Fernando del Rey: «No se puede utilizar la Guerra Civil como arma arrojadiza en el debate político»
El catedrático, que ha obtenido el premio Nacional de Historia por «Retaguardia roja», aboga por dejar atrás el guerracivilismo y analizar el pasado con objetividad
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Iniciar sesiónRojos, azules, morados, verdes… Aunque resulte repetitivo y casi un mantra de baratillo, la realidad es que la sociedad que habitamos está casi tan polarizada como hace más de ocho décadas. La política actual es la triste herencia de una guerra civil que se llevó ... por delante la unidad del país, nos dividió en «hunos y hotros» y -aún hoy- hace que colguemos molestos carteles ideológicos a los investigadores de un pasado que debería ser objetivo. Fernando del Rey Reguillo, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense, huye de ese maniqueísmo. Aquellos que conocen su trabajo le tildan de un verdadero profesional de la historia; alguien que no deja que sus ideas influyan en el método científico que aplica a sus ensayos.
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Por todo ello, supone una bocanada de aire poco viciado el que haya recibido el premio Nacional de Historia de este 2020. Porque «Retaguardia roja» (Galaxia Gutenberg), la obra por la que ha sido galardonado, no busca azuzar el guerracivilismo, sino analizar un hecho palpable como fue la represión que se vivió en un lugar tan concreto como Ciudad Real después de la sublevación de 1936. Sin paños calientes, en efecto, pero sin asir la recurrente vara de los reproches. Lo que está claro es que, en mitad del torbellino histórico que se ha generado en los últimos meses en torno a personajes como Largo Caballero o Indalecio Prieto, su libro señala las carencias de una memoria democrática tildada, en ocasiones, de parcial.
-¿Cómo ha recibido este premio?
Con emoción. La verdad es que no me lo esperaba. Sabía que había sido seleccionado, pero había trabajos muy buenos y creía que no tenía posibilidades. Decidí olvidarme. Cuando me han llamado me he echado a llorar.
-¿Por qué cree que ha sido premiada «Retaguardia roja»?
El tribunal ha captado a la perfección el sentido del libro. No buscaba hacer una historia del terror rojo o analizar quién era el más malo, solo intentaba atisbar la lógica de la violencia en la retaguardia de la Guerra Civil. El método utilizado podría haberse aplicado al otro bando. La finalidad era huir del maniqueísmo y de la visión simplista. Intentar explicar una época tremenda en la que la relación entre la Iglesia y el Estado era difícil y había una carencia de cultura democrática. Una constitución y una república no dan la democracia, eso es algo que hay que trabajar.
-¿Qué haya sido premiada su obra supone un avance en la lucha contra el guerracivilismo?
Supone un signo de normalidad y me satisface. Es desvelar algo oscuro, pero que nos permite entender que, al igual que la derecha actual no tiene responsabilidad en lo que se hizo hace ochenta años, la izquierda tampoco. Para superar este pasado tan puñetero hay que sacar todos los trapos sucios, pero sin ira ni odio.
«No buscaba hacer una historia del terror rojo o analizar quién era el más malo, solo intentaba atisbar la lógica de la violencia en la retaguardia de la Guerra Civil»
-¿Es posible analizar el pasado con objetividad?
Es posible incluso en temas delicados, como una guerra que ha dividido a tantas generaciones. Nos podemos acercar a ellos con serenidad, tratando de comprender el origen de aquel desastre. La clave es no actuar como juez.
-¿Por qué se cargó, tras el 18 de julio, contra el clero en la retaguardia republicana?
En ese punto operan dos fuerzas. La primera es de carácter cultural: la mentalidad anticlerical que distintas corrientes políticas (republicanos, socialistas o anarquistas) habían hecho suyas desde el siglo XIX. Ese pensamiento brotó tras el estallido de la Guerra Civil y derivó en la matanza de monjes anónimos. La segunda, coyuntural, fue el protagonismo que había tenido la CEDA, de tendencia conservadora y tradicional, en la política. Pero no debemos olvidar que ellos estaban dentro del juego democrático y querían llegar al poder por la fuerza de los votos. Tuvieron un papel muy destacado y lo pagaron a pesar de que aglutinaban desde obreros de derechas, hasta sectores de las élites.
-¿Qué es la «violencia caliente» que, afirma, se vivió aquellos primeros días?
Fue la que surgió de forma más o menos espontánea, atomizada y a nivel de barrios. La consecuencia de la tensión brutal que nació tras el golpe. Esa violencia, aunque fomentada por organizaciones políticas, era descontrolada. A partir de agosto se organizó más, aunque sin llegar a estar dirigida por un gran ojo que todo lo ve. Tenía una lógica de guerra, y era la de neutralizar al enemigo interior decapitándolo. Buscaba generar miedo, pero también funcionaba como una represalia. Siempre aumentaba cuando se recibían noticias de las barbaridades que se cometían en el bando contrario o había bombardeos.
-También trata de destruir algunos mitos arraigados en la sociedad…
Sí. Uno de ellos es que la guerra era inevitable. Eso no es cierto. Lo que hizo detonar el conflicto fue el golpe. Lo contrario es lo que vendió el franquismo: la idea de la revolución comunista. Aunque eso no exime de responsabilidades a los otros actores. Los sectores de izquierdas alimentaron la tensión y se valieron de ella. Al final había una situación de orden público complicada, desencuentros… El 36 fue un periodo muy duro. En lo que quiero insistir es en que los protagonistas del desastre fueron las minorías extremistas. El grueso de uno y otro bando no estaba por la Guerra Civil.
-¿A qué cifras llegaron los represaliados en la retaguardia republicana?
Por el bando republicano, los especialistas las estimamos entre 50.000 y 60.000. No hay datos claros porque hay muchas dudas con Madrid. Con todo, cuando se constituyó el Ejército Popular y las milicias perdieron su poder, la República, consciente de la mala imagen que daba de cara al exterior, se esforzó y redujo las matanzas. En el otro bando se aplicó una lógica represiva que elevó los números hasta 100.000 durante la contienda y a 30.000 más después.
-¿Qué opina de la controversia que se ha generado sobre Largo Caballero e Indalecio Prieto?
Creo que se han sacado las cosas de quicio. No se puede utilizar, después de ochenta años, la Guerra Civil como arma arrojadiza en el debate político. Se dijeron auténticas burradas y simplificaciones sobre estos personajes. Jugar con estos temas para dividir a los ciudadanos, con la que está cayendo, es una irresponsabilidad manifiesta.
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