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'Rabia': Una historia de amor imposible en tono de 'thriller'

La tercera película del ecuatoriano Sebastián Cordero, producida por Guillermo del Toro, es una una "libre" adaptación de la novela homónima de Sergio Bizzio

'Rabia': "Ira, enojo, enfado grande", según la Real Academia de la Lengua. Y de todo hay en la tercera película del ecuatoriano Sebastián Cordero, producida por Guillermo del Toro. La ira de José María (Gustavo Sánchez) al ser testigo mudo del trato que recibe su amada Rosa (Martina García); el enojo de la señora Torres (Concha Velasco) por su frustrada vida perfecta; y el enfado grande de su hijo (Álex Brendemühl), incapaz de controlar sus instintos.

En este ambiente tenso y cínico, Rabia -una "libre" adaptación de la novela homónima de Sergio Bizzio- cuenta una "historia de amor imposible entre dos personajes" que lo apuestan todo por sus sentimientos mientras a su alrededor sólo hay "relaciones fallidas". Y lo hace en tono de 'thriller', con un aire de suspense, usando como claustrofóbico escenario una casa señorial y decadente de un pueblo del País Vasco.

Rabia arranca con el inicio de una relación entre dos inmigrantes sudamericanos, Rosa y José María. Él, celoso y con un carácter volátil, mata accidentalmente a su capataz. Obligado a esconderse, se refugia en la villa en la que su pareja trabaja como empleada doméstica interna. Nadie, ni siquiera ella, sabrá de su vida paralela en el desván.

El desgaste físico que sufre el personaje de Gustavo Sánchez con su encierro secreto en la casa llevó a Cordero a rodar de atrás hacia adelante: el actor perdió 13 kilos para grabar las escenas finales y fue ganando peso con los días. A esta dificultad se añadía el hecho de situar la acción en un espacio cerrado y "casi abandonado". "Los dueños van a veranear allí, pero me cuesta creerlo", dice el cineasta. Es más: "todos los bichos que exterminan en la película son reales y teníamos que exterminarlos por la mañana cuando llegábamos", bromeó Velasco. Ese "gran reto", junto con la fuerza del guión, animó a Icíar Bollaín a aparcar momentáneamente la dirección para un pequeño papel.

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