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José de San Martín, el libertador mestizo

Hoy, 17 de agosto, se cumplen 169 años de la muerte del general, libertador de Argentina, Chile y Perú. Desde hace dos décadas ilustres historiadores argentinos luchan por esclarecer el que consideran su verdadero origen mestizo: podría ser hijo del militar español Diego de Alvear y de la indígena guaraní Rosa Guarú Cristaldo

Mari Pau Domínguez

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Desde la casa de San Martín, en el 105 de la Grande Rue, el mar no se ve, aunque se huele por su cercanía, pero sí la hermosa muralla de la antigua ciudad medieval, en el corazón de Boulogne. Nada presagiaba su muerte. Había almorzado y hacia la una del mediodía dijo sentirse «agitado de los nervios». A las tres de la tarde, tras un repentino frío que se apoderó de su cuerpo, el general dejó de respirar. Tenía 72 años.

Los nervios y su carácter sombrío repercutieron durante toda su vida en su salud. Hasta el último de sus días cargó con el peso de la incertidumbre sobre su origen, lo que le produjo un profundo desarraigo.

En Argentina, el 4 de octubre de 2006, la Cámara de Diputados declaró de interés nacional averiguar «la verdad histórica respecto del origen mestizo del general José de San Martín». Pero nada se ha avanzado. El instigador de la iniciativa fue el reconocido historiador Hugo Chumbita. Recientemente ha reeditado una nueva versión de su obra «San Martín y el secreto de la familia Alvear», junto a Diego Herrera Vegas, el genealogista que encontró el manuscrito de la nieta de Diego de Alvear, Joaquina de Alvear Quintanilla, segunda hija de Carlos de Alvear. Joaquina lo dejó firmado el 22 de enero de 1877 con la intención de que sus descendientes conocieran el secreto familiar. Permaneció guardado bajo siete llaves durante 120 años.

Como la partida de nacimiento se quemó en un incendio que arrasó Yapeyú durante un ataque, la tradición oral ha sido uno de los pilares de esta historia.

El militar y la india

Diego de Alvear, insigne militar de Marina, geógrafo, astrónomo, matemático y políglota, fue enviado a América por el rey Carlos III para hacerse cargo de la demarcación de límites de los territorios que se repartían las coronas española y portuguesa. Recaló en Yapeyú, pequeño pueblo de la provincia de Corrientes (entonces asentado en tierras de las Misiones jesuíticas a orillas del río Uruguay), varias veces entre 1774 y 1778, fecha del nacimiento del general San Martín. Era una tierra salvaje y bella, como la india guaraní Rosa Guarú, sirvienta del gobernador español, José de San Martín, en cuya casa se alojaba don Diego. Fue en febrero del 78 cuando nació quien sería un prócer de la libertad, que, sin embargo, habría de vivir prisionero del desconocimiento de su verdadera identidad.

Según Chumbita, Alvear quiso evitar el estigma que suponía ser hijo de una indígena y le pidió al gobernador que lo inscribiera como su quinto hijo, comprometiéndose a hacerse cargo de su manutención y buenos estudios. ¿Acaso fue casualidad que lo admitieran en el Real Seminario de Nobles, en Madrid, o que estudiara en la academia militar de Cádiz junto a Carlos de Alvear, único hijo de don Diego que sobrevivió al hundimiento de la fragata Mercedes en 1804? ¿Por qué le dispensó el mismo trato que a su hijo Carlos?

Los rasgos físicos también dan que pensar. El libertador San Martín, hombre alto de 1,80 m. de estatura, tenía la piel oscura, el cabello negro y lacio, ojos negros rasgados y la nariz aguileña. Atributos que contrastan con los de sus padres oficiales: Juan de San Martín es descrito como rubio de ojos azules y de apenas 1’43 m. de altura. La madre, Gregoria Matorras, también era bajita. Se indica de ambos su pureza de sangre, sin ninguna mezcla de judíos o moros. A ello se suma que, cuando José Francisco nace, su madre tiene más de 40 años, edad en la que en aquella época era difícil un embarazo.

En su diario, Joaquina de Alvear lo deja claro: la tradición oral de hijos, nietos y bisnietos, hablan de esta paternidad y recuerdan que «Rosa Guarú fue la indiecita que tuvo un niño y la familia San Martín lo adoptó como propio, pero ella siguió en la casa, cuidándolo y criándolo hasta que se marcharon a Buenos Aires. El niño tenía entonces 3 años, y le prometieron que volverían a llevarla también a ella, pero no aparecieron más». Rosa jamás volvió a ver al niño.

Negarse a la verdad

A finales de 2012, la diputada de Corrientes María Elena Chieno, en un nuevo intento, presentó un proyecto de ley sobre «La identidad del general José Francisco de San Martín», que no prosperó. Chieno reivindicaba la importancia de «poder darle voz a Rosita, quien a través de la historia sigue reclamando por ese hijo que le robaron». Cuentan las crónicas que Rosa se pasó la vida preguntando por San Martín y que al conocer su muerte en Francia las lágrimas surcaron su ajado rostro de anciana. Conservó, hasta fallecer cumplidos más de cien años, una medalla que él le hizo llegar.

En 2014, Chumbita inició un procedimiento judicial en representación de un descendiente de la rama argentina de los Alvear. Ofreció «prueba documental, de testigos, y del ADN, que podría obtenerse sin abrir el féretro de los restos de San Martín, analizando una muestra de sus cabellos que está conservada en un cuadro en el Museo Histórico Nacional». Sin embargo, la Cámara de Apelaciones ha denegado la realización de tales pruebas. Entre los argumentos, uno llamativo: «Habrá quienes consideren que debería dejarse en paz la memoria de quien tanto contribuyó al forjamiento de nuestra nación». El auto afirma que existe controversia sobre «hechos que habrían tenido lugar hace más de dos siglos atrás y que comprometen, ni más ni menos, que al Padre de la Patria». Se concluye, pues, que es mejor no tocar la memoria del libertador, que avanzar en busca de la verdad histórica.

Quien asesoró al Ministerio de Cultura argentino en esta causa, el abogado Diego Sarcona, sostuvo que Alvear llegó a las Misiones cinco años después de lo que aparece en distintas fuentes documentales, por lo que no pudo ser el padre de San Martín.

El historiador Chumbita declara a ABC que «el principal obstáculo para llegar a establecer la verdad histórica es la actitud “censora” del Instituto Sanmartiniano, que responde a los aún vigentes prejuicios encaminados a desconocer o minusvalorar las raíces indias de nuestra población». Como afirma la diputada Chieno: «Es un simple acto de justicia poder darle a José de San Martin su identidad originaria». 

Hace veinte años, el investigador ya escribió: «La memoria de San Martín no es patrimonio de ninguna familia ni institución, ni siquiera de un sólo país. Es parte de una conciencia colectiva, americana y universal, que no se podrá mantener sino sobre la verdad». Una verdad a la que España no debería ser ajena.

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