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Sale a la luz el primer juicio de la Inquisición dentro de un monasterio en España

Dos historiadores reconstruyen y analizan el juicio ocurrido en Santa María de Guadalupe (Cáceres), que terminó con la quema de fray Diego de Marchena

El suceso, acaecido en 1485, se registró en el Códice del Perpetuo Socorro, que ha sido recuperado gracias a unos negativos fotográficos de 1925

Vista del monasterio de Guadalupe en la actualidad ABC
Bruno Pardo Porto

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Es 2 de agosto de 1485 y una muchedumbre se agolpa en la plaza. Al frente, el monasterio de Guadalupe (Cáceres). En la hoguera, fray Diego de Marchena , el primer religioso regular condenado al fuego por la Inquisición.

Esta es su historia. La historia de un proceso inquisitorial poco conocido e insólito, que se celebró tras los muros del monasterio más importante de Castilla en el siglo XV, un famoso lugar de peregrinaje, pero también un centro económico, religioso y político, donde los Reyes Católicos tenían sus propias dependencias. Duró algo más de un mes y fueron juzgados 27 frailes por ser sospechosos de judaizar, es decir, de seguir practicando ritos judíos pese a ser cristianos conversos. A Marchena lo mataron: fue el que corrió peor suerte. Pero hubo otras tres penas duras: una cadena perpetua, un destierro y una pena de cárcel severa. Al resto le tocó castigos más livianos: rezar los salmos penitenciales, rezar salterios, mortificarse, besar los pies de los frailes… Y a muchos les prohibieron expresamente hablar de aquel «asunto».

Fotocopia hecha sobre negativo. Fray Gonzalo de Toro, inquisidor y uno de los miembros del tribunal, prohíbe taxativamente tratar, hablar o leer la documentación del proceso so pena de excomunión ABC

Ese silencio que exigía el tribunal a sus acusados terminó por extenderse y el suceso se fue difuminando hasta perderse en la marea del tiempo. De hecho, sus detalles acaban de salir a la luz ahora, más de quinientos años después, gracias a la investigación de Elisa Ruiz García y Enrique Llopis Agelán , que han logrado rescatar el códice que recogía todos los testimonios de los frailes que declararon en aquel proceso inquisitorial, así como la sentencia condenatoria a Diego de Marchena, dos documentos totalmente inéditos de gran valor histórico e historiográfico. Con ellos han escrito «El monasterio de Guadalupe y la Inquisición» (Ediciones Complutense), un libro riguroso que desentraña y contextualiza este dramático capítulo de nuestro pasado.

«Normalmente, los procesos inquisitoriales se han hecho de cara al público y sobre laicos. Este es un caso especial , en el cual el Santo Oficio de la Inquisición considera que dentro de la comunidad de frailes jerónimos hay algunos que son judaizantes», explica al otro lado del teléfono Ruiz García. ¿Por qué lo sospechaban? Porque allí el 30% de los frailes eran conversos, y corrían rumores de que algunos eran judaizantes. «Para el monasterio constituía un deterioro de su imagen, y las noticias comenzaban a circular», apunta Llopis Agelán.

Operativo especial

Con esa sospecha, que hay que enmarcar dentro de la persecución a los judíos que finalizó con su expulsión de España en 1492, la Inquisición decidió tomar cartas en el asunto. Ya había actuado en el pueblo de Guadalupe, donde habían condenado a la hoguera a 51 personas, pero dentro del monasterio las cosas se hicieron de otra manera. Decidieron montar un «operativo especial». Formaron el tribunal con miembros de la propia Orden Jerónima de Guadalupe y tomaron las declaraciones a los frailes del monasterio por escrito, «pues los jueces se dieron cuenta de que a través de las declaraciones orales no obtenían los resultados oportunos», tal y como comenta Ruiz García.

Esta decisión fue crucial, pues todas estas declaraciones se incluyeron en el sumario que, azarosamente, ha sobrevivido hasta nuestros días. «Los jueces, aterrorizados de las consecuencias que podían tener si estos documentos se conocían, decidieron quitarlos de Guadalupe y mandarlos a un convento de tercer orden», subraya la investigadora. Luego el códice tiene una vida brumosa, y va dando tumbos hasta que aparece en Madrid, en el convento del Perpetuo Socorro, en 1925: de ahí que se le conozca como el Códice del Perpetuo Socorro .

Es aquí donde entra en escena fray Germán Rubio Cebrián , estudioso del monasterio de Guadalupe, que acude a verlo y decide fotografiarlo: un hecho providencial, pues luego el original se perdió, probablemente en el fragor de la Guerra Civil, y hoy lo único que nos queda son los negativos en cristal de las fotos que sacó Rubio Germán, guardados en el cenobio. Son estos los que han permitido que se reconstruya este proceso penal.

Una escena de la inquisición retratada por Goya ABC

«No creo que se conozca otro códice sobre testificaciones de frailes dentro de un proceso inquisitorial en otra institución monástica. Da mucha información sobre lo que aconteció en el tercer cuarto del siglo XV, sobre las relaciones entre proconversos y anticonversos, sobre los conflictos, sobre la tolerancia, sobre el modo en el que se resolvían los problemas…», celebra Llopis Agelán.

En cuanto a estas relaciones y conflictos, el historiador explica que no había un verdadero fervor inquisitorial dentro del monasterio: «Dentro del monasterio los frailes muy favorables a la Inquisición fueron pocos. Los conversos tenían miedo, pavor. Y hubo una mayoría de frailes que hubieran preferido que no se realizase, pero que se resignaron». Se resignaron al poder, claro. «Fue clave para el establecimiento de la Inquisición el hecho de que el monasterio había recibido muchos privilegios de la Corona castellana. No podían mantener una política religiosa distinta de la de los Reyes Católicos. Eso pesó mucho. El prior de entonces, Fray Nuño de Arévalo , tuvo sus dudas, no fue fácil la toma de esta decisión. De hecho, envió fuera de Guadalupe a los frailes más dudosos, pero esto no bastó para acallar el escándalo», sostiene Llopis Agelán.

La sentencia

Este escándalo está lleno de detalles escabrosos, como las inspecciones de prepucios que realizaron a los frailes, pero esta investigación no se detiene en eso, sino en el proceso penal. El gran tesoro histórico de esta es el hallazgo del documento de la sentencia que condenó a la hoguera a fray Diego de Marchena. De hecho, la autora le dedica un capítulo a su análisis. La lectura de la misma, recalca ella, «produce una sensación de desconcierto y de perplejidad en el lector». ¿El motivo? Que el tribunal trabajó con opiniones y suposiciones más que con hechos. «Las principales acusaciones esgrimidas por fray Alonso de Trujillo dan paso a la narración de una serie indiscriminada de hechos, comentarios y suposiciones que, sin orden ni concierto, reproducen casi literalmente opiniones y rumores manifestados por los testificantes. Ciertamente, el listado de delitos esgrimidos por el fiscal consiste en una enumeración de frases deslavazadas y de dudoso valor probatorio», escribe Ruiz García.

No es solo eso. Hay vaivenes extraños en las actas. Primero, se dice que el reo solicitó ser reconciliado, pidió perdón y aceptó la imposición de una penitencia. Después, el fiscal «afirma que el reo reconoce la veracidad de las acusaciones vertidas contra él, que ha hecho una nueva confesión y se reafirma en su condición de judío». «Tampoco resulta verosímil la demanda de bautismo en el momento señalado, tras la confesión manifiesta del reo de permanecer fiel al judaísmo», asevera Ruiz García.

Sea como fuere, fue condenado a la hoguera, a la vista de todos. Solo necesitaron 33 días para acusar, sentenciar y ejecutar a un hombre que ahora, por lo menos, recupera su historia.

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