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Sarah Bernhardt, la actriz que dormía en un ataúd

El Palacio de Gaviria de Madrid acoge una exposición de Alphonse Mucha, el ilustrador checo, afincado en París, encargado de crear muchos de los carteles teatrales de la famosa intérprete francesa

La actriz Sarah Bernhardt retratada por Nadar en 1864, a los 20 años BNF
Silvia Nieto

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Coleccionaba amantes, perros y loros, y poseía, en su apartamento de la rue de Rome, en París, un ataúd donde dormía o repasaba sus papeles. Sarah Bernhardt (1844-1923), nieta de un ocultista e hija de una prostituta de lujo, sintió, desde niña, el desarraigo de quien no conoce sus orígenes: durante la Comuna de 1871, el incendio del Hôtel de Ville provocó la quema de su partida de nacimiento, del que sus biógrafos desconocen el lugar y la fecha exactos; sobre la identidad de su padre, del que sin embargo presumió en «Mi doble vida», sus memorias , se impuso un misterio similar. Icono de la Francia del XIX, retratada por el artista Alphonse Mucha (1860-1939) , del que esta semana se inaugura una exposición en el Palacio de Gaviria, en Madrid, la vida de la actriz habita en una penumbra entre inevitable y buscada.

«Mi doble vida», las memorias de Sarah Bernhardt. Edición de 1907 BNF

Bernhardt nació, en 1844, en París, aunque no se sabe en qué calle ni en qué mes. En su infancia, la ciudad de la Segunda República (1848-1952) conoció los cambios impuestos durante el Segundo Imperio (1852-1870), cuando el prefecto del Sena, el barón Haussmann, inició la gran reforma urbanística auspiciada por Napoleón III . Fue en ese ambiente, en esa urbe de teatros, bulevares y operetas de Offenbach, donde la adolescente y luego la joven padecieron «el sentimiento de abandono flagrante» que Sophia-Ande Picon, una de sus biógrafas, percibió en sus memorias. Hay, en ellas, un episodio significativo, folletinesco: a los 15 años, Bernhardt recibió una petición de mano de un tal «M. B***». Su padrino, ignorando sus dudas, le empujó a aceptarla: «Eres idiota con tus sentimientos novelescos. El matrimonio es un negocio, y hay que verlo como tal». «Pero yo no quiero casarme (..) Porque no le quiero», contestó la joven Bernhardt. «Nunca se quiere antes... Toma mi consejo práctico: le querrás después (...) Le darás a tu madre los cien mil francos que tu padre te dejó y que no puedes tocar. M. B*** te da trescientos mil francos. Lo he arreglado todo».

Pero Bernhardt se negó y el enlace no se produjo. La joven, que coqueteaba con la idea de una carrera religiosa, apostó por iniciar sus estudios en el Conservatorio para llegar a ser actriz. Su debut tuvo lugar el 1 de septiembre de 1862, en el Théatre Français de París, donde experimentó, por primera vez, ese miedo escénico del que nunca se desprendió: «Descendí temblando, titubeante, me castañeaban los dientes. Y cuando llegué al escenario, se alzó el telón. Este telón que se elevaba lentamente, solemnemente, parecía un velo desgarrado para dejarme entrever mi futuro ». No se equivocaba. Con altibajos, en esa década, en la que conoció personalmente a Napoleón III o a la escritora Georges Sand , el trabajo no le faltó. La guerra franco-prusiana (julio de 1870-mayo de 1871), que derribó el Segundo Imperio, alentó la Comuna y se saldó con la Tercera República (1871-1939), supuso un punto de inflexión para su vida privada, y también sobre las tablas.

Napoleón III en 1857, retratado por Gustave Le Gray BNF

«Aunque soy muy republicana, me gustaba Napoleón III», decía Bernhardt. Quizá más por motivos estéticos que ideológicos, la actriz no escamoteaba alabanzas para el emperador caído —«Estaba muerto, el dulce emperador de sonrisa tan fina: vencido por las armas, traicionado por la fortuna, derrotado por el dolor»— ni críticas para la nueva República —«La vida intensa había retomado su camino en Francia. Pero la vida de elegancia, de encanto, de lujo, estaba todavía envuelta en caucho»—. Fue en esa ciudad triste, sin emperador ni barricadas, en ese París de «sangre, cenizas, mujeres en duelo y ruinas» , donde Bernhardt vivió uno de los episodios más importantes de su carrera: en 1871, su trabajo en el teatro del Odeón le brindó la oportunidad de conocer al gran escritor exiliado tras la caída de la Segunda República, crítico implacable de Napoleón III: «Había escuchado hablar desde mi infancia de Victor Hugo como de un rebelde, de un renegado; y sus obras, que había leído con pasión, no me impedían juzgarlo con una gran severidad (...) Tenía, sin embargo, el gran deseo de interpretar "Ruy Blas"». Se sucedieron otros grandes papeles; uno de ellos, interpretado por primera vez en 1874, quedó para siempre retratado por Marcel Proust .

«La Berma»

En el tercer volumen de «En busca del tiempo perdido» , «Del lado de Guermantes», ambientado en pleno caso Dreyfus, y que cronológicamente se sitúa, por tanto, después de 1894, Proust cuenta el segundo encuentro que el protagonista, el Narrador, tiene con la Berma, en parte inspirada por Bernhardt, en el teatro, donde interpreta a la Fedra de Racine. El novelista plasma la decadencia personal de la actriz, que mantiene intacto su talento inigualable: «...la Berma, que tanto dinero había ganado, no tenía más que deudas. Aceptando siempre citas de negocios o de amistad a las que no podía acudir, tenía en todas las calles cazadores que corrían a desacreditarla; en los hoteles, habitaciones reservadas de antemano y que nunca iba a ocupar ; océanos de perfumes para lavar a sus perros, rescisiones de contratos que pagar a todos los directores».

Ilustración de Sarah Bernhardt realizada por Alphonse Mucha en 1896 BNF

Lo cierto es que Bernhardt no se guardó de mencionar algunas de las anécdotas más polémicas de su biografía en sus memorias: por ejemplo, contando que, en uno de sus apartamentos, tenía, junto a «su gran cama de bambú», un «ataúd, en el que me instalaba a menudo para aprenderme mis papeles. Así, cuando mi hermana venía a mi casa, me parecía natural dormir cada noche en esa pequeña cama de raso blanco que debía ser mi último catre». También mencionaba a alguno de sus numerosos amantes, como el ilustrador Gustave Doré ; y a la pintora Louise Abbéma, a la que, dicen, le unía algo más que una buena amistad. En el aspecto profesional, las últimas décadas del siglo XIX fueron decisivas para ella: en 1883, tomó las riendas del Théatre de la Renaissance, en París, y en 1894 conoció a Alphonse Mucha, el artista checo, exponente del Art Nouveau, encargado en adelante de crear los carteles de las obras teatrales que protagonizaba la actriz. Uno de ellos fue el de Marguerite Gautier, la «cortesana» de «La Dama de las Camelias», una novela de Alejandro Dumas hijo muy popular en la época y de final trágico.

Bernhardt murió en 1923, cuando la Primera Guerra Mundial ya había arrasado, para siempre,los últimos restos del mundo que había conocido en su juventud. Quizá una última anécdota, escrita por su nieta en ABC en 1973, sirva para iluminar un poco más su personalidad nerviosa, temperamental: «Se recuerda la respuesta de Sarah Bernhardt a una actriz célebre, que hablaba de sus papeles poco más o menos lo mismo que, como niña tonta, hablaba yo de mis lecciones.

—¿Cómo puede ser, madame Sarah —le dijo a mi abuela—, sentir temor? ¡Yo no lo siento nunca!

Y mi abuela respondió:

—Hija mía, ya lo sentirá cuando tenga talento».

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