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ABC Cultural

Marie Curie, la pasión por la ciencia

Marie Curie

La biografía de Marie Curie, la científica que logró dos premios Nobel, a la que hoy tienen acceso los lectores de ABC, ha sido escrita por el académico José Manuel Sánchez Ron y prologada por el periodista José María Fernández-Rúa

La pasión por la ciencia se instaló en una inteligencia de las que hacen época. Su frágil figura quizá no hacía sospechar la determinación imparable de una pobre emigrante polaca, Marie Sklodowska, que decidió trasladarse a París para estudiar en la Facultad de Ciencias de La Sorbona. Llevaba un equipaje escaso y los ahorros logrados como institutriz. Su padre, buen profesor de matemáticas, le enviaba pequeñas ayudas cuando podía permitírselo. El hambre llegó a provocarle desmayos a la muchacha, pero aún hoy, observando sus ojos en cualquier fotografía, no resulta difícil comprender que la mirada que se contempla dice a las claras que la rendición no entra en sus planes. Se entregó de tal modo a la tarea que amaba que, junto con su marido, descubrió el polonio (un nombre que homenajeaba a su tierra natal) y el radio. Aunque eran excesivas las horas en laboratorios destartalados y la exaltada entrega a la tarea, Marie nunca pensó en tomar precauciones contra los elementos que manejaba. Le costó la vida. ¿Insensata? No. A fin de cuentas, ¿quién se atrevería a afirmar que la pasión no lo arrasa todo?

En el otoño de 1891, una joven de aspecto tímido, hermoso cabello, y mirada obstinada, llamaba la atención en La Sorbona, porque siempre se sentaba en la primera fila de la clase de física. Estaba claro que no quería perderse nada. Aprender, esa era su decisión y a fe que la llevó a cabo. No importaba la escasez de dinero, la penuria de la habitación en la que vivía, alimentarse durante días de té, pan y mantequilla. Su vida iba a sufrir un cambio, aunque sin escapar del ascetismo, cuando contaba 26 años y conoció a un científico francés, Pierre Curie, que tenía 35. Marie tardó diez meses en contestar afirmativamente a la propuesta de matrimonio. Tuvieron dos hijas, Irene y Eve. Esta última escribió que la pareja se instaló en un diminuto apartamento cuya decoración estaba constituida por estanterías de libros y cuyo mobilario consistía en una cama, dos sillas y una mesa en la que no faltaban las flores...ni los libros. En 1897, Marie tenía ya en su haber dos títulos universitarios y una beca, amén de la publicación de una monografía sobre la imantación del acero templado. Andaba buscando un proyecto de investigación que fuera la base de su tesis para el doctorado, cuando el sabio Antoine Henri Becquerel, que junto con los esposos Curie ganaría en 1903 el Nobel de Física por sus descubrimientos, hizo público que las sales de uranio emitían de forma espontánea, sin exposición a la luz, rayos de naturaleza desconocida. Marie llamó luego a este fenómeno radiactividad. El hallazgo de Becquerel entusiasmó a los Curie. De hecho, Pierre, viendo los progresos de su mujer, abandonó sus investigaciones, para trabajar junto a ella. En julio de 1898 anunciaron el descubrimiento del polonio, y en diciembre del mismo año el del radio. Cuatro años más tarde, en 1902, Marie logró preparar un decigramo de radio puro y determinó el peso atómico del nuevo elemento.

De aquellos tiempos de trabajo fervoroso en condiciones peores que precarias dijo Marie: «A pesar de todo, en aquella miserable barraca pasamos los mejores y más felices años de nuestra vida, consagrados al trabajo. A veces me pasaba todo el día batiendo una masa en ebullición con un agitador de hierro casi tan grande como yo misma. Al llegar la noche estaba rendida».

La investigación y la docencia llevaban a Marie y Pierre, según reveló su hija Eve, a olvidarse a veces de comer y dormir. Llegado el tiempo de los reconocimientos, los viajes y los honores se sucedieron. Marie obtuvo en 1911, el premio Nobel de Química, un galardón que le llegaba por segunda vez, algo que durante 50 años no consiguió nadie. El radio permitía luchar contra el cáncer, pero sus descubridores no se consideraron sus propietarios. Marie dijo, y Pierre estaba de acuerdo, que algo así sería contrario al espíritu científico. De que lo poseía ha dejado huella para siempre. Su vida es una de esas, no muchas, que se desarrollan inmersas en la pasión que les da sentido.

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