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Pinin Brambilla, premio Gabarrón de Restauración y Conservación

El jurado reconoce en la restauradora «su dilatada actividad en la conservación y la restauración de Patrimonio Artístico de incalculable valor y proyección universal»

J. V. B. CORRESPONSAL

ROMA. Un jurado, presidido por Francisco Javier León de la Riva, y formado por Salvador Andrés Ordax, Miguel Ángel Cortés, Manuel Erice y Ubaldo Sedano, ha otorgado el premio Gabarrón de Restauración y Conservación 2005 a Pinin Brambilla. Cuando en Italia se menciona a esta mujer, todo el mundo piensa en Leonardo da Vinci. Los veinte años de trabajo para recuperar «La Última Cena» han sido la mayor epopeya en la historia de la restauración de obras de arte. La vida de la restauradora se entrecruza con la de los grandes genios de la pintura, pues ha sabido recuperar el color y la energía originales en piezas únicas de Giotto, Piero della Francesca, Mantegna, Tiziano y Tiépolo, por citar los más conocidos.

Brambilla confiesa que este premio «ha sido una sorpresa y una gran emoción por muchos motivos, incluido el ser un premio español, pues tanto mi marido como mi hijo son españoles. Mi segundo apellido, Barcilon, proviene de que somos una antigua familia catalana, con raíces en Barcelona».

El premio es el reconocimiento de una extraordinaria vida profesional iniciada por derroteros poco comunes. Recuerda que «yo había pensado ser arquitecto, y mi primera pasión fueron los frescos por su contacto con los muros. Después me asomé a la restauración de la mano de un gran maestro de aquel tiempo, Pelliccioli, con quien trabajé en equipo. Desde entonces, la restauración ha cambiado mucho. Antes era artesanal, ahora es mucho más científica. También en España se han dado pasos de gigante en este campo».

Un sufrido trabajo de 20 años

Así como el nombre de Gianluigi Colalucci, ganador del Gabarrón en 2002, quedó asociado a la restauración de la Capilla Sixtina, las manos de Pinin Brambilla están detrás de las de Leonardo en «La Última Cena» de Santa María de las Gracias de Milán, una obra que Da Vinci no pintó sobre el yeso fresco, sino sobre la pared ya seca, con el consiguiente deterioro posterior. Según la restauradora, «fue un trabajo de 20 años, muy duro y muy sufrido, pues tenía que reconquistar la materia pictórica fragmento por fragmento, escama por escama».

Ayer era la fiesta de María Magdalena, una de las santas más populares de la Iglesia católica, y resultaba inevitable comentar la interpretación nupcial de la escena que hace Dan Brown en «El Código da Vinci». Entre risas por la ocurrencia del escritor, Brambilla subraya que «se trata sólo de una novela, entretenida, que yo no quiero comentar. La escena representa el momento del anuncio de la traición de Judas. Jesús anuncia que «uno de vosotros me va a traicionar», y lo importante no es tanto que Pedro tenga un cuchillo en la mano como el movimiento general de todas las manos y de las personas que dicen «yo no soy» o se preguntan quién pueda ser. La escena recoge todo este movimiento único, ese momento de estupor».

A diferencia de la dureza del trabajo sobre la obra maestra de Leonardo da Vinci, la restauración de la Capilla de los Scrovegni en Padua «fue un continuo placer para los ojos, pues Giotto se disfruta mejor desde lo alto de los andamios». En la actualidad, Pinin Brambilla está poniendo en marcha en Turín «el tercer polo italiano de la restauración, junto con los de Roma y Florencia, sobre todas las especialidades: frescos, pinturas, tejido, muebles... con instrumentos científicos sofisticados. El próximo enero iniciamos el curso de alta calificación para restauradores ya diplomados y después comenzará la escuela de cinco años». Pinin Brambilla figura, a doble título, entre los grandes maestros de la pintura.

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