La estatua del embajador imperial en la Corte de Felipe II regresará con cabeza a Madrid
Un descendiente de Hans Khevenhüller ha reconstruido en Austria la maltrecha escultura funeraria que este año volverá a los Jerónimos
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Iniciar sesiónKarl Khevenhüller-Metsch está satisfecho. Gracias a la perseverancia de este empresario criado en Madrid y responsable del Castillo Hochosterwitz, uno de los más famosos de Austria, la estatua de su antepasado Hans Khevenhüller, embajador imperial en la corte de Felipe II, ha recobrado la ... cabeza y pronto regresará reconstruida a la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid.
El conde de Frankenburg, que llegó a ser el máximo confidente del monarca español, quiso ser enterrado en este antiguo monasterio, en una capilla que se hizo construir, hoy desaparecida. En una pared del famoso templo ubicado junto al Museo del Prado, a mano derecha, aún se conserva la placa en piedra negra en la que se grabó su epitafio en letras doradas: «Juan Khevenhüller de Aichelberg, conde de Frankenburg, barón libre de Landskron y Wernberg, señor hereditario de Hochosterwitz y Karlsberg, supremo caballerizo hereditario en Carintia, de la majestad cesárea Rodolfo II embajador cerca de su majestad católica en España, caballero del Toisón de Oro, mandó hacer para sí este monumento. Murió el cuarto día del mes de mayo del año del nacimiento de Cristo de 1606 en edad de 68 verdaderamente y veinte y dos días».
La capilla del embajador del Sacro Imperio Romano Germánico era una de las más bellas de la ciudad, a tenor de la descripción que hizo de ella el erudito Antonio Ponz en el siglo XVIII. Situada al lado del Evangelio, en su altar se veía un cuadro de la coronación de Nuestra Señora por la Santísima Trinidad que Khevenhüller había encargado a Jacopo Tintoretto, con la estatua de alabastro que labraron Juan de Porres y Mateo González, cercanos al círculo de Pompeo Leoni, arrodillada a sus pies. Hasta la guerra de la independencia mantuvo su esplendor, pero durante la invasión francesa de 1808, las tropas napoleónicas del general Murat saquearon el monasterio y además de llevarse el lienzo de Tintoretto como botín, ultrajaron la tumba de Khevenhüller y decapitaron su estatua sepulcral.
Las vicisitudes que sufrió el monasterio en los siguientes años, convertido en cuartel, residencia, parque de artillería y hospital, y las transformaciones de su posterior restauración hicieron que la capilla del embajador se perdiera de forma definitiva.
Karl Khevenhüller-Metsch cuenta que con motivo de la coronación de Alfonso XIII en 1902, a la dañada estatua, que perdió también sus manos en la Guerra Civil, se le colocó un vaciado de yeso de la cabeza de un obispo, copia de una hecha por Jean Lorenzo Bernini que actualmente se encuentra en un museo de Berlín. «De la escultura restaurada con la cabeza incorrecta se tomaron varias fotografías de gran calidad en 1903 (Archivo Moreno) y se situó como elemento decorativo en el claustro ruinoso del antiguo monasterio», explica. Allí permaneció hasta que el claustro fue desmontado en los años 90 para construir la ampliación del Prado diseñada por el arquitecto Rafael Moneo. Y durante esos años a la intemperie la lluvia ácida deterioró aún más la estatua.
Al descendiente del embajador austriaco le dolió profundamente verla en ese lastimoso estado hace veinte años y comenzó una campaña para su restauración, que ahora muestra sus frutos. Después de largas negociaciones con la Iglesia, propietaria de la pieza, y con diversas instituciones españolas, Karl firmó un documento ante notario que le permitió llevarse la estatua a Austria para restaurarla, con el compromiso de devolverla en cinco años a los Jerónimos. Tenía una idea que quería llevar a cabo.
«Hans recomendó a los artistas que usaran como modelo para esa estatua el busto suyo que se encontraba en su casa en Arganda del Rey (a unos 26 km de Madrid) creado en 1592 por el escultor italiano Jacopo Trezzo », relata a ABC. Esa escultura se conserva actualmente en el Museo Regional de Klagenfurt. Volvería a servir de modelo en la reconstrucción.
Karl explica que en primer lugar se digitalizó la estatua todavía en Madrid con un escáner 3D y se hizo lo propio con el busto de Jacopo Trezzo (o Jacomotrezo) en Austria. En 2018, se trasladó la estatua original al taller de Gerhard Zottmann en Graz. Por medio de un programa informático especial y con ayuda de las fotografías del archivo Moreno se creó una reconstrucción digital de la estatua. El siguiente paso fue realizar con una impresora 3D un modelo a escala 1:1 con espuma de poliuretano para tener una idea del aspecto que debía adquirir la pieza y de sus proporciones.
A continuación, se analizaron los restos de la estatua original, que está compuesta por tres bloques: un primero formado por el tórax, los brazos y el arranque del cuello sin cabeza; un segundo con el abdomen, caderas y muslos, arrodillado sobre el cojín; y un tercero con la región de la parte inferior de las piernas y los pies cubiertos por un manto. «La decisión que se tomó fue realizar una réplica de la primera zona (la superior) y restaurar los demás bloques. De esta manera se conservaría alrededor del 60% de la estatua original», prosigue Khevenhüller-Metsch.
Con una impresora 3D se confeccionó en alabastro la parte del tórax y la nueva cabeza y después el escultor trabajó la pieza para recrear el busto de acuerdo con los modelos.
Los trabajos para recrear la estatua del embajador imperial han durado tres años. «No está terminada al 100% todavía porque falta darle un tratamiento», apunta su heredero, que ha puesto 70.000 euros de su bolsillo para que la figura de Hans Khevenhüller vuelva a contemplarse a partir de otoño de 2022 en la misma iglesia donde antaño estuvo su tumba.
Karl subraya que cumpliendo con las normas vigentes de restauración, la pieza deteriorada original no se ha tocado, y también volverá a España con la escultura, para colocarla junto a ella, en memoria de lo sucedido.
«Un santo»
Fuentes del Arzobispado de Madrid confirman que «ahora están concretando detalles» para la ubicación de la estatua funeraria. A Karl le gustaría que estuviera expuesta en una capilla de los Jerónimos, tal como su antepasado quiso, porque además está convencido de que fue un santo. Porque Khevenhüller no solo destacó por sus gestiones diplomáticas y su habilidad negociadora para alcanzar la paz en la guerra de sucesión en la casa de los Habsburgo, en la que estaba en disputa el legado de Flandes. Además de estas labores, que compaginó con una intensa actividad de negocios (desde el comercio con obras de arte, caballos o instalaciones industriales hasta el diseño de jardines o la importación de plantas y animales exóticos), el embajador imperial "llevaba también una vida de profunda religiosidad", destaca su descendiente.
Un documento conservado en el Archivo Histórico Nacional (AHN) y publicado por Jesús Antonio de la Torre en 'La Casa del Rey. Cuatro siglos de historia', sustenta, en opinión de Karl, el argumento de su posible santidad. Según este documento, 123 años después de la muerte del embajador se derribó un tabique en la iglesia que abrió un poco el ataúd. Al ver que exhalaba «tal fragancia», destaparon el féretro y viendo su cara y sus manos incorruptas los allí presentes lo identificaron sin dudar al ver su parecido con la pintura del altar.
«Estaban desnudas y carnosas, los labios con su bigote muy fuerte, la barba no tan larga y más carnosa que el bigote que aún está más rubio que la barba, la dentadura buena entera y fuerte, el cuerpo de la cintura arriba tan flexible, como si estuviera vivo, y un cordón de seda negro al cuello en que estaba pendiente el Toisón de oro macizo», reza el escrito que firmó Fernando de San José, prior general de la orden y notario apostólico.
«Este personaje es beato», sostiene su descendiente, que va a iniciar el proceso para elevarlo a los altares. «Todo lo que estoy haciendo es por la voluntad que tengo de colocar a un santo en la iglesia donde quiso estar», añade. De ahí su interés en devolverle la cabeza, para que la escultura pueda volver a mostrarse en una capilla.
Sus restos se encuentran hoy en paradero desconocido. La esperanza de que continuaran en los Jerónimos se esfumó al no ser hallados durante las obras para la ampliación del Prado. Khevenhüller-Metsch cree que tal vez durante el saqueo de las tropas napoleónicas abrieran su ataúd para robarle el Toisón de Oro y se perdieran, aunque tampoco descarta que los monjes jerónimos se llevaran su cuerpo incorrupto cuando se trasladaron al monasterio de Valladolid y que acabara allí enterrado. Su familia no busca ahora reparación alguna, ni siquiera por los bienes de su antepasado que fueron malvendidos en almoneda en España incumpliendo su testamento y hoy integran colecciones privadas y públicas, «pero queremos quedarnos con su memoria», señala el responsable de que su figura regrese a España con cabeza.
Para el historiador Alfredo Alvar Ezquerra, la historia de esta estatua «es triste y a la vez conmovedora por el compromiso de su descendiente en devolverle su dignidad».
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