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ABC Cultural

«Enemigo a las puertas», un duelo dentro de una carnicería

Director: Jean-Jacques Annaud.

Intérpretes: Ed Harris, Joseph Fiennes, Jude Law, Bob Hoskins, Rachel Weisz, Ron Perlman. Nacionalidad: Alemania/EE. UU./G.B., 2001. Duración: 129 minutos.

Lo único reprochable a esta película de Jean-Jacques Annaud es que elija como motivo de admiración cinematográfica a una de las figuras más repugnantes en cualquier tiempo, aunque sea bélico: la del francotirador, un tipo que espera agazapado para dispararle al «bulto». Annaud instala su historia en uno de los capítulos más sangrientos del belicoso siglo XX, la batalla de Stalingrado, donde se mataron unos a otros alrededor de dos millones de personas, y entre tal sangría se ocupa irónicamente de dos personajes que se buscan para matarse durante toda la película, el mítico francotirador ruso Vassili Zaitsev y el aristócrata alemán mayor Konig. Un duelo entre comadrejas.

Pero, además de la épica del duelo, prestada a estos dos personajes en principio repugnantes, «Enemigo a las puertas» reconstruye con un vigor, espectacularidad y clima trágico la sensación de infierno de aquel campo de batalla. Colocada la cámara en lado soviético, la figura de Zaitsev está tratada, lógicamente, con guante blanco y con esa manita pulcra que modela la carne de los mitos, mientras que la de su oponente alemán, el mayor Konig, es vapuleada como una estera, dejando de él un retrato inhumano, frío y extremadamente cruel.

Lo mejor de la película de Jean-Jacques Annaud, además de la espectacularidad del plano largo, es lo sujetas que lleva las riendas de la intriga, plegándose con mucho estilo y personalidad a las leyes del western, con lo que se citan en el interior de la pantalla hasta cuatro géneros cinematográficos muy bien definidos, el bélico, el western, el histórico y el romántico, pues al tiempo que la guerra también se hace el amor, mediante un triángulo movido por un peligroso resorte de celos y envidias. Por no hablar de la manera sencilla, desnuda y elocuente con que la puesta en escena levanta de forma elemental y casi escurridiza un amago de cine político con la compleja lucha de clases: el casi analfabeto soldado ruso ha de sostener un pulso matemático, milimétrico y científico contra el sofisticado, elegante, noble y cultivado oficial alemán.

Para el cara a cara entre los duelistas, el director ha escogido dos rostros de indudable fuerza, el cortado a hachazos de Ed Harris, que interpreta al alemán, y el cincelado y pulido de Jude Law, dentro de la piel del ruso. Si espectacular resulta el plano largo, el de Stalingrado en llamas, el de la recreación apabullante de la batalla, el del cine histórico, tanto o más elogiable resulta también el plano corto, el de la respiración del asesino a la espera de su víctima, el del ojo que pondrá la bala, el de la herida, el del frío y la espera.

Como otras películas del director, tal que «En busca del fuego», «El oso» o «El nombre de la rosa», la de ahora está atiborrada de cine admirable y hasta inexplicable que uno atraviesa a paso rápido, sin perder ni un minuto el ritmo... Sin apenas tiempo de ver a los demás protagonistas, la estupenda Rachel Weisz, Bob Hoskins, Joseph Fiennes... Y aún más sospechoso, sin apenas tiempo de discernir o digerir qué es lo que estás admirando, además, claro, de un cine certero que te apunta entre los ojos.

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