El gran viaje del cómic: de la hoguera a los museos, pasando por James Joyce
La institución inaugura una exposición reúne más de 350 piezas, muchas de ellas originales, como un Hergé valorado en tres millones de euros
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Iniciar sesiónEn diciembre de 1948, la revista 'Time' publicó una fotografía en la que se veía a cientos de niños observando cómo unos adultos vaciaban cajas y cajas de cómics en una hoguera. No era algo extraño. Por aquel entonces muchos creían que ese entretenimiento era ... el Mal, así, con mayúscula, porque lo divertido siempre fue sospechoso. El psiquiatra Fredric Wertham pasó a la historia (y a la histeria) por su dominio de la hipérbole. « Hitler fue un principiante comparado con la industria del cómic », soltó frente al Senado de Estados Unidos. Hoy, que lo nazi ya es otra cosa, al cómic se le ha rebautizado como novela gráfica, hasta como noveno arte, y aquellos tebeos que se compraban por pesetas son ahora objetos de museo. Así que el tiempo ha convertido el gozo en historia. Y la historia hay que contarla, para que no muera.
CaixaForum Madrid se ha sumado a la causa con su última y ambiciosa exposición, ' Cómic. Sueños e historia ', un título explícito para un recorrido que resume el siglo XX a través de la viñeta: en el cómic, avisan las cartelas, está el reflejo de la sociedad a la vez que su contrario, la evasión, que también nos retrata. Hay en total más de trescientas cincuenta obras (casi trescientas páginas originales), y con semejante despliegue da la sensación de que no falta nadie: están Winsor McCay, Hergé, Will Eisner, Frank Miller, Alan Moore, Jack Kirby, Moebius, Hugo Pratt, Ibáñez y Quino, entre tantos otros.
El recorrido, diseñado por el coleccionista Bernard Mahé y el equipo de 9e Art Référence, comienza con 'The Yellow Kid', de Richard Felton Outcault, el primero que tuvo la feliz idea de usar bocadillos de texto. Era 1896. De ahí nos vamos al 'Little Nemo' de McCay y al 'Krazy Kat' de George Herriman, que con un dibujo (el del ratón Ignatz lanzando un adoquín al gato Krazy) inauguró una guerra interminable en el mundo animal. El invento funcionó como un tiro y fascinó nada más y nada menos que a James Joyce , a quien le encantaba el argot de Herriman, una mezcla de inglés shakesperiano, criollo, alemán y francés. Otros ilustres lectores de 'Krazy Kat' fueron E. E. Cummings, Picasso, Kerouac, William Randolph Hearst y Woodrow Wilson. Con todo, hizo más por el género Roy Litchestein, que nunca dudó al reivindicarlo. Y Umberto Eco, que aplicó su semiótica interpretativa a una tira de 'Steve Canyon', inmortalizándola para la posteridad y la academia.
La edad de oro del cómic estadounidense llegó con el Crack del 29 y la Segunda Guerra Mundial, haciendo buena esa máxima de que la catástrofe inspira al personal, por lo que sea. En esas fechas nacieron mitos como Popeye, de Elzie Crisler Segar, que convirtió lo cotidiano (y la espinaca) en su territorio, pero también hubo una eclosión de los cómics de aventuras: Harold Foster alumbró a Tarzán y Alex Raymond a Flash Gordon , sin el que sería difícil imaginar ' Star Wars '. También aterrizaron en el planeta Tierra los superhéroes, gracias a la aparición del denominado 'comic book'. El primero fue Superman, y después el resto de la panda: Batman, Wonder Woman, el Capitán América… En CaixaForum hay originales de Jack Kirby ('Capitán América'), John Romita ('Spider-man') y John Buscema ('Los Vengadores'), por mencionar solo algunos.
Hay una sala dedicada a España, y orbita en torno a un monumento levantado en honor a la ' 13, Rue del Percebe ', precedente claro de 'Aquí no hay quien viva'. Aparecen por ahí autores como Apeles Mestres, Ramón Cilla o Mecachis, pioneros para lo que llegaría en el siglo XX. Y más nombres: Opisso, Xaudaró, Dominguín, Pulgarcito… Ellos sentaron las bases del dibujo caricaturesco, y luego ya llegaron las legendarias revistas 'TBO' y 'Pulgarcito'. Hay espacio aquí para el cómic durante la dictadura, con cosas como 'Flechas y Pelayos', 'El Capitán Trueno' o el 'Almanaque de Roberto Alcázar y Pedrín', de Eduardo Vañó, que duró prácticamente lo que duró Franco: de 1941 a 1976. A partir de ese momento, y resumiendo mucho, se abren nuevas corrientes con firmas como Enric Sió, Esteban Maroto y Carlos Giménez, y explosiona el underground de la mano de Max, Miguel Gallardo, Nazario y Jordi Benet. Más recientes, tienen hueco Marta Altieri, Javier Olivares, Keko, Ana Galvañ, Paco Roca y una infinidad más.
Tintin, por supuesto, tiene su representación en la exposición. Hay un original de Hergé ('On a marché sur la Lune') que está valorado entre dos y tres millones de euros, y que es la joya de la corona. El otro tesoro de la muestra son tres tiras originales de Quino cedidas por su familia: las primeras que se exponen en nuestro país. Es Mafalda en estado puro: se baja del columpio y dice: «Como siempre, apenas uno pone los pies en la tierra se acaba la diversión».
Precisamente, entre Argentina e Italia sitúa el comisario el florecimiento de la modernidad, la gran renovación gráfica. También temática. Está el erotismo de 'Histoire d'O', de Guido Crepax. «En mi época, que no había porno, esto es lo que nos ponía», dice un visitante. No muy lejos de esa página con desnudo integral está el ' Corto Maltés ', de Hugo Pratt, y una mujer da su veredicto: «Es el personaje más sexy del cómic».
En las últimas estancias se suceden géneros y generaciones a toda velocidad: el fantástico, que podría sintetizarse en Moebius, las novelas gráficas de Will Eisner, los fanzines y revistas como 'MAD', 'RAW' y 'Weirdo', Frank Miller, Art Spiegelman… Este último, por cierto, publicó en 1991 'Maus', una obra en la que narró la vida de su padre, superviviente del Holocausto , y que lo encumbró como maestro del noveno arte. Qué pena que Fredric Wertham muriera antes de poder leerla.
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