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¿Dónde está la sonrisa de Posh?

El otro día conseguí sacar un poco de tiempo por la tarde (por la mañana no suele haber proyecciones, salvo de prensa; por la noche me duermo en el cine) y me fui a ver «Mamma Mia!». En versión original. Alto ahí, me encanta la voz de Rosa Guiñón, la dobladora habitual de Meryl Streep o de Julie Andrews, pero ya tendré tiempo de escucharla.

Como se trataba del blockbuster del verano (el de payicas, que el de chicos es «El caballero oscuro») y no de una película gafapasta, no me dio vergüenza hacerme con un balde de palomitas de esos que rebosan y una Coca-Cola (las palomitas deberían tener tapa igual que los refrescos). Ah, y una barra de regaliz negro. Bueno, un poco de vergüenza sí me dio cuando no me quedaban más manos para dar la entrada al acomodador. A punto estuve de ponérmela en la boca como si fuera un rojo rojo clavel. Empieza la película. «Una coproducción hispano-marroquí», leo en la pantalla. Casi me atraganto.

Sapristi, me he equivocado de sala y me he metido en «Un novio para Yasmina». Y estaba la primera en el cine. Desde luego que no iba a salir con todos mis víveres a cuestas para que todo el mundo se riera al verme huir del filme español (hispano-marroquí, que es un paso más allá). Me quedé. Y con mucho cargo de conciencia por lo inútil de mi sacrificio. Ni siquiera había pagado, no había contribuido por ver la película española sobre una inmigrante dirigida por una directora formada en Cuba y ambientada en Extremadura. Shit yourself little parrot. Encima había pagado a los de «Mamma Mia!». La banca siempre gana.

Habría visto la película depués. Seguramente gracias a Renfe, a quien no se le agradece ni reconoce su continua difusión del cine español. Y me habría gustado. Pero si vas con el cuerpo de ver «Mamma Mia!» quizá se te atragante. Un personaje de la película dice en una escena «yo no veo cine americano». No es mi caso con el español. Pero digamos que no es ese tipo de cine terapéutico que Mia Farrow habría ido a ver para olvidar su miserable vida en «La rosa púrpura del Cairo». Ni Mia ni nadie que se me ocurra. Para ver cine español (con sus excepciones, etcétera) y disfrutarlo hay que ser feliz. Excepción a modo de ejemplo (y no hace falta que se trate de una comedia). El principio de «Volver». La canción de las espigadoras de «La rosa del azafrán» levanta el ánimo (lo mismo que el «Resistiré» de «Átame»). Por el contrario, acabo de escuchar la versión más triste de «Corazón contento». ¿Cómo es posible hacer de «Corazón contento» una canción triste? Puede hacerse insoportable (la meliflua versión de «Operación triunfo»), ¿pero triste? Pues es posible en «Una palabra tuya», donde la estupenda Malena Arterio parece a veces una Terele Pávez tragicómica. Esta semana, sin pisar la estación, me estoy hinchando a ver cine español.

«The Sun» ha puesto en su portada electrónica un cartel de «Desaparecida». Ha desaparecido la sonrisa de Victoria Beckham. Según el periódico, fue aproximadamente en 2004 (la rara foto sonriente tiene esa fecha). Justo antes de que el matrimonio saliera de Gran Bretaña para venir a España. No podemos echar la culpa al cine español porque no hay constancia de que durante su estancia en Madrid viera película alguna. Y porque desde que está en Hollywood, su cara sigue transmitiendo la misma alegría que una de Bélmez.

Si me dan a elegir qué cosas quiero ver hoy en pantalla, además de clásicos y más vale malos conocidos (soy fan de «Cine de barrio»), me pido una filmación de los 30 minutos durante los que Michael Phelps se pone, con dos asistentes, su bañador. Verlo nadar es un poco aburrimiento, pero ese momento torero debe de ser memorable. También elijo «Mamma Mia!» (here I go again). Aquí voy de nuevo.

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