Interiores de la guerra del Líbano en blanco y negro
«Morir, marcharse y regresar es el juego de las golondrinas». Este graffiti, firmado por Florian, y que resume las migraciones del pueblo libanés en las últimas décadas, se cruzó un buen día en la vida de Zeina Abirached, y le sirvió para dar nombre a su última incursión en el mundo del cómic, que acaba de ver la luz en España, después de ser publicado en Francia, Holanda y Corea. En «El juego de las golondrinas», Abiraches, que nació en 1981 en Beirut pero que se trasladó a vivir a París en 2004, relata en forma de viñetas una noche, de 1984, en el interior de la casa de sus abuelos en Beirut, situada muy cerca de la Línea Verde,que separaba la zona cristiana de la musulmana durante la guerra civil. En él, narra las carencias —de agua, luz eléctrica, comunicaciones—, la necesidad de esquivar a los francotiradores y el miedo a salir a la calle y no regresar, pero sobre todo la solidaridad entre familiares y vecinos para sobrevivir en el día a día, atrincherados frente a un conflicto que duró 15 años.
Acercamiento físico
Éste es el tercer acercamiento de Abirached a la guerra, siempre desde perspectivas diferentes. En su debut, «Beyrouth Catharsis», el formato era más pequeño, «de bolsillo», mientras que en «38 rue Yosssef Semaani», vertió su experiencia en un «libro objeto, un desplegable». Ahora, la ha trasladado a esta novela gráfica de casi 200 páginas. En todas ellas, asegura, ha realizado una «reflexión sobre el espacio, que ha ido desde el exterior —la calle, el edificio— al interior de una casa». Una interiorización o «acercamiento físico» que se completará en su próximo volumen, «Me acuerdo», inspirado en un título de Georges Perec, que saldrá en Francia el próximo mes de diciembre y que se desarrolla «en mi propia cabeza».
La idea de «El juego de las golondrinas» le rondaba a Abirached hace tiempo pero fue la casualidad, encontrar un vídeo sobre Beirut en el que aparecía su abuela, el que la ayudó a ponerla sobre papel. «Cuando era pequeña, durante la guerra, tenía la necesidad de entender lo que pasaba y se lo preguntaba a mis padres y a mi abuela. Ella nunca quiso contarme nada. Por eso resulta irónico que en esta historia lo cuente todo».
Los recuerdos que guarda Abirached del conflicto no encierran el dramatismo que cabría esperar, algo que se aprecia en el libro. «Me acuerdo de mi infancia con la normalidad que te da haber vivido nueve años del conflicto. Guardo buenos recuerdos de aquella época, en la que se produjo un extraordinario fenómeno de solidaridad». Y recalca que la guerra no la dejó «marcada», gracias, en gran medida, a la actitud protectora de sus padres, «en especial de mi madre que nos contaba historias para disfrazar algunos hechos». La autora asegura que su intención no ha sido relatar «una historia dramática y lacrimógena. No tenía sentido. Lo mejor es aplicar el humor para sobrellevar la historia».
Comparada en numerosas ocasiones con Marjane Satrapi, autora de «Persépolis», reconoce que existen puntos en común pero también diferencias: «Ella es más sintética que yo. A mí me gusta detenerme en los detalles». Ante la proliferación de cómics que abordan conflictos violentos —los creados con motivo del 11-S en Estados Unidos y el 11-M en Madrid, entre otros—, Abirached cree que entre «el texto y la imagen hay un espacio en el que hay algo que no se muestra. Ahí está la esencia. Uno puede elegir lo que quiere mostra y no mostrar. En los míos la guerra está fuera del objetivo. Por otra parte, el blanco y negro hacen la historia más universal», matiza.
Salvar la brecha de Oriente
Por último, Abirached se muestra optimista ante la elección de Barak Obama como nuevo presidente de EE.UU. pues «puede contribuir al acercamiento de Oriente Próximo al resto del mundo. Salvar esa brecha que lo separa de los demás». Aunque cree que le va a tocar lidiar con una conyuntura difícil, «será el presidente de la crisis», lo cierto es que «la gente espera mucho de él».
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