Malditos coreanos...
Se abre el telón y se ve a un seminovato periodista (Owen Wilson) que, llegando al despacho del director con una mano delante y otra detrás, no solo encuentra un buen y cómodo trabajo en estos tiempos que corren, o reptan, sino que encima le ... da para comprarse un chalecito oreado en Florida la bella y criar sanamente a tres hijos. «Vaya, hace mucho que no veo una película de ciencia-ficción», podrá pensar algún confiado espectador/lector. Y ojo que esta introducción no es frívola ni mucho menos pataletera, sino que incide cual taladro de odontólogo en el mismísimo nervio infectado de este nuevo trabajo del autor de «El diablo viste de Prada». Esto es, la dispersión y distraigo de géneros en una percha destinada a la comedia romántica ya desde su cartel.
Pero David Frinkel aún dista de ser sastre valiente o fallero, por lo que añade a su cogollo capas de melodrama familiar generacional, costumbrismo laboralista y hasta ladridos de cine-peluche para todos los públicos, contaminando fatalmente el guiso aunque, al mismo tiempo, obteniendo sabores y deconstrucciones casi insólitas en el Hollywood actual y «casual». Con unos fatigados y superados Wilson y Aniston como matrimonio rubiales de bote y unos fugaces Alan Arkin y Kathleen Turner (¿o era Mayte Zaldívar?) completando el bando humano, el solomillo estelar recae en el asilvestrado y sísmico chucho Marley, sobre todo en un interminable y moqueante tramo final que alcanza el paroxismo de apología canina y que hace odiar a los «caníbales» coreanos y añorar a los guionistas que no se andaban por las ramas. Por cierto, ya está bien de pelis con perretes dentro, ¿no?
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