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La primera entrevista a Plácido Domingo

Su paciencia fue infinita, sus respuestas adecuadas y el comportamiento irreprochable

Plácido Domingo durante un evento en Nueva York REUTERS/Shannon Stapleton

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La primera entrevista que hice en mi vida fue a Plácido Domingo . Tenía 17 o 18 años, estaba en Londres y un «compañero» de la agencia Efe, donde hacía mis primeros pinitos, «me la pasó». No recuerdo su nombre pero sí que Alfonso Barra, delegado de Efe, y Josep Bosch, le querían siempre lejos (de mí y de ellos). El hombre, –si no era subdirector de la delegación tenía un cargo parecido–, me entregó una entrada para el Covent Garden donde Domingo estrenaba « Un ballo in maschera ». Yo, según sus instrucciones, tenía que esperar al entreacto y salir pitando al camerino del tenor donde, supuestamente, me esperaba para terminar su entrevista, que había quedado inconclusa por la mañana y que iba a salir publicada en la revista «Hola». Sentada en la butaca, antes de que se alzara el telón, repasaba las preguntas en mi cuaderno mientras la señora de mi izquierda se asomaba a curiosear mis letras. Nerviosa, le arrojé una mirada asesina porque me estaba poniendo al borde de un ataque. Amable, me dijo: «Soy Marta, la esposa de Plácido». A continuación, expresó su sorpresa de que una jovencita estuviera ocupando esa butaca porque ella esperaba «al señor de la agencia Efe».

La mujer se quedó sorprendida con mis explicaciones y me advirtió: «Plácido jamás hace entrevistas en el camerino y mucho menos entre un acto y otro, pero yo te voy a ayudar».

Marta Ornelas cumplió su palabra. Al final, al caer el telón, me llevó de la mano entre bambalinas, donde su marido saludaba a varios miembros de la Familia Real. De ahí, nos fuimos juntos al camerino. Plácido Domingo se desmaquillaba mientras yo le preguntaba y le preguntaba… Tenía 17 o 18 años y soñaba con ser una gran periodista. Su paciencia fue infinita, sus respuestas adecuadas y el comportamiento irreprochable.

Pasaron desde entonces 40 años. He leído los testimonios publicados de las mujeres que le acusan ahora de haberse aprovechado de su fama o su cargo para intentar o directamente hacerlo, poner la mano y lo que no es la mano, en cuerpo ajeno. En rigor, ninguna habla de violación o de forzamiento. Los actos, salvo el de la falda, fueron consentidos y los intentos de seducción verbales, rechazados por la que quiso. Las experiencias narradas, hasta el momento, se corresponden con situaciones incómodas o indeseables. Esto resulta tan evidente como que la única que decidió acostarse con él lo hizo mientras soñaba con una carrera meteórica en el mundo de la lírica.

Patricia Wulf, que hasta hace un puñado de horas presumía en su perfil de haber cantado con Domingo, brama 30 años más tarde porque el tenor «se acercaba tanto como podía, ponía su cara frente a la mía, bajaba la voz y me decía, "Patricia, ¿te tienes que ir a casa esta noche?"». Plácido Domingo reconoce en el comunicado: «Creía que todas mis interacciones y relaciones siempre eran bienvenidas y consensuadas». Y añade: «Reconozco que las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de como eran en el pasado».

Mis preguntas y mi firma jamás salieron en la entrevista de «Hola». Aquel «compañero», que era mi jefe, se me arrimaba a diario más de la cuenta junto a la máquina de café y cuando veía la ocasión, me hacía insinuaciones de mal gusto. Era un viejo verde asqueroso al que, a mis 17 o 18 años, esquivé y ahora ni siquiera recuerdo su nombre.

«¿Cómo le dices que no a Dios?», se pregunta una de las mujeres que señalan desde el anonimato a Plácido Domingo. La pregunta es impactante, pero cada una tiene su propia respuesta.

Estos días, me acuerdo de Marta Ornelas y la veo en imágenes con sus espléndidos 84 años. Y, la verdad, también lo siento por ella.

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