El militar que en los años 60 abrió el camino para descubrir una ciudad romana desconocida en Artieda de Aragón
Arqueólogos de la Universidad de Zaragoza han comprobado la existencia de un entramado de calles en el Forau de la Tuta y han destapado el mosaico de unas termas

«La historia es un poco rocambolesca o surrealista», advierte Enrique Osset antes de comenzar un relato que se remonta hasta el verano de 1963, con las vacaciones de su familia en Artieda de Aragón, y que casi 60 años después ha conocido su epílogo ... en el descubrimiento de una ciudad romana hasta ahora desconocida en las cercanías de esta localidad situada en el límite de las provincias de Zaragoza y Navarra.
Las primeras catas exploratorias llevadas a cabo desde el 19 de julio al 13 de agosto por un equipo de la Universidad de Zaragoza (Unizar), la UNED, la Universidad de Salamanca y el Institut Ausonius de la Universidad de Burdeos en el terreno conocido como el Forau de la Tuta han confirmado la existencia del entramado de calles de una urbe y han sacado a la luz un mosaico blanquinegro con motivos marinos en buen estado de conservación , en lo que creen que fueron unas termas. Estos primeros pasos no han podido ser más esperanzadores. Los arqueólogos no albergan dudas de que en esos mismos campos del Prepirineo se levantó una ciudad de época altoimperial romana, de nombre desconocido, que hasta ahora había permanecido en el olvido.

Los estudios comenzaron después de que el Ayuntamiento de Artieda se pusiera en contacto con el departamento de Ciencias de la Antigüedad de Unizar, pues era consciente de que en esa zona había algo. En la cercana ermita de San Pedro saltan a la vista dos capiteles corintios que se usaron en su construcción, uno en el exterior y otro en el interior (descubierto en 2006 cuando se quitó el rebocado), así como fustes de columna y otros materiales constructivos monumentales.
En la zona del barranco eran conocidas además unas estructuras hidráulicas, con un gran muro de cemento romano y unas cloacas, que hacían pensar que cerca de allí, siglos atrás, se escuchaba el bullicio de una ciudad.
Otro dato conducía hacia esa misma idea. En un campo ubicado a poco más de un kilómetro del Forau de la Tuta, en Rienda, Enrique Osset Moreno descubrió en 1963 una villa romana con un magnífico mosaico que hoy conserva el Museo de Zaragoza.
Ahora, casi sesenta años después, los trabajos que este militar realizó por su cuenta han sido de gran ayuda a los investigadores. «Somos herederos de su legado, hemos seguido un poco sus pasos», comenta la arqueóloga Paula Uribe, una de las directoras de la investigación.
Enrique Osset hijo apenas guarda algunas imágenes algo borrosas de entonces, pues solo tenía 6 años, pero los documentos conservados en su casa han permitido que él y sus hermanos descubrieran la larga pelea que mantuvo su padre en aquellos años del franquismo por sacar a la luz el pasado enterrado en los campos de Artieda.

La familia Osset acudió en aquel verano a pasar un mes en la casa que la abuela materna tenía en el pueblo y en las conversaciones con los lugareños no tardó en salir a colación el accidente que había sufrido un joven agricultor durante la primavera. Francisco Iguacel había probado en un campo su nuevo tractor, que hacía un surco más profundo, y se había topado con una enorme piedra que rompió la reja del arado. Enrique Osset acudió a ver el pedrusco del que hablaban y se dio cuenta que era una columna romana. «Él era capitán de Infantería, pero le gustaba la Historia y tenía ciertos conocimientos », explica su hijo.
La aparición de más restos y las catas que fue haciendo en el campo le hicieron concebir la idea de que se encontraba ante una villa romana. «En el pueblo la gente pensaba que los restos que iban apareciendo por el campo eran de la época de los moros. Alguno tenía un sarcófago de piedra que usaba de abrevadero para el ganado, y a veces encontraban piedras raras, columnas… pero no lo asociaban con los romanos», cuenta el mayor de los Osset.
Un espectacular mosaico
Aunque excavaba solo, pues era temporada de siega y todos en el pueblo andaban atareados, el militar no tardó en descubrir un espectacular mosaico de unos 90 metros cuadrados con temas de caza y pesca. Inmediatamente, alertó a las autoridades del valioso hallazgo y la noticia trascendió. En este periódico se publicó por entonces una nota de la agencia Logos , que atribuyó por error el hallazgo al labrador. Días después, Osset envió a la redacción de ABC una carta que aclaraba el asunto y que el diario extractó el 16 de octubre. En ella decía que ya eran dos los mosaicos de tesela fina que había encontrado.

Aún destapó varios más en Rienda, en peor estado de conservación, y fue reconociendo toda esa zona durante aquel verano. Enrique cuenta que habló con los guardas forestales, preguntó a la gente del pueblo y recopiló todo lo que contaban los del lugar. Así supo de los restos que se habían ido encontrando aquí y allá. Con toda la información, escribió un informe en el que situó tres sitios principales: el Forau de la Tuta, donde creyó identificar restos de un campamento romano , y a izquierda y derecha dos villas romanas, la de Rienda y otra que llamaban villa del Sastre. «Mi padre suponía que el Forau de la Tuta era el núcleo, el campamento romano que luego se convirtió en una ciudad, y que después los más pudientes fueron levantando villas en el campo a izquierda y derecha, porque el río seguía siendo la frontera», explica.

Osset dedicó aquel verano a excavar e investigar la zona, más centrado en la villa de Rienda, donde había hallado el mosaico más espectacular. Al término de las vacaciones, la familia regresó a Ceuta, donde estaba destinado el militar. Pero desde allí y después desde Jaca, se dedicó a escribir artículos y a mandar cartas a las autoridades civiles y militares, a expertos y periódicos, para que se rescatara la villa romana. «Estuvo 6 años y no le hicieron caso» , se lamenta su hijo. Solo hubo financiación para trasladar el mosaico principal al Museo de Zaragoza, bajo la supervisión del profesor Antonio Beltrán. El resto se quedó allí y el campo siguió labrándose después durante años. Enrique Osset enfermó de cáncer en 1970 y falleció al año siguiente, sin lograr su propósito.
Años después, sus hijos encontraron su 'Libro rojo' con sus escritos y dibujos, que han digitalizado y compartido con los investigadores que se han puesto en contacto con ellos y por supuesto, con la Universidad de Zaragoza. Enrique, que estuvo presente de niño cuando sacaron el mosaico, ha ido situando en mapas actuales gracias a Google Earth los lugares anotados por su padre.
«Esta historia es como una carrera de relevos, mi padre, que era capitán de Infantería y aficionado a las piedras, intervino en el verano de 1963 localizando los sitios y reconociendo con catas lo que pudo; Antonio Beltrán con los de Bellas Artes sacan el mosaico para el museo y se abandona el tema. Lo retoman hace unos años, nosotros cooperamos con ellos, les pasamos nuestros papeles y datos y desde 2020 es la arqueóloga Paula Uribe la que lleva la batuta, me parece que bastante bien», resume.
Ya lo dejó escrito su padre en un artículo que publicó en la revista 'Ejército': «Las huellas de un poblado prácticamente no desaparecen; tan solo es necesario saberlas descubrir o interpretar».
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