Jon Juaristi
Sobre Unamuno y la memoria
«Que los fascistas lo consideraban como uno de los suyos parece indudable. Que la simpatía distaba de ser recíproca, también»
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Iniciar sesiónLas diversas narrativas acerca de los últimos días de Unamuno, y más en concreto, acerca de su choque con el general Millán Astray, el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, y de las circunstancias de su muerte en ... su domicilio familiar, la tarde del 31 de diciembre de ese año, plantean una cuestión interesante respecto de la fiabilidad de la memoria. Ya Emilio Salcedo, en la segunda edición de su Vida de don Miguel, se quejaba de que Pemán, que le había confirmado por carta «la justeza de la versión» que daba de los acontecimientos del acto, basados en los recuerdos de, entre otros, Felisa de Unamuno, hubiese ofrecido poco después otra distinta en ABC. Por entonces (1969), yo tendía a achacar estas contradicciones a ganas de ocultar o deformar la verdad. Medio siglo después, estoy convencido de que se deben a la fatal mutabilidad de los recuerdos, sobre la que Ferlosio escribió cosas bastante sensatas.
Es indudable que hubo un encontronazo entre Unamuno y Millán Astray en el Paraninfo. Lo que ningún historiador serio defiende hoy es que se diera en los términos descritos en el relato del azañista Luis Gabriel Portillo, publicado en la revista inglesa Horizon en 1941, que sirvió como fuente a Hugh Thomas para su historia de la Guerra Civil. También personalmente, veo la aparición de nuevos testimonios sobre el caso con bastante escepticismo.
Que a Millán Astray le hubiera molestado una mención de Unamuno a Rizal cabe dentro de lo posible. Que el general legionario considerase o hubiese considerado a Rizal como su peor enemigo no es muy creíble. Cuando Millán Astray llegó a Filipinas como voluntario, con diecisiete años, en el otoño de 1896, Rizal estaba en la cárcel y fue pasado por las armas pocas semanas después.
En cuanto al hecho de que el joven Bartolomé Aragón Gómez, único testigo de la muerte de Unamuno, no fuera amigo de este ni visita habitual en la casa de la calle Bordadores, no abona necesariamente la hipótesis de una conspiración falangista contra la vida del escritor. Que los falangistas lo consideraban uno de los suyos, uno de «los abuelos del fascismo español» en expresión de Giménez Caballero, parece indudable. Que la simpatía distaba de ser recíproca, también.
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