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UNA HISTORIA OLVIDADA

La Legión emprende la búsqueda del monumento a Unamuno erigido por deportados en Chafarinas

Jiménez de Asúa, Cossío, Vila y Casanueva homenajearon en su destierro de 1926 al viejo catedrático levantando en la isla del Congreso un túmulo bajo el que enterraron un mensaje de apoyo

Isla del Congreso, en la que los confinados ocultaron un mensaje a Unamuno que hoy busca la Legión Comandancia General de Melilla

PEDRO CORRAL

El pequeño archipiélago español de las islas Chafarinas, frente a la costa africana, ha revivido en las últimas semanas, de la mano del Ejército de Tierra, un singular capítulo de nuestra historia. Su guarnición, con efectivos del Tercio «Gran Capitán» 1.º de La Legión , ha emprendido un emotivo proyecto en reconocimiento a Miguel de Unamuno (1864-1936) : la búsqueda del sencillo monumento al escritor vasco improvisado en 1926 en la isla del Congreso por cuatro deportados a Chafarinas por la dictadura de Primo de Rivera.

Quiero expresar desde el comienzo de estas líneas mi reconocimiento a la Comandancia General de Melilla, de quien depende la guarnición de Chafarinas, y a la Fundación Museo del Ejército por recoger mi propuesta de rescatar del olvido, casi un siglo después, el espontáneo monumento al autor de «San Manuel Bueno, mártir» en las inhóspitas laderas de la isla del Congreso.

Paseo de los Tristes aún se llama la calle de Chafarinas por la que los confinados paseaban mirando al mar y añorando su tierra Comandancia General de Melilla

La Comandancia General de Melilla ha dado instrucciones a las fuerzas de la Legión que patrullan la isla del Congreso para que, sin interferir en su labor de vigilancia, adviertan del posible hallazgo de aquel olvidado monumento a Unamuno . Con ello las armas han querido honrar a las letras en aquel rincón apartado de España, cuyas vicisitudes están tan vinculadas a nuestra historia, incluida la literaria por razón de este sorprendente capítulo unamuniano.

Unamuno se encontraba en 1926 exiliado por su propia voluntad en París , después de haber sido deportado en 1924 a Fuerteventura por sus críticas a la dictadura de Primo de Rivera. Era lógico que su figura concitara la admiración de las cuatro personas a su vez deportadas a Chafarinas en mayo de 1926 por su oposición al dictador: el penalista Luis Jiménez de Asúa , el periodista y escritor Francisco de Cossío , el entonces estudiante de leyes Salvador María Vila y el escritor y ex legionario Arturo Casanueva .

Catedrático de Derecho Penal en la Universidad Central de Madrid, Luis Jiménez de Asúa (1889-1970) fue condenado por la dictadura a la pena de confinamiento y suspensión de empleo y sueldo por varios delitos, agrupados en la figura de «censuras al Gobierno», como promover un homenaje a Ganivet o provocar una protesta estudiantil contra la destitución de Unamuno de la cátedra de Griego de la Universidad de Salamanca y su sustitución por un sacerdote «indocto».

Jiménez de Asúa llega a Chafarinas a bordo del vapor «Gandía» el 5 de mayo de 1926, tres días después que Francisco de Cossío (1887-1975), director de «El Norte de Castilla», confinado por haber escrito en «La Razón», de Buenos Aires, un artículo en defensa de Santiago Alba, su jefe en las filas liberales . Cossío no dejó de ejercer de periodista en Chafarinas, escribiendo artículos para «La Libertad» sobre sus impresiones de deportado. Para Asúa, «fue el corresponsal sagaz del confinamiento».

El tercer desterrado era el abogado y escritor santanderino Arturo Casanueva (1894-1936). Antiguo legionario, reflejó en un libro singular su experiencia en el Tercio, «La ruta aventurera de la cuarta salida», editado en 1923 con una fotografía del fundador de la Legión , el general José Millán-Astray , dedicada al «legionario poeta». Casanueva fue condenado al destierro por apoyar al jefe del partido conservador, José Sánchez Guerra, en su protesta ante el cierre gubernamental del periódico «La Época».

Casanueva era un hombre original y extravagante que marchó a Chafarinas con el chapiri y la capa legionarios, que vestía al mismo tiempo que unas babuchas amarillas . Según Asúa, Casanueva era «la alegría de la isla». «Corazón noble y generoso, se hizo querer de todos», escribió. El santanderino se adueñó del único mosquitero de la isla, un tul de un color azul purísima , que hizo exclamar una noche al irónico Cossío ante el lecho del abogado santanderino: «Pero, ¿ésta es la cama de un ex legionario o el lecho de Sor Concepción?»

El cuarto compañero de destierro era el estudiante de Derecho, ya doctor en Filosofía y Letras, Salvador María Vila (1904-1936) , discípulo de Unamuno, a quien Alejandro Amenábar recuerda en su última película sobre la agonía del viejo rector en la Salamanca franquista. Vila había sido detenido en la protesta ante el Ministerio de Instrucción Pública por el «robo» de la cátedra a Unamuno .

Vila, el más joven de los cuatro deportados, gozó de la atención y cuidado de sus compañeros, a la vez que disfrutaba como un niño de aquella «romántica aventura» igual que si estuviera, subrayaba Asúa, dentro de una novela de Verne o Salgari . «Todos nos esforzamos en protegerle. Cuidábamos de él como de un hijo», escribió Asúa en sus breves memorias del destierro, “Notas de un confinado” (Madrid, 1930).

Había también cuarenta marroquíes presos en la isla de Isabel II , la principal del archipiélago. El más significado era Mustafá Raisuni, bajá de Arcila , sobrino de El Raisuni, famoso cabecilla rebelde de Yebala. Comerciante de grandes recursos, tenía a su servicio a un negro robusto de su propiedad. Hizo gran amistad con Casanueva, al que prometió regalar una esclava mora, de nombre «Guarda», Rosa en castellano, según recuerda Santiago Domínguez Llosa en su artículo sobre los deportados en el número 38 de la revista «Aldaba». Raisuni aprendió a jugar al mus con los demás confinados.

El Comandante General de Melilla, General José Miguel de los Santos Granados, en visita de inspección a Chafarinas Comandancia General de Melilla

Al frente de la guarnición de Chafarinas estaba entonces el comandante Arsenio Fuentes Cervera, al que todos los confinados apreciaban por su exquisito trato. No era raro que compartieran con él las excursiones por los islotes e incluso las partidas de mus . De hecho, la Comandancia General de Melilla, de la que siguen dependiendo las Chafarinas, luce hoy la placa que a su vuelta a la Península los confinados dedicaron al comandante Fuentes .

La guarnición del archipiélago tenía fuerzas de infantería, ingenieros, artillería, sanidad militar, intendencia y compañía de Mar de Melilla, según el «Anuario Militar» de 1926. En la isla Isabel II había un hospital militar dirigido por el capitán médico Blas Hidalgo Sánchez , con un capellán militar, Santiago Lucus Aramendía. Además en la isla de Isabel II residían algunos civiles, como los oficiales de Correos y Telégrafos; un tal Zamora, que hizo de hostelero de los deportados; y una familia de pescadores, los Curros, a quienes Cossío dedicó una tierna crónica en la edición de «La Libertad» del 20 de mayo, tachando a su patriarca, Curro, como «la tradición, la experiencia y la sabiduría de la isla».

Curro había visto pasar por la isla a los confinados cubanos y filipinos , uno de los cuales le había llegado a ofrecer cinco mil duros por facilitar su evasión . En la casa y la tiendecilla que Curro tenía en el puerto no dejaban entrar a ningún marroquí, pues así lo había jurado su mujer después de perder a un hijo en la guerra de África.

Unamuno se convierte en «el maestro» de los confinados. «Para nosotros no fue solo un recuerdo, sino un camarada: le evocábamos en nuestras pláticas, nos confortábamos con el paradigma de su vida. (…) A veces, al pasear el contorno del islote, nos creíamos asistidos por su compañía y su consejo », recordaría Asúa.

Foto del túmulo realizado en la Isla del Congreso en homenaje a Unamuno, tomada por los confinados. Bajo las piedras, oculto en un tubo de asprirnas, el mensaje con sus nombres y el de Unamuno

A los pocos días de su llegada a Chafarinas, los deportados acuerdan enviarle a Unamuno una carta «de respetuosa y tierna adhesión» , que recoge literalmente Asúa en sus memorias:

«Maestro:

Cuatro hombres -que solo exhiben este título por usted exaltado- quieren enviarle, desde la isla en la que están "confinados", su adhesión y la certidumbre de que su austero proceder ha sido para nosotros ejemplar.

No nos quejamos del desafuero. Ni el periodista, ni el abogado, ni el estudiante ni el catedrático que hoy le escriben han experimentado nuevos dolores al abandonar las costas de España envilecida e indiferente. Acaso porque ese dolor por la patria querida y maltrecha estaba colmado y rebosante.

Al contrario. Estos cuatro hombres se han sentido tales al pisar las rocas de esta isla. Hoy se saben cumplidores de su deber. Hasta ahora vivieron en su país con sonrojo, aumentado por la actitud de usted, solitaria y magnífica. La persecución nos aproxima al maestro.

Quienes vivían en España una existencia intervenida y coaccionada, amordazados por una tiranía abyecta y bufa, parecen haber recobrado la libertad al ser deportados. Y si vuelven a su patria, no será con intimidación y arrepentimiento, sino con más vehementes ansias de lucha y con renovados proyectos.

Maestro: Estos cuatro confinados piensan un día escalar la despoblada isla del Congreso y apilar con sus manos piedras y tierra. Con ellas quieren elevar un pequeño obelisco en que grabarán toscamente el nombre de usted, que recuerdan cada día con superlativa admiración.

Para ofrendárselo le escriben ahora estos cuatro discípulos, que aprovecharon de su maestro la excelsa lección de dignidad".

Las Chafarinas Comandancia General de Melilla
Isla de Isabel II Comandancia General de Mellilla

Así se construyó el monumento

Antes de abandonar Chafarinas, la promesa de esta carta «fue cumplida con unción» en una «mañana transparente» , según recuerda Asúa. Así, cruzaron en un bote el canal que separa la isla de Isabel II de la del Congreso, elegida para emplazar el monumento.

«Pasamos el puente pedregoso, y en un alto, abrigado de vientos por crestas más empinadas, hicimos un hoyo profundo. En una caja encerramos un breve trozo de papel con el nombre esclarecido de Unamuno y en homenaje de seguidores pusimos nuestros apellidos . Una teja resguardaba el envoltorio, para preservarle de la humedad terrestre. Y sobre el hueco relleno de arena apisonada apilamos piedras voluminosas. Una, de aspecto piramidal, coronó el monumento», escribió Asúa.

Los cuatro confinados, resueltos a grabar el nombre de Unamuno en una de las piedras, intentan «herir la dura materia con los toscos remedos de buril que estaban a nuestro alcance». «Tras de plurales y frustrados ensayos, hubimos de renunciar -no sin dolor- a que quedase grabado en los pedazos de roca el nombre del maestro. La prestancia moral del conmemorado dio al modesto obelisco proporciones insospechadas. El humilde montón de piedras parece, en la fotografía obtenida por nosotros, obra de dimensiones grandiosas », recuerda el penalista.

La placa de homenaje al comandante que encargaron los deportados Comandancia General de Melilla

En su libro de memorias, «Confesiones» (Madrid, 1959) , Francisco de Cossío relata la excursión a la isla del Congreso y la voluntad de los confinados de dejar allí un testimonio de su paso, pero no menciona que el improvisado monumento estuviera dedicado a Unamuno . Algo que se antoja inexplicable, dado que todos sus recuerdos destilan afecto y admiración por el viejo rector de Salamanca, pero que puede traer causa de que las memorias estén escritas tres décadas después del confinamiento.

Cossío relata cómo «el estudiante Vila tuvo la idea de que escribiéramos en un papel nuestros nombres y las fechas, y dejásemos aquello allí, resguardado por piedras, perdido para siempre, pensando que, un día, cuando nosotros no existiéramos, llegaría allí un explorador y haría el descubrimiento. Nuestro instinto de inmortalidad nos lleva a estas puerilidades».

En un tubo de aspirinas

Según escribe en «Confesiones», el papel fue guardado en un tubo de aspirina que llevaba Casanueva consigo , «en tanto que Vila elevaba con trozos de roca un pequeño obelisco, en el fondo del cual habría de colocarse aquella huella auténtica de que nosotros habíamos estado allí durante la dictadura de Primo de Rivera. De esto viven la arqueología y la historia. Pasado el tiempo, quizá los siglos, nosotros, desconocidos seres en la sucesión de las generaciones, seremos un momento, no lo que hemos sido, sino lo que nuestro descubridor quiere que seamos. Quizá unos náufragos, quizá unos viajeros curiosos, quizá unos piratas ».

Destacamento de la Legión en Chafarinas al que se ha ordenado que advierta de la posible localización del monumento Comandancia General de Melilla

Cossío decía estar seguro de que «hasta ahora nadie habrá encontrado esta referencia de nuestro paso por aquel peñón. Es posible que nunca pase nadie, y, si pasa, que no haga excavación ninguna para encontrar nada . Mas siempre este tubo de aspirina estará allí esperando a que una mano que busque tesoros lo saque a la luz».

Aquel tosco monumento no ha aparecido aún a la vista de los legionarios del Tercio «Gran Capitán» que patullan la isla del Congreso. No es descartable que el paso del tiempo haya derribado las piedras que utilizó Vila para levantarlo.

Trágicos destinos en la guerra

El 17 de mayo, con motivo del cumpleaños del Rey Alfonso XIII, los confinados fueron indultados . El día 20 llegaron a Melilla a bordo del vapor «Chafarinas» y esa misma tarde emprendieron viaje a la Península. La amistad forjada entre los cuatro confinados en aquellos días se hizo duradera, pero las vicisitudes de la vida de España los arrojaron una década después a las orillas de entonces impensables destinos, náufragos en la galerna de la patria que fue la Guerra Civil.

Figura clave del PSOE en el sexenio republicano, Jiménez de Asúa se exilió en Argentina después de la victoria franquista y murió en Buenos Aires en 1970, como presidente de la República en el exilio, sin haber podido regresar a España.

Cossío tomó partido por los sublevados y perdió a un hijo falangista en la batalla de Brunete, aunque después de la guerra no tardó en ser apartado de la dirección de «El Norte de Castilla» por sus ideas liberales.

El joven Vila, convertido ya en uno de nuestros grandes arabistas, fue detenido en 1936 por los franquistas en Salamanca y conducido a Granada, de cuya Universidad era rector, donde fue fusilado.

El aventurero Casanueva fue asesinado a finales del mismo año por unos milicianos frentepopulistas en Santander, que le hicieron pagar el haberse erigido, en cumplimiento de la legalidad republicana, en abogado defensor de unos marinos franquistas capturados.

También en la sangrienta vorágine de la guerra murió el que fuera en 1926 capellán del hospital militar de Chafarinas, el navarro Santiago Lucus Aramendía, asesinado por unos requetés que le conducían detenido a Pamplona.

Durante semanas se ha alzado, entre nuestros legionarios destacados a las órdenes de la Comandancia General de Melilla, el recuerdo del paso de estos españoles por Chafarinas. El viento del olvido y la marea del tiempo quizá derruyeron hace ya lustros el sencillo monumento que dedicaron al viejo Unamuno en la isla del Congreso. En su lugar se levanta hoy, con el callado y abnegado cumplimiento del deber por los hombres y mujeres de nuestras Fuerzas Armadas que patrullan sus roquedales , el perpetuo tributo de la Nación que honra a todos sus hijos .

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