Luis García Montero: «Hay que asumir la Historia, no manipularla creyendo que hay buenos y malos»
El poeta y director del Instituto Cervantes publica ‘No puedes ser así’, un libro en el que pasa revista a su generación y a sí mismo, y en el que se pone a dialogar con el pasado, ese espejo incómodo que le permite recorrer todos sus desengaños
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Iniciar sesiónEn el despacho de Luis García Montero (Granada, 1958) hay un mar de libros desparramados por las mesas, un mapamundi y un retrato de Cervantes: un buen resumen de sus pasiones, siempre entre las letras y la vida, en esa grieta que habitan ... los poetas felices. El también director del Instituto Cervantes es un hombre ocupado y preocupado (a estas alturas la actualidad es un cataclismo), aunque nunca abandona la cadencia de su discurso, que parece sacada de algún templo o de una iglesia. García Montero acaba de publicar ‘No puedes ser así’ (Visor), una obra en la que pasa revista a su generación y a sí mismo, y en la que se pone a dialogar con el pasado, ese espejo incómodo que le permite recorrer todos sus desengaños.
—Este libro lleva por subtítulo ‘Breve historia del mundo’, algo raro en un poeta como usted, que lleva décadas buceando en la intimidad.
—En mi poesía, desde el principio, lo que he hecho es buscar la Historia en mi intimidad. Siempre he tenido la idea de que la Historia no son las batallas, ni las constituciones, ni los problemas políticos, sino los sentimientos. La manera en la que decimos soy hombre, o soy mujer, o soy yo, pertenecen al momento histórico en el que vives. En este libro, en cambio, lo que quise fue hacer un camino inverso: pensar en momentos históricos que a mí me habían capturado especialmente, y ver de qué manera el significado de esos sucesos históricos tenía que ver conmigo. Momentos como la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492, la primera vuelta al mundo, la Revolución Francesa, la muerte de Franco… Esta es una breve historia del mundo de acuerdo con mi propia manera de pensar las cosas.
—De alguna manera, en el fondo de estos poemas hay una reivindicación de la razón, de los ideales ilustrados, ¿no?
—Hay que darle una segunda oportunidad a la razón, a los valores del saber que representó Kant en el ‘sapere aude’, atrévete a saber. Y los valores éticos de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Hemos pasado por un momento en el que se han puesto en duda esos valores. Bueno, había motivos. La modernidad ofreció la felicidad pública y la felicidad privada, pero después ha habido muchas promesas incumplidas. Personas como Nietzsche, como Marx, como las repesentantes del movimiento feminista o como Foucault nos educaron en la posmodernidad en un discurso de la sospecha. A mí lo que me preocupa es que la cultura de la sospecha haya derivado en el cinismo, en el todo da igual, en el nada importa, en el esto no tiene arreglo. La conciencia crítica se convierte simplemente en renuncia: no hace falta defender valores ni nada porque todo es sospechoso, todo está mal. Eso ha tenido unas consecuencias en los últimos años muy graves de descrédito de las instituciones, de la política, de los valores.
—«Perder la memoria / fue darle la razón a los que opinan / que un izquierdista es un payaso», escribe en ‘Presidente’.
—Es un poema escrito directamente contra un pensamiento que se ha creído que lo progre era deslegitimar instituciones. De pronto, en la universidad, y muy en concreto en los Estados Unidos, se considera reaccionario estudiar a Shakespeare, o estudiar a Cervantes, porque lo moderno es ver la poesía que hay en una pintada en una pared en el Bronx. Esa deslegitimación de las instituciones y de la literatura como institución me parece que genera un acto de pérdida de memoria. Es mezclar los estudios literarios con otros estudios que tienen poco que ver con la literatura. Eso provoca la idea de que ser progresista o ser de izquierdas es ser un idiota, alguien que no comprende el valor de Shakespeare o de Cervantes o de Rosalía de Castro.
—Esa clase de iniciativas se hacen en nombre de la justicia, de la igualdad, de la lucha contra el racismo.
—En los estudios culturales se le da protagonismo a cosas sin interés ninguno simplemente por defender bellas causas. Y las bellas causas se convierten en una deslegitimación de la institución y de la democracia. Son mecanismos propios de sociedades que tienen el racismo como algo sistémico, como la sociedad norteamericana. Quieren enmascarar el verdadero problema, que es un problema de desigualdad económica. Se quiere enmascarar el racismo diciendo: en vez de estudiar a Shakespeare voy a estudiar a una mujer de color que ha escrito su primer libro y que me parece más interesante porque esto es ir contra el racismo. Flaco favor se le hace a la lucha contra el supremacismo si en vez de ir hacia la profundidad se queda uno en la superficialidad. La mejor manera de defender la multiculturalidad y la diversidad es ser muy conscientes de la memoria, del pasado, del valor de las instituciones, que son las que pueden arreglar el racismo.
«La mejor manera de defender la multiculturalidad y la diversidad es ser muy conscientes de la memoria, del pasado, del valor de las instituciones»
—Hay una corriente política que afirma que tenemos que pedir perdón por nuestro pasado. ¿Cómo es su relación con la Historia de España?
—Desde el orgullo democrático, y desde el compromiso con el futuro, no tengo ningún complejo de culpa. La Leyenda Negra fue una manipulación de otras potencias que por sus intereses económicos quisieron convertir a España en un país cruel. Y España, por su situación histórica, cometió muchas menos tropelías que los demás países. Fue mucho más salvaje la conquista Norteamericana del sur de México, por ejemplo, y ha sido mucho más cruel el comportamiento colonial de otros países en el África Subsahariana. Nosotros, cuando accedemos a América, somos un país muy religioso, muy marcado por la Iglesia, y desde el primer momento con los Reyes Católicos y el papado se firma un acuerdo para que ir allí no signifique ir a sacar mucho oro, sino ir a salvar almas para llevarlas al cielo. Eso tuvo muchas consecuencias. Claro que hubo crueldades, pero hubo mucha gente que quería salvar almas. Nuestro proceso de colonización tuvo figuras como Fray Bartolomé de las Casas, que fue un referente contra la crueldad, porque se opuso a la esclavitud. Hubo misioneros, después, que en vez de acabar con los idiomas indígenas, como sabían que se convence más a una conciencia en su lengua materna, se dedicaron a estudiar el español y a ponerlo en relación con esa lenguas. España consideró importante conservar esas lenguas... Que no me pidan que yo me avergüence como español de los procesos de América porque yo he nacido en un siglo en el que cuatrocientos años después ha habido campos de concentración, bombas atómicas y golpes de Estado como los de Pinochet, Videla y Franco con absoluta represión.
—¿Hay un punto medio entre la imperiofilia y la imperiofobia?
—Hay que asumir la Historia, ponerla en el contexto, no justificar ninguna barbarie, pero no manipular el pasado creyendo que hay buenos y que hay malos. Crear esos ámbitos de inocencia es muy complicado: los seres humanos hemos tenido dioses que nos han hecho sacrificar a nuestros propios hijos enterrándolos en la nieve. O maltratar al otro. Yo prefiero no crear ámbitos de inocencia. En este sentido, ni soy partidario de la imperiofobia ni nada partidario de la imperiofilia. Soy alguien que cree en los derechos humanos y que sabe cómo funcionan las situaciones históricas. Y tengo que mirarme a los ojos para decir que la crueldad no vuelva a repetirse con mi justificación. Y tengo que comprometerme con el futuro. Yo estoy muy orgulloso de la parte de la Historia que ha pensado en los derechos. Y de figuras como Bartolomé de las Casas o como Luis Vives, que no las tienen otras culturas.
—¿Andamos faltos de memoria, pecamos de adanismo?
—Así es. Vivimos en una sociedad que ha mercantilizado mucho el tiempo. Todo parece que es de usar y tirar, y eso provoca dos maneras de comportarse que rompen el diálogo generacional: el joven adánico y el viejo cascarrabias. Es algo que me preocupa como ciudadano, porque creo que una comunidad se basa en el diálogo generacional, entre mayores y jóvenes. Pero también me preocupa como poeta, porque la literatura es lo contrario al tiempo de usar y tirar, es la narración de una experiencia humana que puede sucederse a lo largo de generaciones, y que nos cuenta las razones de la vida en común en la Historia de la comunidad. En este libro intento superar esa quiebra generacional para reivindicar el relato de la democracia, para que nos podamos contar los fracasos y los errores que hayamos cometido. Para comprometernos desde la memoria con el futuro.
«Que no me pidan que yo me avergüence como español de los procesos de América. Yo he nacido en un siglo en el que cuatrocientos años después ha habido campos de concentración, bombas atómicas y golpes de estado»
—‘No puedes ser así’. ¿A quién va dirigido este título?
—‘No puedes ser así’ tiene que ver con el mundo, que es un mundo injusto, pero también con la persona que se mira al espejo, que se mira a los ojos decidida a hablarse con una verdad descarnada.
—¿Es un ejercicio de autocrítica, entonces?
—Sí, una autocrítica a mí mismo, que tiene que ver con posiciones políticas y con posiciones íntimas… Yo entré en la universidad a militar en el Partido Comunista, porque era el partido que estaba entonces organizando la lucha contra la dictadura. Recuerdo que en 1983 acompañé a Rafael Alberti a un congreso en Praga. Para mí fue una ilusión, porque era un congreso de intelectuales comunistas. Compartí excursión con Juan Antonio Bardem, con Juan Genovés... Después de estar tres días en el Congreso en Praga le dije a Rafael: «Esto es lo que más me recuerda a mi memoria de niño en el franquismo español. Aquí lo único que hay son fotos del caudillo y bailes folclóricos que se parecen a los de la Sección Femenina». Ese momento fue muy importante para mi conciencia precavida. Aprendí lo absolutamente criminal que puede ser el discurso político de la igualdad que renuncia a la libertad. La igualdad es fundamental en la sociedad, pero no se puede separar libertad e igualdad. Se necesitan mutuamente, porque si la libertad no va unida a un marco de convivencia que asegure la igualdad de oportunidades, la convivencia se convierte en la ley del más fuerte.
—¿Qué hace un poeta como usted en un despacho como este?
—Para un escritor y para un catedrático de literatura española dirigir el Instituto Cervantes es un lujo. Yo conocí el Cervantes desde su nacimiento, y he participado en la red del instituto en muchos sitios. Me parece que cómo España está representada en la red de Cervantes por el mundo habla muy bien de nuestra imagen. Cuando me lo ofrecieron me ilusionó mucho, porque creo que puede hacer un papel muy importante a la hora de divulgar y defender la cultura en español, las culturas de España, con repercusiones de todo tipo. El conocimiento de un idioma tiene repercusiones económicas, sociales, turísticas y de conocimiento y entendimiento cultural.
—¿Qué tal lleva la parte administrativa del trabajo?
—He ido asumiendo tareas que ya no tienen que ver solo con la parte cultural o lingüística, sino con la parte de gestión. Esta una institución muy grande, con muchas posibilidades y poco presupuesto, entre otras cosas porque en un momento en el que crecía llegó la crisis de 2008 y hubo unas reducciones muy tajantes del presupuesto. Tenemos una plantilla fija de casi mil personas repartidas por todo el mundo. Y hay que compaginar la ilusión del trabajo cultural con el intento de dignificar las condiciones de la plantilla. Y ahí uno se siente muy impotente: tú puedes decidir hacer un homenaje a Luis Rosales en la Caja de las Letras, o a Miguel Delibes, pero abordar la situación laboral de mucha gente… Eso se escapa de las posibilidades, porque tiene que ver con la situación económica, con las posibilidades del presupuesto.
«Yo aprendí lo absolutamente criminal que puede ser el discurso político de la igualdad que renuncia a la libertad»
—En estos tiempos oscuros e inestables, parece más pertinente que nunca la pregunta que le hace a Prometeo en uno de sus poemas: «¿Hay alguna hecatombe prevista para hoy?»
—El ser humano está acostumbrado a convivir con la catástrofe y con la peste, lo que pasa es que en este vértigo de velocidad en que se ha convertido la vida, donde todos los días hay algo nuevo, la convivencia con la catástrofe se ha hecho vertiginosa. Te levantas por la mañana a ver qué pasa hoy. En ese sentido escribí ‘Prometeo’, porque me parece que es importante apostar por una voluntad de resistencia, de no darse por perdido, de seguir justificando que el fuego acabe en manos de los seres humanos y nos permita la hoguera en la que sentarnos en torno para contarnos nuestra vida.
—Es usted un optimista, Luis.
—En literatura hay un concepto que a mí me ayuda, que es el de la esperanza. Frente al optimismo y el pesimismo, autores como Cervantes, que escribió El Quijote en una época de crisis profunda de la sociedad española, o escritores como Galdós, que escribió su obra en otra crisis de España, aprendieron que no se podía ser optimista, pero que tampoco podían caer en el pesimismo: optaron por la esperanza en el ser humano. Eso lo estudió muy bien María Zambrano.
—¿Cuál es la gran lección que le ha dado la poesía?
—A mí la poesía me ha enseñado a intentar vivir en el diálogo entre la conciencia individual y el compromiso social. Se equivoca quien se encierra en su individualidad desconociendo las implicaciones sociales que tiene la vida, y se equivoca quien se encierra en lo social diluyendo su propia conciencia.
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