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Iron Maiden agranda su leyenda en el Metropolitano

La insigne banda británica exhibe su potencial en su mayor espectáculo hasta la fecha en España con una actuación épica repleta únicamente de clásicos

Vídeo: Iron Maiden hace vibrar a 52.000 personas en el Wanda Metropolitano ATLAS / Foto: DE SAN BERNARDO

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Iron Maiden es, por méritos propios, una de las bandas más grandes de la historia. Encarna, por su inigualable cancionero de letras épicas y apabullantes melodías, el sonido más característico del heavy metal. Un género que atrae tanto a melenudos como a un público heterogéneo, pero que ha vivido en el ostracismo. Pero una cosa está clara: cada evento de rock duro se llena hasta la bandera. Más de 54 mil almas se concentraron para crear una gran ola de camisetas negras y melenudos. Algunos de los cuales estuvieron acompañados por sus hijos.

El heavy metal concita a un gran número de aficionados. Más si cabe cuando actúan las bandas más emblemáticas. Y esta vez no iba ser menos con la presencia de la «doncella de hierro» que, por fin, se quitado una espinita en España. El del Wanda Metropolitano ha sido el más grande que ha celebrado en nuestro país. Previo a su arranque desembarcaron los contundentes Gojira y los poderosos Sabaton. Un minifestival más que un concierto invididual.

Con una escasa rotación de temas respecto a la gira, Iron Maiden se metió en la terna por estrujar aún más si cabe la nostalgia en un repaso de lo mejor de su pasado. La banda marcó un hito en su generación y, cuarenta años después, sigue siendo uno de los principales referentes del género. Y, sobre todo, por haber apostado por esa fórmula de triples guitarras que elevan la poderosa voz de Bruce Dickinson, recuperado al completo de un cáncer. Pese a que no ha formado parte de toda la trayectoria de la banda, es el vocalista que mejor ha sabido interpretar estas bulerías metálicas.

En una apoteosis de cuernos, flanqueado por un caza Spitfire de la Segunda Guerra Mundial y con puntualidad inglesa, la formación arrancó con «Aces High», un clásico para abrir el frente. Una muestra de que el grupo forma parte de esa estirpe de grupos que desafían a la memoria: pasarán los años, se podrán de moda otros estilos pero serán recordados. El sonido y la acústica fue mejorando después de un inicio algo difuso. «Where Eagles Dare» y una arrolladora «2 Minutes to Midnight» dieron paso a«The Clansman», introducida tras un relato sobre la libertad, y que dejaron en bandeja a una actuación pletórica y efectista en donde regaron a los asistentes con una docena de sus interminables clásicos.

Los británicos elaboraron un recital exigente y equilibrado, a la altura de las expectativas. Un formidable momento vino cuando se soltó «The Trooper», una épica canción de riffs elegantes, que el cantante endulzó acompañado con la bandera española en medio de una batalla teatralizada con Eddie, la mascota del grupo.

La «doncella» se dejó por el camino sus dos últimos discos; solo rescataron «For the Greater Good of God». Le dieron al público, exactamente, lo que quería ver: un notable espectáculo visual, ritmos martilleantes, fuerza bruta y latigazos heavy. Algo que no debería sorprender a nadie a estas alturas, puesto que lleva cuatro décadas haciéndolo a pesar de los cambios en los integrantes de la formación, incluso en las voces.

Pero a Dickinson se le reconoce a la legua gracias a su potencia vocal, su interminable tesitura y su profundo sentido del espectáculo. No deja de saltar, de moverse de un lado al otro, de cambiarse de atuendo mientras anima al público a fundirse en sus himnos. La banda británica, como un reloj clásico, destaca por su pulcritud y su perfecto dominio de sus tres guitarras, precisas e incombustibles. Una fórmula tomada prestada de Lynyrd Skynyrd y que exige una coordinación minuciosa. Pero también por su temática épica en donde no faltan referencias a los conflictos bélicos que han marcado la sociedad occidental.

En su meditado repertorio se incluyó una pletórica «The Wicker Man» antes de pasearse por un páramo de solos y contundentes guitarreros a lo largo de los excelsos pero quizás menos populares «Sign of the Cross» o «Flight of Icarus». Un preludio de la retahíla de clásicos imperecederos que vendría a continuación: «Fear of the Dark», «The Number of the Beast» o «Iron Maiden» se interpretaron como si fuera un ritual de fuego que sirvieron para digerir el que sería el último atracón de grandes clásicos.

Para el descorche final se alcanzó, sin embargo, la plenitud: «The Evil That Men Do», «Hallowed Be Thy Name» y la orgiástica «Run to the Hills» pusieron un broche de oro a una actuación que será muy recordada y que situó el listón muy alto para los artistas que decidan adentrarse en el Wanda. Una verdadera leyenda que dejó exhaustos a todos después de dos horas de seducción metálica. Corto, pero intenso.

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