De la enfermedad a la metáfora: así evolucionan las palabras infecciosas

El Nuevo Diccionario Histórico del Español, que recoge la evolución del significado de las palabras, ha añadido 736 artículos, enriqueciendo mucho el vocabulario bélico y sanitario

Salón de plenos de la RAE ABC

Las palabras cambian, por lo menos, tan rápido como la realidad. Al otro lado del mundo alguien se comió un pangolín al que había mordido un murciélago (presuntamente, pues nadie sabe todavía) y, meses después, en España habíamos recuperado el lenguaje bélico para plantar cara ... a la pandemia y a los muertos, con uniformes incluidos. También nos hicimos expertos en epidemiología, con su maleta de tecnicismos (brote, rebrote, curva, propagación comunitaria, etcétera), y después, agotados ya los recursos existentes, nos dedicamos a inventar nombres y eufemismos para describir la normalidad rara (nueva) que nos encontramos tras el confinamiento. Pasa siempre: toda crisis trastoca el idioma, porque agita la vida y la imaginación. Nos repetimos como se repiten las catástrofes.

Aunque parezca increíble, con el tiempo nos acostumbramos a estas revoluciones léxicas, y las voces antes extrañas pasan a ser comunes. Empezamos a jugar con ellas, y lo que en un principio era un sustantivo pequeñito, específico, termina convertido en un comodín de uso cotidiano. Ahí está la peste, para el caso, que una vez fue solo una enfermedad altamente contagiosa que diezmó Europa, y que ahora puede ser cualquier cosa mala con capacidad para hacernos daño. Esto es la peste, decimos. ¿Haremos lo mismo con el coronavirus? A falta de respuestas claras, por el momento, acudimos al Nuevo Diccionario Histórico del Español (NDHE), una herramienta de la RAE que permite rastrear la vida de las palabras desde su nacimiento hasta el presente. Un invento que, de alguna manera, nos permite ver cómo funciona la psique colectiva, y qué malabares hace con la lengua. En su última actualización han añadido 736 artículos, enriqueciendo mucho el vocabulario de la guerra y de las enfermedades. Todo muy adecuado para este 2020.

Ahí vemos, por ejemplo, que el fenómeno lingüístico de la peste no es único, ni mucho menos. Ocurrió algo similar con la lepra, la roña o la sarna: nacieron para designar una dolencia muy concreta y poco a poco, por medio de la metáfora, su uso se fue extendiendo para señalar cualquier cosa nociva o perjudicial. Desde la Academia explican que esto es algo muy frecuente, y que a veces, incluso, el significado que pervive de una enfermedad es el figurado y no el real. Es el caso de morbo, que hoy utilizamos para referirnos al «atractivo que despierta lo cruel, desagradable, íntimo, prohibido, truculento o lo considerado indecente». Sin embargo, la primera vez que se registró este término, en 1270, en la «Estoria de Espanna» de Alfonso X, fue como sinónimo de epilepsia. Por cierto: fue Góngora quien dotó al morbo de su carácter erótico, utilizándolo para señalar aquello «que resulta agradable o placentero por su belleza, su suavidad o su sensualidad», una acepción que se extendió como la pólvora ya en el XIX. Ay, los poetas...

El siglo XX ha sido rico, por desgracia, en problemas sanitarios. Por eso alrededor de 1950 se hicieron frecuentes palabras como chikunguña, ébola o listeriosis, que alcanzó la fama en España el verano pasado, cuando entre julio y septiembre se registraron 222 casos, una cifra que en 2020 suena a paraíso, pero que entonces fue considerada algo menos que una hecatombe. Así, el 22 de agosto de 2019, la periodista de ABC Sevilla Mercedes Benítez generó una nueva palabra: histeriosis, cruce de listeriosis e histeria, tal y como se recuerda en el NDHE.

También encontramos en este diccionario la competencia entre pulmonía y neumonía. La primera se define alrededor del 1500 en el anónimo «Libro de recetas» como una «enfermedad del aparato respiratorio causada por una bacteria o un virus, y caracterizada por la inflamación de pulmones, fiebre alta y escalofríos, dolor intenso, tos y expectoración». Es una descripción exacta, aún válida, pero quizás lo más curioso es que en 2012 pulmonía se empleó como sinónimo de taxi en la novela «El reino de las moscas», de Alejandro Páez Varela . Por lo visto, es una denominación popular en México, fruto de una campaña de desprestigio lanzada por los sindicatos del transporte local de Mazatlán. En cualquier caso, pulmonía fue la acepción más popular, la de andar por casa, aunque los especialistas en medicina, ya desde el siglo XVIII, preferían neumonía, una palabra traída del francés, y que es la que en estos meses produce escalofríos: neumonía bilateral.

Las actualización del lenguaje bélico del NHDE demuestra, por otra parte, que la invasión de las palabras de la guerra a otros campos no es nueva. Son muchos los escritores y periodistas que han acudido a esos términos para escribir, por ejemplo, sobre deportes. Se lanzan fusilazos, morteradas, obuses, torpedos o riflazos. Y a los grandes goleadores se les llama (o se les ha llamado) bombarderos o escopeteros. Más allá de los estadios, y sin balones de por medio, tenemos el dardo, que es tanto un objeto punzante que se lanzaba al enemigo (en el siglo XII) como un comentario «irónico, hiriente o mordaz» que, evidentemente, también servía para hacer daño a los enemigos. Entre una definición y otra hay seiscientos años de distancia: la civilización es pasar de las manos a la palabra. Y de ahí al tuit y a los zascas, aunque aún no tengamos claro que eso sea un síntoma de progreso.

Existen palabras que nacieron en el campo de batalla y que ya nada tienen que ver con él. La tortuga en su día era una máquina de asedio que los soldados utilizaban para protegerse de las armas arrojadizas en su avance a las murallas, y luego pasó a denominar al famoso reptil. No solo eso. Quevedo utilizó el mismo concepto para referirse a las personas lentas, lentísimas, y también a las instituciones, aunque es en el siglo XX cuando la tortuga se asocia inevitablemente a la burocracia. En marzo de 1914, a pocos meses del estallido de la Primera Guerra Mundial, en Soria alumbran el tortuguismo: «Lentitud de la Administración en la realización de sus funciones». Muy lejos de allí, en Guadalajara (México), alguien decidió crear un sinónimo, el galapaguismo, que a pesar de su sonoridad exquisita apenas tuvo éxito... En fin, derivas y caprichos de las metáforas. Consecuencias de no parar de hablar.

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