«Las señoritas de Aviñón» o de cómo el cubismo nació en un burdel de Barcelona
«Las señoritas de Aviñón». Autor:
Jaime Salom. Dirección: Ángel F. Montesinos. Escenografía: Wolfgang Burmann. Vestuario: Javier Artiñano. Iluminación: Emilio Rincón. Intérpretes: María Asquerino, Beatriz Rico, Carlota Alonso. Yolanda Ulloa, Montse Clot, Bárbara Lluch y Fran Sariego. Lugar: Teatro Príncipe Gran Vía. Madrid, 15 de ... marzo de 2001.
En 1907 Pablo Picasso pintó un cuadro que hizo añicos los esquemas tradicionales del arte y abrió las puertas al estrepitoso huracán de las vanguardias. Parece que el germen inspirador de «Les demoiselles de Avignon» no provenía de la ciudad de los Papas sino de un lupanar de la barcelonesa calle de Aviñó. Jaime Salom ha viajado hasta esa semilla y vuelve a un burdel, teatralmente hablando se entiende (antes había visitado uno en «La casa de las chivas»), para retratar un microcosmos más o menos cerrado y las pasiones que animan a los seres que lo pueblan.
La bulliciosa Barcelona en el filo de los siglos XIX y XX, en la que convergen un nudo de convulsiones sociales y políticas, los borbotones de diversos movimientos artísticos y el vertiginoso tren de la industrialización, es el escenario donde transcurre la comedia, estructurada en torno la evocación que, alrededor de 1908, realizan las antiguas pupilas de la casa de citas de los sucesos ocurridos ocho años atrás, justo en el gozne entre una centuria y otra.
La madame y sus chicas forman casi un grupo familiar, y más porque a él pertenecen dos hermanas (Rosita y Pepita), que tienen otra que es monja e ignora el mercenario mester en que se ocupan, y la hija de la dueña de la casa (Sofía), que sólo realiza las tareas domésticas y no ejerce de hurgamandera; el grupo se completa con una frescachona (Carlota Alonso) enamorada de Pepita, la menor de las hermanas y una depresiva (Montse Clot). Presentado con el aliño indumentario con que lo retrató Ramón Casas, Picasso (Fran Sariego), aún no convertido en artista famoso, es un habitual del local, aunque sólo intima con Rosita, con la que vive una historia de amor correspondido, cuando ha vendido un cuadro y tiene suficiente dinero para pagar el servicio.
Salom baraja este atractivo material de partida y consigue un animado cuadro costumbrista aunque trenza diversos hilos al tiempo y no desarrolla suficientemente los conflictos que plantea: la relación amorosa entre Rosita y Picasso se dibuja débilmente, no se adivina la tensión entre la dueña del burdel y su hija, ni se remarcan elementos que anuncien la posibilidad del suceso trágico que motivará el cierre del local.
Con una elegante escenografía con toques art decó de Wolfgang Burmann como fondo y embutidas en unos bellos figurines de Javier Artiñano, las actrices, bien dirigidas por Ángel Fernández Montesinos, realizan un sobresaliente trabajo de composición de tipos, comandadas por la gran María Asquerino, a la que autor y director brindan un delicioso momento de lucimiento cuando entona el cuplé «La regadera». Beatriz Rico da cuerpo a una Rosita tierna, vehemente y natural, y el resto del reparto está entonado y seguro. Atención al debut teatral de Bárbara Lluch, último y muy hermoso brote de la dinastía Espert, que compone una encantadora Pepita en esta función llena de momentos de interés.
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