Muere a los 74 años Jacques Derrida, el filósofo de la «deconstrucción»
Ayer falleció a los 74 años, aquejado de un cáncer de páncreas, el profesor, ensayista, filósofo y antiguo «caimán» Jacques Derrida, patriarca fundador de la «gramatología» y la «deconstrucción». Ayer recibía los elogios de Chirac y alguna «web» lo tildaba de «cadáver literario».
Derrida nació ... el 15 de julio de 1930 en El Bihar (Argelia), en el seno de una familia judía, condenada a un doble desarraigo, entre los argelinos musulmanes y entre los franceses metropolitanos, a partir de 1962, cuando los Derrida se vieron obligados a emigrar, víctimas de la independencia. El joven Derrida ya se había instalado en París en 1950, cuando comenzó a estudiar en la siempre influyente Escuela Normal Superior, donde llegó a ser un reputado «caimán», que es como se nombra a los directores de estudios. Influido por Bergson y Sartre, Derrida comenzó aspirando a fundar su propia escuela, con un libro legendario y creo que poco o nada reeditado, «De la gramatología» (1967).
Después del existencialismo
El existencialismo tuvo quince años de gloria universal (1945-60) bajo la doble tutela cosmopolita de Sartre y Camus. El estructuralismo vivió una larga década de fama mucho más minoritaria, entre los años 60 y 70 del siglo pasado. Derrida aspiró a compartir la fama, influencia y poder de los patriarcas estructuralistas (Barthes, Foucault, Althusser, Leví-Strauss). Pero nunca llegó a tanto. Sus ensayos sobre Husserl, Heidegger, Nietzsche, Marx, Condillac, Freud, Levinas, Paul Celan, entre otros, le dieron fama entre ciertas elites universitarias.
Sus cursos en la costa Este norteamericana llegaron a favorecer lo que, en su día, llegó a calificarse como «riesgo de invasión» de la «deconstrucción» francesa. Su influencia universitaria es bien conocida. El existencialismo y el estructuralismo, la gramatología y la deconstrucción derridianas nunca llegaron a convertirse en moda perdurable.
Su creación del Colegio Internacional de Filosofía (1983) y sus cursos en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales le instalaron en el mandarinato nacional, ensalzado por minorías, pero muy contestado por las nuevas generaciones de ensayistas post-68. Con la impiedad del no creyente, George Steiner llegó a escribir que la filosofía de Derrida «es una nota a pie de página de la obra de Heidegger».
A pesar de tales diferencias de fondo, entre «mandarines» y «caimanes» de cátedras universitarias de renombre, Derrida vivió un drama que marca lo más profundo de su obra. Judío argelino con mala salud, relativamente acomodado, en sus orígenes, el joven ambicioso tuvo que sufrir sus desencuentros con el pensamiento presuntamente progresista de su juventud.
Argelino condenado al destierro, Derrida estaba forzosamente alejado de la izquierda política, favorable a los militares que tomaron el poder en Argel. Judío agnóstico, tampoco podía integrarse en las filas de la izquierda sionista, más libertaria que marxista como ocurre en el caso de Scholem. Gran lector de Sartre, no siempre podía seguir al maestro supremo.
Ese rosario de desencuentros alimenta el fervor de Derrida por Levinas y Celan, sobre los que escribió páginas de compleja aproximación. Esas mismas raíces familiares lo obligaron a intentar pensar la extrañeza del «otro», el vecino de otra religión que habla otra lengua y es nuestro semejante. Atormentado por el fantasma de infiernos tan universales e inmediatos (Auschwitz, el terrorismo, la guerra entre Israel y los palestinos, la defensa de Occidente y la crisis de todos sus valores), Derrida terminó perdiendo la gracia literaria que había sido el primer atractivo universal de la lengua y los escritores franceses. Derrida quizá sea un genio, pero es muy difícil entenderlo, si es que se llega.
Secretos romances
Ayer, Jacques Chirac resumía los grandes honores debidos al hombre público, insistiendo en que Derrida es «un pensador universal». Menos ecuménico, el ensayista Juan Asensio, de origen español, abría un debate en su influyente web afirmando que «ahora comienza la disección de un cadáver literario». Casado con una reputada psicoanalista, Jacques Derrida es el padre del primer hijo de Sylviane Agacinski, actual esposa de Lionel Jospin, líder y primer ministro socialista entre 1995 y 2002. Esa relación amorosa es uno de los capítulos más secretos de la reciente historia política e intelectual.
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