Ratzinger y Habermas repiten el diálogo que Eco y Martini mantuvieron en Italia
BERLÍN. Después de una discusión de varias horas, mano a mano, con el cardenal Josef Ratzinger, Jürgen Habermas concluye con ironía : «En el terreno operativo no podemos estar más separados, pero sólo disentimos en lo fundamental». Estos dos pesos pesados de la intelectualidad alemana se ... han reunido recientemente en la Academia Católica de Münich para dedicar una larga y desapacible tarde de invierno a la búsqueda de consenso. A pesar de las diferencias que les separa, desde posiciones ideológicas muy distintas, el encuentro se desarrolló en un ambiente de gran cordialidad y satisfacción por ambas partes. Al fin y al cabo, tal y como reseña con perspicacia y cariño, Christian Geyer en el diario «Frankfurter Allgemeine Zeitung», «en estos tormentosos tiempos de amenazas terroristas internacionales y conflictos globales, más nos valdría poder refugiarnos bajo un gran paraguas teórico, que bajo dos pequeños paraguas».
Ambos pertenecen a la generación que nació sobre los años veinte y han sido testigos directos de la convulsa historia europea del siglo pasado desde la actividad contemplativa y reflexiva, aunque sus puntos de partida son totalmente opuestos. Desde mediados de los sesenta, en las Universidades de Frankfurt y Tübingen han encabezado las escuelas filosóficas del discurso (Habermas es el filósofo alemán vivo más célebre y en él se basa el pensamiento socialdemócrata del último medio siglo) y del dogma (el Cardenal Ratzinger ejerce como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe). Su enfrentamiento dialéctico supone el encuentro de dos caminos de pensamiento, por tanto, que buscan puntos de anclaje al mismo tiempo que -¿cómo no?- el placer del duelo. La excusa en forma de tema a tratar eran los «Recursos extrapolíticos del Estado constitucional democrático».
Pronto se plantea el hecho de que ese Estado se alimenta de presupuestos normativos que no es capaz de garantizar por sí mismo y Ratzinger plantea la pregunta: «¿Podrá el Estado democrático, con semejante déficit de partida, encontrar el equilibrio a través de una moral exclusivamente ligada al Estado?». «La confianza en el proceso democrático bastará para promocionar las virtudes políticas como la participación ciudadana o la solidaridad», sugiere Habermas.
Ratzinger recurre a términos como la «metedura de pata de la secularidad» para responder a ideas presentadas por su interlocutor, como la conveniencia de ampliar los puntos de mira y no quedarse en el «ethos» cristiano, sino abarcar el «ethos» de la secularidad occidental.
En otros aspectos se muestran más de acuerdo, como en la necesidad de un diálogo intercultural para llegar a una mayor integración con las culturas china e india en busca de una mayor espiritualidad. Ratzinger recuerda que los Padres de la Iglesia insistían ya en una transformación que podría denominarse un «cambio en la estructura de la santidad».
A pesar de las diferencias existentes entre los distintos planteamientos, hubo también evidentes puntos comunes como la necesidad de trasladar el concepto de solidaridad a la ética política del día a día. En este sentido, señalaron que «eliminar el concepto de solidaridad del discurso público, supondría una gran pérdida para nuestra cultura política y ciudadana».
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