores en el Wanda Metropolitano , tan solo unos días después de que lo hicieran sus majestades los Rolling Stones .
En apenas unos segundos se ha montado una pequeña fiesta detrás del gigantesco escenario que un equipo de setenta personas y más de veinte empresas contratadas por la misma banda –en esa autogestión insólita que llevan por bandera– han estado montando durante tres días. «¿Dónde está la geeeeente de Vetusta Morla? Luego no quiero que digan que a la rumba no lo invité… ¡Y ven, ven, y loco ven, ven!», continúa el líder de El Naán. Poco a poco van apareciendo David García ‘El Indio’ (batería), Álvaro Baglietto (bajo) y el que parece más feliz de todos: Jorge González (teclados), con su copa de vino en la mano y bailando como si estuviera en el carnaval de Río de Janeiro. «Estáis grabando buen material, ¿eh?», comenta de broma a los dos cámaras de ABC, como si nadie hubiera estado ahí antes. De hecho, en los días previos, miembros de su equipo nos advirtieron de que, probablemente, no accederían a nuestra petición, porque no les gusta que haya ojos extraños en esos momentos íntimos y de comunión entre los músicos antes de subir al escenario.
Como una obra de teatro
Guillermo Galván , con su impoluto traje blanco, espera en silencio apoyado en la pared. Es el otro compositor de Vetusta, que mueve levemente la pierna como si estuviera inquieto. Solo faltan dos minutos para que comience el espectáculo. Al cruzarnos la mirada, le pregunto en voz baja: «¿No estarás nervioso a estas alturas, después de quince años?». Se acerca cortésmente y responde en bajo: «¡Qué va! Pero es que la primera parte del concierto es como una obra de teatro, con las tres bandas detrás de enormes paneles y tenemos que estar muy coordinados. En Valencia fue bien, la verdad, aunque hubo dos o tres cosillas que… mmmmm… no sé… tenemos que pulir».
De repente, sin dejar de bailar y en el centro del gran corro de músicos que se ha ido formando, Baglietto grita: «¡ Pucho ! ¡Puuuucho! ¿Pero dónde está? Nada, total, qué más le da… solo hay tres bandas y 10.000 personas esperándole», comenta el bajista sin perder la sonrisa. Un miembro del equipo sale corriendo hacia el camerino en busca del cantante y, a los pocos segundos, este aparece trotando mientras escribe un mensaje con el móvil. No hay rastro del disgusto que tenía media hora antes, cuando alguien le pasó el ‘setlist’ en una hoja diferente a la que había pedido, porque sabe por experiencia que en esa no se leen bien las canciones con la luz de los enormes focos.
Algo de tensión tenía que haber en el segundo concierto de la gira más ambiciosa y espectacular del grupo ‘indie’ más importante de España, que ha invitado a ABC para que grabemos en exclusiva y vivamos desde dentro cómo se monta un macroevento como este: las carreras, las discusiones de última hora, las risas, los abrazos en el reencuentro, la prueba de sonido, la intimidad entre bambalinas, los rituales previos antes de subir al escenario y los nervios que han ido templando en las últimas semanas, durante los preparativos en una nave industrial de Arganda del Rey.
«¡Uno puede autoeditarse y tener éxito!»
Hasta allí se desplazaron muchos días todos los profesionales que participaron en los ensayos, entre estilistas, escenógrafos, realizadores, ‘backliners’, técnicos de luces y de sonido y los 12 músicos que suman junto a El Naán y Aliboria. Un despliegue impensable para este grupo de amigos del instituto José Luis Sampedro de Tres Cantos , en Madrid, que no soñaban con vivir de la música, que tardó una década en grabar su primer disco – ‘Un día en el mundo’ (2008)– y que prefirieron publicarlo en un sello propio, Pequeño Salto Mortal, antes que fichar por una multinacional o una discográfica ‘indie’. «Muchas bandas nos han dicho que, al ver cómo lo hicimos, pensaron: ‘¡Hostias, se puede hacer! ¡Uno puede autoeditarse, ser independiente y tener éxito!’», apuntaba El Indio unos días antes, durante la mañana que este diario pasó, también, por el madrileño barrio de la Letras junto a la banda, visitando la pequeña tienda Tununtunumba donde el batería, precisamente, ha comprado muchos de sus instrumentos tradicionales.
«No teníamos prisa ni un objetivo claro más allá de hacer canciones. Ahora no me parecen muchos esos diez años. Es el tiempo lógico y normal para aprender todo lo que aprendimos para poder llegar hasta aquí», asegura Baglietto. «Más bien teníamos la sensación de que era muy difícil dedicarse a la música –continúa Galván–, aunque estábamos muy a gusto así, sin rendir cuentas a nadie. Durante años nos tiramos mirando cómo la lista de invitados de nuestros conciertos se quedaba sin tachar. Y todos seguíamos con nuestros trabajos».
—¿Pero no tuvieron ofertas?
—David García ‘El Indio’: Cuando grabamos nuestra primera maqueta en 2002, ‘La cuadratura del círculo’, la movimos por todas las discográficas grandes y pequeñas y no hubo respuestas. Lo mismo ocurrió con las demás, por eso decidimos pagar de nuestro bolsillo ‘Un día en el mundo’ y probar de nuevo, pero nada.
—Guillermo Galván: Los sellos ‘indies’ nos rechazaban porque nuestra música sonaba muy ‘mainstream’, mientras que las multinacionales, porque éramos demasiado ‘indies’. Y eso que nunca hemos querido serlo ni abanderar nada. En esas reuniones previas tuvimos la oportunidad de conocer un poco la industria y ver cómo funcionaba el mercado, así que decidimos no entrar ahí. ¡Hubo hasta plantones! Un gran sello nos citó en verano y cancelamos nuestras vacaciones. Cuando Juanma llegó a sus oficinas…
—Pucho: ¡No se acordaban de que habían quedado con nosotros y se habían ido a la playa de vacaciones!
Cañas y vermuts
La charla continúa en la cercana Taberna de Elisa, con unas cañas y unos vermús. Todos se divierten al recordar aquellos pequeños fracasos iniciales. Pero, claro, ahora es más fácil, sabiendo que han llenado siete veces el WiZink Center de Madrid , una vez la Caja Mágica , que han dado varias vueltas al mundo y que solo con aquel primer álbum que nadie quiso se llevaron un buen puñado de premios importantes, como los de la MTV y RNE. Todo ello sin el respaldo de una gran multinacional detrás. Quizá por eso, al entrar en detalle, se desatan los recuerdos entre risas…
—¿Cuáles fueron esas ofertas?
—Jorge González: Recuerdo a aquel tipo que nos llegó cuando estábamos grabando en Sonobox [estudio del madrileño barrio de la Latina] y nos ofreció 6.000 euros. A ver… somos seis… tocábamos a 1.000 euros cada uno. Obviamente, no nos compensaba, porque además esa cantidad venía con un montón de cláusulas infernales. Nunca nos llegó una propuesta aceptable.
—Juanma Latorre: ¡Pues esa fue la mejor! Las tuvimos de 3.000 y hasta 1.500 euros por el disco ya grabado. No tenían en cuenta que detrás de esas canciones había muchos años de trabajo y mucho más dinero invertido de nuestros bolsillos que ese.
—P.: ¡Eh! Pero la mejor fue cuando nos citaron en unas oficinas como si fuera una reunión de negocios. Pensamos que, al fin, nos iban a hacer una oferta buena. Nada más llegar al despacho y sentarnos, nos soltaron: ‘Enhorabuena, nosotros no lo habríamos hecho tan bien’. Nos estrecharon la mano y nos fuimos.
—Sería una de las grandes…
—J. G.: Sí, pero no te lo vamos a decir. Aunque solo son tres, puedes descartar… y Sony no es, porque con ellos tenemos algún acuerdo ahora.
—Algunos músicos respetados han reconocido en ABC, como Josele Santiago o Raül Refree, que muchos de los contratos que firmaron con sellos ‘indies’ eran más leoninos que los que firmaron con multinacionales…
—G. G.: ¡Así es! Nosotros hemos tenido ofertas de sellos ‘indies’ cuyas condiciones esclavistas superaban con creces a las de multinacionales.
—J. L.: Además se presentaban con cierto aire de superioridad moral por eso de venir del ‘indie’. Era como… ¡Uf! A ver… espera un poco.
Pequeño Salto Mortal
Con toda aquella frustración acumulada y sin otra salida posible decidieron saltar al vacío. Pucho dejó su trabajo como diseñador gráfico. Galván, que acaba de ser padre y había estudiado Comunicación Audiovisual, hizo lo mismo. El Indio abandonó la pedagogía. Baglietto dejó de trabajar como conductor en una empresa de reformas. Latorre hizo su último programa en Radio 3 la Nochebuena de 2008 y González, que había dejado su empleo como vendedor de toldos y aluminio, rechazó una plaza de interino como profesor de Educación Física el mismo día que llenaron La Riviera por primera vez en 2009.
Poco antes, y siguiendo un poco el ejemplo de Muchachito Bombo Infierno, con quien El Indio tocó un tiempo, decidieron cómo iban a gestionar su discográfica... su empresa. En vez de repartirse el dinero que iban ganando, decidieron ponerse un sueldo y hacer caja para otras cosas. «El primero, en octubre o noviembre de 2008, fue muy pequeño, a pesar de llevar diez años. ¿800 euros? Puede que menos, unos 500», cree recordar. «No, no… yo me acuerdo perfectamente porque tuve que pedir dinero prestado para llegar a fin de mes. Fueron 900 euros», aclara González.
—¿Puedo preguntar qué sueldo se ponen ahora?
—J. G.: Sí, puedes preguntar, claro [risas]. Ahora nos va bien. Mira, un consejo para los grupos que empiezan a ganar dinero es que pillen una gestoría para gestionarlo de manera legal.
—D. G. I.: Ahora no hay sueldo. Repartimos en función de cuánto ingresamos y de cómo es el año fiscal, porque hay que mover el dinero. Tenemos que ajustarnos a una serie de condiciones legales dependiendo del dinero que ganamos cada año, porque por encima de una cantidad estás obligado a repartirlo entre los socios.
Palau Sant Jordi
Con todo ese dinero ganado a base de carretera y conciertos cada vez más grandes han podido invertir en todo el batallón de colaboradores y trabajadores que van llegando desde primeras horas de la mañana al Palau Sant Jordi. Los músicos harán acto de presencia a las 16.00, aunque el concierto empieza a las 21.00.
«¡Joder! Me acaban de robar la cartera y la he recuperado en una hora. He ido a dos comisarías y la tenían. Solo se han llevado 70 euros», nos explica Galván al llegar. Latorre se percata de que en el segundo pabellón del Palau, pegado pared con pared al suyo, actúa a la misma hora el grupo de rap Hijos de la Ruina : «Es muy fuerte, porque el sonido no se mezcla nada», advierte, antes de abrazarse con el equipo y echar un vistazo al escenario.
Javito, que ha sido también técnico de escenario de bandas como Duncan Dhu, Fuel Fandango, Quique González e Iván Ferreiro, se mueve de un lado para otro poniendo a punto las guitarras. Lleva siete años con Vetusta. «Casi todo el equipo lleva mil años [...]. Durante la pandemia, tuvieron claro que no iban a dar conciertos si las condiciones no daban para que fuéramos todos. Siempre se han portado muy bien y hasta nos llamaron durante el confinamiento por si necesitábamos un préstamo o algo», reconocía en una entrevista para ‘El Diario Montañés’ . Al recordarle este hecho en el barrio de las letras unos días antes, Galván intenta quitarle hierro: «Bueno… Nosotros hablamos con nuestro mánager para llegar a un acuerdo y que nadie lo pasara mal esos meses. El objetivo era volver cuanto antes y que todos mantuvieran su trabajo con nosotros».
Uno de los que más se mueve por el pabellón, ocupándose de los últimos flecos, es Kim Martínez , mánager del grupo desde 2007 y presidente de la Federación de Música en España. A él se le ocurrió la idea de tocar en el Wanda. «Después de haber llenado siete veces el Wizink Center, me habría gustado hacer el Vicente Calderón, pero lo derribaron y no me quedó más remedio que ir a por el Wanda. Parece que los grandes estadios están reservados a grupos extranjeros como los Rolling. Pero, ¿por qué no hacerlo? Nos queremos resarcir», argumenta en el camerino del Palau, cuando queda muy poco para el concierto.
‘Tumbando caña’
Con Pucho ya presente, la fiesta continúa en los pasillos de los camerinos. Técnicos, asistentes y músicos se mezclan bailando. Carlos Herrero sigue golpeando la papelera y entonando ahora ‘Tumbando caña’, otro tema tradicional cubano: «¡Oye, colega, no te asustes cuando veas al alacraaán tumbando caña!». A continuación, todos se callan de repente y se abrazan en círculo. Justo en ese momento se apagan las luces del pabellón y los 10.000 seguidores empiezan a rugir. Y ellos, a un volumen mucho más bajo, cantan el último verso como si fuera un salmo: «Costumbre de mi país, mi hermaaaaaaaaano». Dan un salto y echan a correr entre gritos de ánimo hacia el escenario.
Empieza a sonar la introducción que dará pie a ‘Puñalada trapera’ . Vetusta Morla aparecen enjaulados entre las pantallas gigantes de colores. Es la parte que más preocupaba a Galván, pero el público alucina con esta nueva escenografía. Luego las pantallas se elevan y aparecen los músicos para continuar con ‘La virgen de la humanidad’ . Empieza el viaje de dos horas que los llevará por éxitos como ‘Finisterre’ , ‘Sálvese quien pueda’, ‘Valiente’, ‘Saharabbey Road’ y ‘Los días raros’, que interpretan en una integración perfecta con Aliboria y El Naán.
Al acabar la actuación, con la adrenalina ya en su sitio, Galván se acerca de nuevo junto a los camerinos y nos pregunta: «¿Cómo ha sonado? ¿Cómo lo habéis visto todo? ¿Se integraban bien las tres bandas?». Cuando le comentamos que esa parte es la más celebrada por el público, respira tranquilo. «¡Guay!». Entonces aparece González descalzo, con ropa de calle y otra copa de vino, bailando como si el concierto no hubiera terminado.
—Mira, el que mejor se lo pasa…
—J. G.: ¡Claro, no te jode! Como que no canto ni toco la batería [risas]. Es que cada vez que salen Aliboira y El Naán me sale el lado salvaje… ¡Dios! Me imagino corriendo solo y desnudo por la isla de Ons. ¡Es que me flipa!
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