El Reina Sofía reavivala intensa fascinación de Jean Cocteau por España
Decía Marañón que, en sus viajes a España, Cocteau no iba «de ciudad en ciudad, sino de alma en alma». Rosa Chacel advertía en él «ciertos valores femeninos que fueron siempre patrimonio de algunos hombres geniales». Sólo ocho años en nuestro país bastaron para enamorarle perdidamente de su cultura y sus gentes. Su corazón adquirió la nacionalidad española.
La fascinación por España es una constante en escritores, pintores y compositores franceses: Victor Hugo, Mérimée, Gautier, Debussy, Ravel, Molière... A esta lista habría que añadir, indiscutiblemente, a Jean Cocteau, que amó profundamente nuestro país. Realizó seis viajes a España entre 1953 y 1961. Visitó ... Madrid y Barcelona, pero fue Andalucía, y concretamente Marbella, la que le cautivó especialmente. Amigo de los poetas del 27 (Lorca, Alberti, Bergamín, Prados, Altolaguirre...), entre su círculo más privado se hallaban Luis Escobar, Edgar Neville, Luis Miguel Dominguín, la familia Domecq, Luis Miguel Dominguín, la bailaora Ana de Pombo y, sobre todo, Picasso, su gran amigo.
La química entre ambos genios era evidente. Cocteau conoció al pintor malagueño en 1915 en su estudio de la Rue Schoelcher de París. Desde entonces se hicieron inseparables: corridas de toros, juergas flamencas y proyectos en común, como el ballet «Parade», de Diaghilev, en el que trabajaron junto a Erik Satie en 1917. Dos años más tarde, Cocteau publicó «Ode à Picasso» y en 1923 apareció una monografía del pintor. Además, ambos se retrataron en numerosas ocasiones. En esta muestra se exponen varios ejemplos: seis retratos de Picasso hechos por Cocteau, uno de éste firmado por el malagueño, una primera edición de «Ode à Picasso» y un puñado de divertidas instantáneas. Por si fuera poco, la presencia picassiana aflora en los 80 dibujos, 15 cerámicas y tres espléndidos paneles realizados en Marbella en 1961 para la tienda de Ana de Pombo, que se exhiben en la segunda sala de la muestra. Algunas obras parecen salidas de la «Tauromaquia» y la «Suite Vollard».
FARALAES Y BATA DE COLA
Cocteau se centra en la España de faralaes y bata de cola. Parecen interesarle sólo el flamenco y los toros. Pintó a Curro Romero, El Cordobés, El Güito, Manolo Caracol... La primera sala está dedicada a las fotografías, libros y documentos, como una carta dirigida a Buñuel. Destaca un precioso cuaderno de dibujos que Cocteau dedicó a España en junio de 1961. Lo titula «La aventura española» e incluye 16 dibujos inéditos. Narra en ellos un accidentado viaje a nuestro país, en el que se le negó la entrada. Según la versión oficial, fue un error administrativo. La exposición, que ha sido comisariada por Lucía Ybarra, se exhibe en la segunda planta del CARS. En ella ha colaborado muy estrechamente la Asociación de Amigos del Museo Jean Cocteau de Milly-la-Fôret. Su presidente, Pierre Bergé, afirmó ayer que a este prolífico artista (dramaturgo, poeta, novelista, cineasta, pintor, dibujante, coreógrafo...) le hubiera conmovido mucho el homenaje que se le rinde con esta exposición en un lugar «en el que puede respirar el mismo aire que el “Guernica”. Me conmueve profundamente este saludo de la España de hoy a este artista, que estuvo profundamente enamorado de España». El museo dedicado a Cocteau será una realidad dentro de un par de años y tendrá su sede en la casa donde pasó sus últimos años y en cuya capilla, diseñada por él mismo, está enterrado. Como recuerda el director del Reina Sofía, Juan Manuel Bonet, esta muestra se inserta en un proyecto de exponer en el museo la obra plástica de grandes escritores. Antes fue Sarduy, ahora Cocteau y, en un par de meses, le tocará el turno a Vicente Huidobro. Hasta el 16 de abril podemos disfrutar con la obra menos conocida del director de películas como «La bella y la bestia» o «El testimonio de Orfeo», algunas de las cuales se reponen estos días en el Instituto Francés.
César González-Ruano retrató magistralmente con su pluma a este francés iconoclasta: «Pelo gris, alborotado por el aire de la propia velocidad de las ideas. Jean es como un hermano mayor de sí mismo. Tiene algo de guillotinado con permiso, de Mario-Antonieto que ha seducido a su verdugo. Un Wilde a punto de ser Oscar del cine. Un Rimbaud que oscurece sus propias iluminaciones».
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