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ABC Cultural

Ortega en otra circunstancia

Su primer exilio, tras el fracaso de la República, le permite reflexionar sobre la demagogia reinante y la necesidad de una España liberal y monárquica

JM NIETO

FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR

En diez años fundamentales de la historia de España –los que van del comienzo de la guerra civil al fin de la contienda mundial–, José Ortega y Gasset vivirá la radical afirmación de su ser histórico proclamado tiempo atrás en las «Meditaciones del ... Quijote». Ortega es él y una circunstancia que debe ser salvada para la salvación del individuo que la vive. Abrumado por la violencia y el sectarismo que deshace todo lo que la España del 98 y del 14 emprendió con justificada esperanza de regeneración, Ortega decide tomar el partido de quien se niega a una rendición incondicional de la inteligencia. Eso no significa que se considere menos afín al bando nacional, en el que combatirán sus dos hijos, que al bando republicano, que ya le molestaba desde fines de 1931 y que ha llegado a repugnarle en su desviación de los ideales de liberalismo moderado de la víspera del 14 de abril. Lo que implica su actitud inicial es un cauteloso silencio de militancia activa en lo que se refiere a España. Es, además, un turbio desencanto que le empuja a desdeñar el excesivo optimismo con el que valoró la misión de los intelectuales y la utilidad de la política en los años de su mocedad. Es, sobre todo, un periodo de esplendorosa madurez, en el que recobrará el pulso teórico que los años de decepción republicana han ido menguando.

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