Gene & Lane: más bonito que un San Luis
El cine romántico se encamina hacia su espectador con la mirada tan fija como la de un búho en su presa. Hay siempre en él un punto de nocturnidad y alevosía, y varios de premeditación: las películas apasionadas y sensibles rara vez consiguen esquivar la ... sensación de estar envueltas en un excesivo y forzado diseño. Ésta de «Noches de tormenta», instalada en el extremo de los romántico y en la cúspide de lo sentimental, está tan perfectamente calculada que no es difícil que provoque ambas reacciones: rechazo y atracción. El cálculo comienza en la historia en sí, basada en una novela de Nicholas Sparks, de quien el cine ha tomado ya en otras ocasiones sus apasionadas historias como «Mensaje en la botella» o «Un paseo para recordar». «Noches de tormenta» insiste en ese viejo cuento de un hombre y una mujer que se encontrarán en el cruce mágico de tiempo, lugar y estado de ánimo para vivir un intenso romance, aunque esa intencionalidad adquiere proporciones insuperables en la elección de los actores que encarnan a esos personajes, una pareja que deberá embelesar a todo aquel que se le ponga a tiro: Diane Lane y Richard Gere. No hay ni el menor mérito en el director de «casting», pues se trata de dos actores imbatibles en ese terreno de la atracción.
La historia de amor de esos dos personajes maduros, que acaban de certificar y padecer la fractura de su matrimonio, es atractiva, sí, y también son atractivos los actores en primer plano. Pero lo realmente hermoso, perturbador y fascinante es el plano largo, esos paisajes de Carolina del Norte y, sobre todo, el caserón en plena playa (el lugar de los hechos) defendiéndose de la tormenta.
Pero no todo es zanahoria: el director, George C. Wolfe, convierte todos estos materiales nobles (historia apasionada, personajes interesantes, actores guapos y paisaje hipnótico) en un producto no diremos que innoble, pero sí adocenado. Resuelve los muchos conflictos de un modo tan previsible y facilón que convierte la historia en un calco de otras mil. Incluso, la evidente relación entre el interior de esos personajes atormentados y el paisaje tormentoso está cosido con hilo grueso y lenguaje rudimentario, sin la necesaria sutileza y toque que estos asuntos requieren.
El caso es que «Noches de tormenta» podría tener varios puntos de contacto con otras películas —¿«Los puentes de Madison»?—, pero esta falta de ambición del director (que no le llega a Eastwood ni a la espuela de la bota) deshace por completo cualquier connivencia. Los «flash-back», la voz en «off» de la relación epistolar, los subrayados sentimentales..., en fin, todos esos ingredientes tan propios del cine sentimental, usados como por orden, o mejor: como por ordenador. De tal modo que eso tan visto en las películas románticas, y que conforman un poroso grumo de universo cursi que este género acepta y adecenta, se convierte aquí en coágulo, en algo que rechina a pesar de todas las cualidades mencionadas al principio.
Porque, es verdad, lo cursi bien medido siempre tuvo su lugar y su importancia en el cine romántico. Miradas, palabras, caricias, gestos..., todo envuelto en ese trapo enaltecido por el vapor pasional. Pero, hay que trabajárselo un poco, sorprender de algún modo al espectador, y no dejarlo todo exclusivamente a la magnífica planta de los actores y de la casa.
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