Trampas, mentiras y conspiraciones: Por qué los populismos pueden acabar con la democracia

Anne Applebaum advierte en 'El ocaso de la democracia' sobre la peligrosa deriva de una civilización que quizás ya se esté encaminando hacia la tiranía

Viktor Orbán, primer ministro de Hungría AFP

Si la democracia liberal sucumbe ante las tentaciones autoritarias, será por dos motivos, según Anne Applebaum (Washington D.C., 1964). Bien porque hay toda una generación de agitadores universitarios de extrema izquierda, inquisidores de la moral tuitera, dispuestos a instigar a las masas ... contra cualquiera que viole sus códigos; bien porque desde la derecha, o más bien la nueva derecha, acaben derrocando las instituciones democráticas existentes.

A juicio de la reputada ensayista especializada en comunismo, premio Pulitzer por 'Gulag' (2003), los segundos son en este momento los más peligrosos: «Son los únicos 'clercs' modernos que han obtenido un auténtico poder político en las democracias occidentales».

Applebaum desarrolla esta tesis en 'El ocaso de la democracia' , un luminoso ensayo en el que explica la peligrosa deriva de una civilización que quizás ya se esté encaminando hacia la anarquía o la tiranía, si a lo largo del siglo XXI llega al poder una nueva generación de defensores de ideas antiliberales o autoritarias. O también es posible que la crisis del coronavirus nos enseñe a recelar de los mentirosos y expertos en desinformación.

«Por exasperante que pueda parecer, debemos aceptar que ambos futuros son posibles», dice la autora, quien recuerda: «Desde la enorme distancia del tiempo, la historia del antiguo Egipto nos parece una monótona historia de faraones intercambiables; pero si la examinamos más de cerca veremos que incluye periodos culturalmente luminosos y épocas de despótica oscuridad. Algún día, también nuestra historia se verá así».

Residente en Polonia, donde vive con su marido, el político Radoslaw Sikorski , Applebaum ha vivido de primera mano lo que ocurre una democracia occidental cuando llegan al poder dirigentes como los hermanos Kaczynski .

«Esta forma de dictadura blanda no requiere una violencia masiva para mantener el poder. Lejos de ello, opera apoyándose en un cuadro de élites que dirigen la burocracia, los medios de comunicación públicos, los tribunales y, en algunos lugares, las empresas de titularidad pública. Esos modernos 'clercs' entienden muy bien su papel, que consiste en defender a los líderes por más deshonestas que sean sus declaraciones, por más extendida que sea su corrupción y por más desastroso que resulte su impacto en las instituciones y en la gente corriente».

Una de las armas más efectivas para pervertir las instituciones tiene que ver con lo que Applebaum denomina 'mentira mediana' , esos discursos con los que los políticos trampean para involucrar a sus seguidores en una realidad alternativa. Es lo que hizo Trump con el lugar de nacimiento de Obama o, en Polonia, Kaczynski con el supuesto complot que derribó el avión presidencial en 2010.

«El atractivo emocional de una teoría conspiranoica reside en su simplicidad –analiza la autora de 'El ocaso de la democracia'–. Explica fenómenos complejos, da razón del azar y los accidentes, ofrece al creyente la satisfactoria sensación de tener un acceso especial y privilegiado a la verdad». A Orbán , en Hungría, el método le ha funcionado porque al hablar de temas que tocan lo emocional nadie advierte el nepotismo ni las corruptelas.

Estos discursos, como el que derivó en el Brexit, «se asemeja a la división que escindió a la Alemania de Weimar». Se refiere a un lenguaje que va contra las «élites» y a una nostalgia restauradora, esto es, comportarse como creen que lo hicieron sus ancestros, aunque ese relato no sea cierto y venga acompañado de teorías conspiranoicas y mentiras medianas. El Brexit, argumenta, encaja a la perfección en ese relato.

Otro factor que contribuye a la erosión de la democracia es la revolución de la comunicación. Obviamente la crisis económica y el rechazo a la inmigración deben ser tenidos en cuenta, pero es mucho más relevante que el sistema comunicativo del último medio siglo haya desaparecido por otro en el que el compromiso ético con la objetividad y la verificación factual han pasado a ser irrelevantes. Aún no se ha encontrado el modo de reducir el peso de los bulos que circulan a través de las redes sociales.

«Los propios algoritmos de las redes sociales fomentan las falsas percepciones del mundo –apunta Applebaum–. Las redes sociales están contribuyendo a configurar el modo en que los políticos y los periodistas interpretan y describen el mundo. La polarización ha pasado del mundo digital al real . El resultado es un 'hiperpartidismo' que incrementa la desconfianza con respecto a la política 'normal', los políticos del 'establishment', los ridiculizados 'expertos' y las instituciones 'convencionales', incluidos los tribunales, la policía y la administración pública».

Es este el camino que han seguido en la derecha estadounidense para que «este mundo digital semioculto esté adquiriendo poco a poco un rostro en el mundo real», señala la autora de 'El ocaso de la democracia'.

Y así un país como Hungría ha cerrado una universidad, ha sometido a la mayoría de los medios públicos y privados : «Hungría no es un país grande, pero ese tipo de control, ese tipo de influencia, es justo lo que desean los partidos con vocación autoritaria». Orbán, a rebufo de la pandemia del coronavirus, aprobó una ley para gobernar por decreto y poder encarcelar a cualquier periodista que criticara las medidas para combatir el virus.

«No hay ninguna victoria política permanente; nada garantiza al perdurabilidad de niguna definición de 'la nación', y ninguna élite de ningún tipo –llámense 'populistas', 'liberales' o 'aristócratas'– gobierna para siempre», concluye Applebaum.

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