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Familiares e historiadores denuncian el «olvido» de Pi y Margall en el centenario de su muerte

Vivió y murió pobre. Vestía de riguroso negro. El jueves se cumple un siglo de su fallecimiento. Francisco Pi y Margall, presidente de la República, pensador, filósofo, político, historiador de la América precolombina, crítico de arte, periodista, publicista, jurisconsulto y estadista, abogaba por el hombre y la democracia. Una muestra rescata la memoria «no debidamente reconocida» de esta figura política del siglo XIX.

El presidente de la República, en su lecho de muerte, en 1901. Fundación Pi y Margall

En sus «Lecturas españolas», Azorín sentenciaba: «Don Francisco Pi y Margall es uno de los intelectos más límpidos, coherentes y lógicos que nos ofrece la España contemporánea. Su personalidad no ha sido todavía debidamente estudiada».

Racionalista, laico, defensor de la libertad de la persona y de los pueblos. Republicano, federalista y reformista. Periodista, publicista e historiador del arte -el Vaticano le atacó por su «Historia de la pintura» (1851) donde rechaza cualquier culto y está ausente toda idea de trascendencia- Francisco Pi y Margall, filósofo, pensador, jurisconsulto, ministro de Gobernación (desde el 11 de febrero al 11 de junio de 1873), presidente de la República (desde el 11 de junio al 18 de julio de 1873) y diputado (entre 1869 y 1901) anhelaba en el fondo algo que sigue siendo plenamente individual, dice Isidre Molas, catedrático de Derecho Constitucional y estudioso del pensamiento pimargalliano: «Un mundo en el que las personas individualmente sean libres, conducidas por su propia voluntad y que vivan unidas con sus semejantes mediante lo que son las comunidades políticas y pre-políticas: familia, municipio, humanidad». Su figura y su personalidad constituyen un prototipo de los demócratas avanzados de su tiempo, añade Molas, «del individualismo cooperativo, de la unión voluntaria».

APÓSTOL DEL EUROPEÍSMO

Desde su Partido Federal, admiraba las tesis igualitaristas de los republicanos americanos -Jefferson, sobre todo- y postulaba «recrear el orden político desde un orden social que excluya la autoridad como criterio y que el resultado sea un orden por consentimiento. Si hay orden sin consentimiento, pensaba. es desorden», señala Molas.

Incluso ya hablaba en su época de la unión de los pueblos europeos. Sostenía que la gente no debía quedarse encerrada en el molde de su pueblo, de su provincia, de su nación o de Europa. «Son niveles sucesivos a los cuales el individuo entrega buena parte de su libertad y la pone en común con otros. Es lo que él llamó el «criterio federal», que hay que separar de cualquier concepción que sea por una parte excluyente, es decir las que no impliquen solidaridad, y por otra parte cualquier tradición que esté basada en el prejuicio. El suyo es un federalismo de acuerdo. Esta idea general le lleva a hablar de Europa y en el terreno social a encontrar en el cooperativismo económico una salida. Si Pi y Margall fuera francés yo estoy seguro de que se conocería su pensamiento, tendríamos cincuenta tesis doctorales, en todas las ciudades habría una calle o un monumento y sería una gloria nacional», apunta Molas.

¿Por qué se ha «olvidado» a Pi y Margall? «Hoy es mucho más actual que en su época -sostiene Molas-. Yo creo que hay un olvido por la desidia y el desconocimiento de la gente que tiene peso». Abogaba Pi y Margall por la defensa de la libertad individual, de la igualdad de las personas y en la participación. Para él, la democracia era signo de civilización. «Era un demócrata profundo. La idea federal abierta al mundo -pero que no es un federalismo de estructura política del Estado-, la consideración de que las creencias individuales deben convivir, el acuerdo y la solidaridad eran sus axiomas», concluye el catedrático.

LA DESIDIA Y LA PROBIDAD

Miguel Barberán Pi, tataranieto,vicepresidente de la Fundación Pi y Margall y comisario de la exposición «Biografía romántica», que recorre toda la vida del intelectual a través de manuscritos, cuadros, joyas bibliográficos y el busto para un monumentos en Barcelona (se exhibe en la calle Augusto Figueroa, 9, de Madrid), lamenta el desconocimiento que existe de la figura de su tatarabuelo. ¿Por qué? «Porque desde la dictadura hasta nuestros días no ha habido interés suficiente en dar a conocer la relevancia histórica de su personalidad, por cuanto se trata de una figura esencial para el desarrollo de las ideas y los movimientos políticos de la España del siglo XIX. Desempolvar el patrimonio intelectual pimargalliano y, sobre todo, darlo a conocer parece una ardua tarea dado el escasísimo interés, por no decir nulo, del Estado de rendir un recuerdo y hacer justicia a tan insigne personaje, a excepción de la Generalitat de Cataluña», manifiesta.

La muestra organizada por la Fundación Pi y Margall -que no ha contado con el apoyo estatal, recalcan en la institución- proyecta «a un hombre austero, a un pensador, a un intelectual romántico cuya vida estuvo marcada por la probidad, el trabajo y el afán de elaborar un modelo político, social y cultural».

El poder de este político lo glosa el maestro de hispanistas sir Raymond Carr en su imprescindible obra maestra «España 1808-1975» (editada por Ariel). Así escribe que «en la mañana del 24 de abril de 1873, Pi y Margall era el hombre más poderoso de España. Si hubiera querido proclamar la República Federal, ni los desacreditados radicales ni los vacilantes generales hubieran podido oponerle resistencia. No quiso proclamarla, porque sostenía la opinión de que, dada la seguridad de la imposición legal de la Federación por las Cortes Constituyentes, la revolución federal, además de innecesaria, hubiera sido un delito. Los federalistas, que no podían dudar de las convicciones de Pi, le creían culpable de un inmenso error político. «¿Actué atinadamente?, se pregunta Pi y Margall. Responde: «Lo dudo si atiendo a la conveniencia política. Pero lo afirmo cuando consulto mi conciencia».

LA DEFENSA DEL SER HUMANO

Cuando Pi y Margall consultó su conciencia, prosigue Raymond Carr, leyó en ella la próxima victoria de la República Federal en las elecciones para las Cortes Constituyentes. «Por lo tanto, Pi concebía la República Federal como expresión genuina de la voluntad nacional más que como imposición de una minoría. Incluso con sus premisas, la proclamación «legal» de una República Federal por las Cortes Constituyentes debidamente elegidas no podía contener la revuelta federalista que estaba fermentando desde hacía meses».

Del federalismo al periodismo. comenzó en la revista «Renacimiento» y en el diario «El correo» se le asignó la crítica teatral. Pero un incidente tras publicar un suelto truncó no sólo su relación con el periódico, sino la vida del propio diario: provocó una crisis ministerial y se tuvo que esconder para no ir a la cárcel. (Algún tiempo después, le habrían de sobrevenir furibundas críticas de teócratas y gobernantes provocadas por su «Historia de la Pintura» o el opúsculo «Estudios sobre la Edad Media»). En 1864 tomó las riendas de «La discusión», periódico desde el que mantuvo una encendida polémica con el diario «La democracia», que dirigía Castelar, que defendía las doctrinas individualistas frente a las socialistas que enarbolaba el periódico «La discusión».

A Pi y Margall siempre le preocupó el atraso material e intelectual de España, señala Juan Trías Vejarano, catedrático de Ciencia Política de la Complutense, que explica que el pensador fue consciente de que la democracia descansaba en unas frágiles bases si no encaraba la cuestión social. Empero se le achaca que es muy racionalista. Y fue muy criticado porque defendió el derecho de los cubanos a la independencia: «No hace falta que les hagamos una guerra. Si hubiéramos hecho la España federal los cubanos serían españoles como lo fueron siempre pero no tiene sentido luchar contra ellos». Desde «La reacción y la revolución» (1854) a la aparición de «Las nacionalidades» (1877) en el inicio de la Restauración -subraya Isidre Molas- donde pretendía demostrar que el federalismo era un principio organizador de Estados entonces estables, fuertes y poderosos; desde «Las luchas de nuestros días» (1887) hasta «El Nuevo Régimen» y sus póstumas «Cartas Íntimas» (1911), Pi y Margall utilizó la palabra para convencer de la necesidad de la libertad individual, el progreso y la reforma social.

Su punto de arranque y de llegada es el hombre y el pueblo, al que se dirigía así: «Pueblo: Después de once años de esclavitud has roto al fin con noble y fiero orgullo tus cadenas. Este triunfo no lo debes a ningún partido, no lo debes al ejército, no lo debes al oro ni a las armas de los que tantas veces se han abrogado el título de ser tus defensores y caudillos. Este triunfo lo debes a tus propias fuerzas, a tu patriotismo, a tu arrojo, a ese valor con que desde tus frágiles barricadas has envuelto en un torbellino de fuego las bayonetas, los caballos y los cañones de tus enemigos. Hélos allí rotos, avergonzados...» 

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