Hugo O'Donnell
450 años de la batalla de Lepanto: el porqué, el dónde y el cómo
El próximo 7 de octubre se cumplirán 450 años de una batalla capital en la Historia de España y del mundo. El historiador naval y miembro de la Real Academia de la Historia reflexiona sobre las causas, la estrategia y las consecuencias
1. Una amenaza inesperada y una alianza impensable
En febrero de 1570, el flamante dogo Alvise I Mocenigo y los restantes miembros de la Signoria veneciana quedaron estupefactos cuando el representante del sultán Selim II presentó un ultimátum inaceptable que exigía la entrega de Chipre, la perla de sus posesiones ... orientales, por continuar la paz.
Algunos prefirieron pensar que se trataba de un envite para lograr mayores ventajas, como los que venían siendo habituales cada vez que se producía una vacante en la jefatura del estado veneciano y esto había sucedido solo meses antes. Un sabio consejo arropaba, sin embargo, a Mocenigo, haciendo realidad de alguna manera el adagio popular de que “se l’è morto el Doge, non l’è morta la Signoria”.
La resolución imperial, que resultó terminante y definitiva, que suponía una flagrante violación de los acuerdos firmados y ratificados tres años antes y algo fuera de todo uso diplomático contemporáneo, no se había tomado sin asesoramiento del consejo civil y religioso. El dictamen del diwan había sido favorable a la guerra , tras considerar con criterios oportunistas las circunstancias reinantes; la peste que había diezmado las dotaciones de la aún poderosa flota veneciana, el convencimiento de que las rivalidades internas de los cristianos harían imposible toda alianza y, sobre todo, el deseo ardiente del nuevo sultán de emular por mar las hazañas terrestres paternas. Los más eminentes ulemas e intérpretes del cuerpo del derecho islámico, de la Sharia, encabezados por el gran muftí de Estambul , avalaban la licitud de la decisión. Todo ello pesó más que un hecho incuestionable: la amistad veneciana era la mayor garantía de éxito para cualquier ofensiva turca, fidelidad mucho más probada que la de los voivodas transilvanos, o el tratado con Iván IV el Terrible.
El Consiglio decidió afrontar la amenaza con la sofisticada, habitual y magistral duplicidad de su servicio diplomático –legati–, buscando alternativas y ofreciendo ventajas comerciales al amenazador por una parte y, al mismo tiempo, recurriendo compungido a implorar del pontífice reinante, especialmente enérgico, convincente y respetado, Pío V , la reinstauración de una alianza entre potencias cristianas, por muchos precedentes fracasados que hubiera habido con anterioridad.
El Papa acabó consiguiendo lo más improbable: que venecianos y españoles se comprometiesen a luchar juntos aunque otras potencias declinasen el ofrecimiento. El soberbio poema de Chesterton sobre Lepanto , se duele del imperdonable absentismo de Francia e Inglaterra: «The cold queen of England is looking in the glass; The shadow of the Valois is yawning –bostezando– at the Mass».
Después de algunos prolegómenos poco esperanzadores, la flota cristiana se hacía a la mar con rumbo a la costa albanesa para enfrentarse con el emblemático Alí Pashá , en contra de la preferencia norteafricana de Felipe II , a quien no parecía tan trascendente el socorro de Chipre.
2. El teatro de las operaciones
La batalla de Lepanto debió de haberse denominado más propiamente ‘Batalla de Punta Scrofa’ , porque fue en el sector septentrional del amplio espacio del golfo de Patrás, entre ese promontorio y la isla desierta de Oxia, donde se encontraron ambas flotas el 7 de octubre de 1571, tras haber dejado atrás la cristiana al canal de Cefalonia y la otomana la protección del actual Naupacto, de bocana protegida por sendas fortalezas, fuertemente amurallado y artillado y conocido desde el siglo XV como ‘Lepanto’ por los venecianos que veían en su entrada otros dardanelli insalvables: los ‘Dardanelos corintios’. Impecable base donde la flota turca debió haber esperado el término de la estación navegable, con la consecuencia de la retirada a Mesina de un oponente desanimado y con las manos vacías, como aconsejaban los más experimentados entre los almirantes otomanos: Pertew, el consejero y Sirocco, el de apelativo de viento terral.
También pudo haberse denominado ‘Batalla del Golfo de Patrás’ , que es la antesala de ese gran brazo de mar del golfo de Corinto que separa la península del Peloponeso del resto de Grecia y en cuya primera sección se encuentra Lepanto. Incluso el combate de ‘Il sito de Curzolari’ que dibujara Tomaso Porcacchi, pudiera parecer más admisible. Marco estratégico en todo momento histórico, limítrofe entre dos zonas de influencia, donde se habían dirimido o se dirimirían otras acciones navales decisivas: Prevesa (1538), Cefalonia (1564) y Navarino (1827).
Marco estrecho –al menos en su sector septentrional– para que una flota superior en unidades –la otomana– pudiese aprovechar plenamente la ventaja del envolvimiento y oportunidad decisiva para la oponente de poder hacer valer la superioridad de sus galeras más pesadas, armadas y mejor guarnecidas. Única forma de hacer prevalecer sobre estas las ligeras pero maniobreras naves que cantaría Góngora: «Tres galeotas de Argel, que un Aquilón africano las engendro, todas tres».
Error fatal de un joven almuédano de hermosa voz, devoto musulmán y atlético arquero, Muezzinzade Alí Pashá , pero ayuno en experiencias náuticas, kapudan pashá (almirante general) por puro nepotismo providencialista de su suegro, ‘Sarhos Selim’, Selim II ‘El Beodo’ . Líder parecido en tantos aspectos; juventud, carisma, bisoñez marinera, religiosidad, autocomplacencia, relación familiar con el soberano decisor… a su oponente español, don Juan de Austria, quien le supera en dominio de sí mismo para el triunfo de la causa, puesta en peligro en el momento culmen de la campaña por la orgullosa sinrazón del proveditore Sebastiano Veniero, y también en su ‘cortesanía’, su saber hacer y contentar a tanto ‘potentado’ italiano impertinente. Apóstrofe para la abundante retórica literaria.
Acabó por prevalecer la denominación popular veneciana de ‘Lepanto’ – Naupactus vulgo Lepanto – una vez privado de resonancias griegas. En esa parte perdida y recordada y en algún testimonio cartográfico contemporáneo, ¡lo veneciano manda!
3. Algunas claves tácticas del éxito de Don Juan de Austria
La flota cristiana contó con un gran táctico: Giannandrea Doria quien, a pesar de su merecida fama de almirante desafortunado y con el precedente del caos de su flota ante Pyalí Pschá, en que hizo proverbial su ‘bel fuggire’, y cuya derrota de una década antes, impactó al refranero: «Los Gelves, madre, malos son de ganarse», pero que diseñó sin embargo un despliegue ejemplar. Era simple pero con tres innovaciones decisivas: colocar a vanguardia las seis grandes galeazas, de muy difícil aprovechamiento práctico en cualquiera otra posición, lo que permitió castigar con su artillería y desde todos ángulos a las galeras más próximas, distorsionando la formación enemiga; intercalar los buques de diversas soberanías en los sectores de choque, socapa de que todos sufriesen de igual riesgo y fatiga, pero con la oculta intención de impedir deserciones en masa; constituir una reserva móvil con instrucciones de acudir, no sólo a un sector en peligro, sino, si fuese posible, a cualquiera de los sectores amenazados de forma escalonada y, por último, imponer su criterio y reforzar las naves venecianas de insuficientes y convalecientes dotaciones, con infantería hispánica, equilibrando el conjunto de forma que no hubiera un sector especialmente vulnerable.
Este despliegue se perfeccionó con aportaciones que parecen serlo del propio capitán general, don Juan . La constitución al centro de un ‘núcleo duro’ con la galera que montaba, ‘La Real’, flanqueada por las otras dos más poderosas, las capitanas del Papa y de Venecia, no sólo respondió a exigencias protocolarias. Con la almiranta de Requeséns a retaguardia y la proximidad de la maestrale melitense, se formó un todo imbatible que pudo abrirse paso hasta la sultana y sus menos poderosos satélites, descabezando, física y organizativamente, la moral enemiga.
Su experiencia granadina debió de añadir su parte cuando don Juan dispuso, casi a última hora, que carpinteros y calafates desmontasen las bancadas de su galera convirtiéndola en una ‘plaza de armas’, en una zona despejada que, bien provista de selectos arcabuceros y de piqueros de élite para el abordaje, sirviese de plataforma para el mejor desempeño de los tercios ‘viejos’. Previamente, la amputación, tan dolorosa para un marino de la época que no para un soldado, de los tajamares y los artísticos mascarones para disminuir el ángulo de tiro de sus cañones proeles, había facilitado el efecto ‘contra personal’ y barrido las cubiertas de enemigos, respecto a las numerosas galeras, más rasas, que no respecto a la ‘Sultana’, a las que hubo de enfrentarse.
Victoria absoluta, demoledora , como no había habido ninguna otra previa, cuyos efectos se siguen discutiendo bajo un parámetro erróneo de las reducidas o nulas ventajas obtenidas, cuando la pregunta a hacerse es la contraria: ¿qué hubiese pasado si el resultado hubiese sido el inverso? Creo que eso sí hubiese sido definitivo para el devenir de Occidente.
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