Música
El flamenco y el toreo, dos artes en hermandad
Descubrimos las relaciones entre ambas manifestaciones artísticas valiéndonos de una lista de Spotify
Israel Galván durante el espectáculo 'Arena', en la Plaza de la Maestranza de Sevilla
Los días se ensanchan como bostezos cada vez más largos, finos capotazos en un aire que no se quiere ir. Es primavera y el arte del toreo asoma su crin por algunos rincones de España. Vemos al fin unas astas. Las noches descienden tarde. Los ... niños ganan algo de terreno en su horario, corren por ahí hasta que los relojes los mandan de vuelta a casa. Hay toros por la televisión. Aficionados ansiosos tras el hastío. Programas de mano de interés: Diego Uridales, ese hombre de mentón afilado en el que un día se fijó Curro, con Manzanares y Roca Rey este viernes en Las Ventas. Morante, el sábado. La realidad es una luz que empieza ya a deslumbrarnos en el rostro y hemos de buscarle sintonía. ¿En qué se asemejan la tauromaquia y el flamenco, las dos manifestaciones artísticas que se identifican con este país más allá de su frontera? ¿Qué esencias guardan en común y qué tienen de particular? ¿Dónde difieren y por qué? ¿En qué se nutre la una de la otra?
Todo parte de dos nexos que las atan, que son dos gotas y de pronto una, formando entre ambas una cultura en sí. El arte cabal y el del capote coinciden en el mismo espacio y tiempo. Las grandes plazas cantaoras son también toreras. Y viceversa. A Curro Romero lo que en el fondo le gusta es hablar de aquel fandango que un día le escuchó a Caracol. A Camarón, del muletazo de esa otra tarde. Uno se enfrenta al abucheo y a la muerte. Otro únicamente a la frialdad, a la desconexión con el público. Rancapino quiere ser torero, pero el miedo se lo impide. Luis de la Pica tiene dos ídolos: Rafael de Paula y Terremoto. Todo converge en la Alameda de Hércules. En Triana. En el Madrid donde artistas de la música y del ruedo comparten nocturnidad y vivencias. También en Jerez, donde El Torta canta con el estoque siempre al cuello. Turronero clama por bulerías la elegancia de uno de Alicante; ante él se quita el sombrero. Qué despacito. Cae en la posición correcta una montera. La tradición se viste de luces. Todo es ventura e ilusión. Peligro con escudo de éxtasis. Búsqueda de poses, ecos e instantáneas que den sentido a esta forma de sentir, la de un pueblo que torea igual que canta.
Esta atmósfera efervescente, que siglos atrás, cuando las posibilidades para la distracción eran menores, tenía un arraigo mayor, da lugar a un inventario infinito de letras. El repertorio flamenco no deja nada atrás. También la guitarra trata de aproximarse a la tauromaquia. Y la danza , donde clásicos y vanguardistas, de Farruquito en una patá quieta en el sitio a Israel Galván en su mastodóntica 'Arena', disección del toreo de salón hecho baile, hallan cierta similitud. Hay intérpretes frustrados por el pavor. También toreros sin voz a los que les hubiese gustado dedicarse al otro lado de este escenario imaginario.
Reunión con, entre otros, Curro Romero, Camarón, Enrique Montoya y Bambino
Los atributos que rodean ambas disciplinas, además, crean poderosos símbolos . Imágenes que en definitiva sirven para hablar de las emociones humanas, eso que todas las artes tocan desde un prisma u otro. Quien se viste de luces representa el valor y la gallardía . El arrojo de salir a esquivar la muerte frente a la res para crear una obra efímera sobre el albero. El toro, el lado opuesto de la lucha. Lo salvaje y visceral. La tragedia engalana todos los cordeles. Enrique Morente musicaliza así el poema 'A las cinco de la tarde' en su casi postrero 'Llanto por Ignacio Sánchez Mejías', con texto de Lorca, y Pansequito recuerda con el compás del tres por cuatro de por medio las últimas agonías de Joselito en Talavera. Los apellidos viajan por la sangre. Ese prestarse al azar hace a los auténticos insoportables cuando no están y genuinamente bellos cuando sí. El arte más caro es aquel que se paga y no siempre se consigue. Tiene magia inexplicable, atendiendo siempre a la salida de un duende que le haga brillar. Belmonte, como recoge Chaves Nogales en su biografía, aprendió a tentar de noche, a oscuras. A esa hora mística en la que Joselero de Morón entonaba lo mejor de su memoria. Lo hermoso se esconde y se asoma como el Guadiana. Juega a los espejos, a las huidas y vueltas.
Cuando torear es cantar
Quizá lo más elevado, o lo que mejor retrata a la sociedad en la que germinó y se desarrolló la tauromaquia y el flamenco, es decir, la nuestra, radica en las estructuras de ambas manifestaciones . Algo así explica Pierra Lefranc en su libro 'El cante jondo': «La tendencia a rematar o acabar una serie (de cantes, pases de lidia o pasos de baile) por una conclusión identificable como tal (cante o ritornelo final, media verónica, pase de pecho, etc.) es una costumbre andaluza muy fuerte; expresa un amor profundo a la faena elegante hasta el último detalle, y además presenta la ventaja de indicar al público entendido que está a punto de acabarse la serie». Es el sentido del ritmo que define Octavio Paz en 'El arco y la lira'. De forma natural, tienen el mismo cuerpo. Los ayeos iniciales de una seguirilla son la toma de contacto con lo que se viene, la recepción de la bestia con el capote. Por eso los antiguos tachan de mal gusto eso de la porta gayola, porque atenta contra la línea estética. Es más morbo que pintura. Por hacer una extrapolación: sería como empezar un cante por el exigente estilo de Juan Junquera, más propio para el cierre por alto que para el inicio. La belleza tiene un proceso. El ritmo que todo lo mueve.
Basándose en estas concepciones, Gerardo Diego trasladó al verbo la experiencia de una tarde de toros, desde la salida a la estocada a volapié, con naturales, suerte de varas y trincheras en su interior. Ese poema es el que adaptó más tarde Diego Clavel a los diferentes palos del flamenco. Igual que el poeta y letrista José Luis Rodríguez Ojeda hace en su 'Cantes flamencos al toro y al toreo' junto a José Parrondo. Samuel Serrano ha hecho con su eco ajado sevillanas de mil volantes, ferias donde las certezas pertenecen al terreno de la ficción. Manolo Sanlúcar inventó un término para titular su álbum más emblemático: 'Tauromagia'. La Paquera convirtió en copla la emoción, como Juanito Villar. Temple, pureza, tercio, gitanería, raza… en el vocabulario también se trazan los puentes que ahora vadeamos . El Niño de Utrera lamentó la desventura por fandangos y los personajes que fueron pasando por un universo y otro, esas dos gotas de agua que son una, fueron quedando como leyendas en el mismo imaginario. El flamenco y el toreo son una sensibilidad igual que se expresa ante los otros por dos canales diferentes. Son nosotros. Reflexión cabal sobre la vida y la muerte que dura un segundo. Son el detalle y el momento. Como dijo un poeta de Granada, las fiestas más cultas del mundo.