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Pequeño atlas de la «Pottermanía»

El fenómeno es global, y no falta quien critica su vertiente de consumismo. Colas más propias de conciertos de rock en Singapur; en Sydney, una vieja locomotora a vapor hizo «real» el tren de Hogwarts, y partió de la estación central con 800 pasajeros, desde un improvisado andén 9 y 3/4; en Hudson (Ohio), una librería convirtió la más céntrica calle en el callejón Dyagon, con almacenes de varitas mágicas y todo, donde los fans lloraban de emoción; en Wisconsin, una librería reconstruyó un castillo Hogwarts y organizó una partida de quidditch; en París, un almacén de la Rue de Rivolí abrió hasta altas horas de la madrugada y amenizó a los compradores con espectáculos de magia. Como en el resto del mundo, los vendedores iban disfrazados de magos y las tiendas se llenaban de personajes de la saga.

Mientras tanto, J.K. Rowling hizo llegar a la Biblioteca Pública de Nueva York un ejemplar firmado, pero, en parte por motivos de seguridad, en parte por continuar el «show» mundial, este libro llegó en un furgón blindado y fue puesto en las estanterías por su director flanqueado por guardaespaldas.

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