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ABC Cultural

Rauschenberg, invisible

Rauschenberg, invisible

Robert Rauschenberg (1925-2008) sintió siempre una extraña atracción hacia lo decrépito. Ahora, en homenaje póstumo a uno de sus creadores predilectos, el Museo Guggenheim de Bilbao resucita para el gran público su última serie escultórica. Bautizada como «Gluts» (1986-1995), término que hace referencia a los «excedentes» de producción, esta selección tiene su origen en un viaje que hizo al autor a su Texas natal en plena crisis económica motivada por la sobreexplotación de las refinerías petrolíferas. Su ingenio logró ensamblar piezas de metal desechas para crear nuevas identidades sin especificar. Todo sirve: bidones oxidados de gasolina abandonados en la cuneta, somieres y bicicletas rescatadas del desguace y señales de tráfico desgastadas. No se sabe cómo, la mano invisible de Rauschenberg (el artista apenas intercede entre los elementos) convierte la agonía en arte. A algunos, incluso, les confiere una pátina de ironía que carga contra la sociedad de consumo y el exceso de bienes. «Simplemente quiero que la gente se enfrente a sus ruinas. Les estoy ofreciendo souvenirs sin nostalgia», declaró en una ocasión.

«Totems» industriales

Desde ayer, medio centenar de ensamblajes, «totems de la industrialización», habitan entre las paredes del museo bilbaíno, en una exposición muy particular (nunca antes de la chatarra se había extraído tanta belleza), que ha sido comisariada por Susan Davidson y David White. Repartidas en cuatro salas, las piezas irradian alegría de vivir, una especie de «energía optimista», y eso que todavía conservan el aura deprimente de su estado anterior. Abre la muestra una habitación circular dedicada a un conjunto monocromático convertido en improvisado escenario de la Trisha Brown Company. Corría el año 1987 cuando, a contrarreloj, Rauschenberg hubo de rebuscar por las calles de Nápoles desperdicios de metal. Son los «Neapolitan gluts».

La potencia visual de la muestra sube con los «Gluts direccionales». Indicadores jubilados guían al espectador por el universo creativo del artista. De repente, panzarriba, «Primary Mobiloid Glut» (1988) recuerda a la «Rueda de bicicleta» de Duchamp. A su lado despunta «Mercury Sommer Zero Glut» (1987); un pequeño ensamblaje formado por un ventilador de mano al que el autor dio alas, como el dios. Al final del camino, dos pegasos en vuelo parecen seguir la estela del pop art. Pero la elegancia icónica de los «excesos» de Rauschenberg no conoce límites.

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