Nicaragua: la autocracia y las letras
«En la triste historia de despotismo que ha padecido América Latina en general, y Centroamérica en particular, nunca un dictadorzuelo había señalado a las Academias o a las bibliotecas como enemigos. Ni los más sanguinarios e indoctos –ni siquiera los Somoza, y eso ya es decir mucho– habían hecho lo que acaban de hacer Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua»
La dictadura nicaragüense ordena cerrar la Academia de la Lengua: «Es inaudito»
Imagen de una manifestación contra Ortega en 2018
En la triste historia de despotismo que ha padecido América Latina en general, y Centroamérica en particular, nunca un dictadorzuelo había señalado a las Academias o a las bibliotecas como enemigos. Ni los más sanguinarios e indoctos –ni siquiera los Somoza, y eso ya es ... decir mucho– habían hecho lo que acaban de hacer Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua . Su amenaza de cerrar la Academia Nicaragüense de la Lengua y otra institución menos conocida pero igualmente valiosa para la divulgación de la cultura nacional, la Fundación Enrique Bolaños, rompe todos los esquemas a los que estábamos acostumbrados.
Tal vez sólo las dictaduras militares de los setenta demostraron tanto desprecio por la cultura y el pensamiento. Ni siquiera Rafael Leónidas Trujillo , el déspota dominicano, quiso deshacerse de los escritores y de las instituciones culturales. Los autócratas de su estirpe doblegaban con el terror a los creadores para ponerlos a su servicio, lo cual demostraba que en el fondo de sus tiránicos cerebros sobrevivía algún respeto por las letras y el uso noble de la lengua. Fidel Castro usó la cultura como un arma diplomática; hasta Hugo Chávez entendió que el premio Rómulo Gallegos compraba lealtades. Ortega y Murillo, en cambio, han emprendido un ataque contra toda actividad cultural autónoma y prácticamente contra toda expresión de vida inteligente.
¿Cómo se explica que suceda esto, y que además suceda en Nicaragua, un país que se ganó un lugar en la memoria de la humanidad gracias a sus escritores? Sólo se me ocurre una respuesta. En medio de su delirio paranoide, Ortega y Murillo están tratando de aislar a Nicaragua de cuanto consideran nocivo e incluso demoníaco . No quieren oposición política ni toleran una prensa libre porque creen que la democracia es una imposición occidental que busca la división del pueblo. Sólo toleran la unanimidad absoluta, la ausencia de conflicto que se consigue evangelizando y expulsando al que no piensa igual. Su modelo, como el de Castro o el doctor Francia, es la misión jesuítica. Un país convertido en secta religiosa que le rinde devoción a los líderes que velan por la salud espiritual del pueblo. Cualquier institución que les recuerde a los nicaragüenses que pertenecen a una comunidad humana más extensa, será por eso atacada. Para crear la Nicaragua «bendita, digna y soberana» con la que desvarían, los copresidentes tienen que cerrar todas las ventanas. Y la Academia de la Lengua, cómo no, es una de ellas.