Desvelan el vestigio oculto de las legiones romanas que quisieron doblegar Hispania
Andrés Menéndez y su equipo han hallado, en plena pandemia, 66 campamentos romanos levantados durante las guerras cántabras en Castilla y León
Fue la prueba de fuego para las tropas de Octavio Augusto , el que sería conocido, a la postre, como el primer emperador de Roma. Al mismo joven que destruyó la alianza forjada entre Cleopatra y Marco Antonio o que persiguió hasta la ... muerte a los asesinos de Julio César se le atragantaron, en el siglo I a.C., dos de los pueblos ubicados al noroeste de nuestra península Ibérica. Y no fueron los numantinos o los habitantes de la irreductible aldea ideada por René Goscinny y Albert Uderzo . Su talón de Aquiles fueron los cántabros y los astures. O, como afirmó el poeta clásico Marco Anneo Lucano , la capacidad de estos nativos para plantar cara, «con pequeñas armas» y guerra irregular, a las poderosas legiones de la urbs .
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Tan difícil se plantearon las cosas para los romanos que, como explicó el historiador del siglo II d.C. Dion Casio , «fue el propio Augusto quien» partió desde Roma para «dirigir la lucha» en persona junto a sus mejores tropas, la guardia pretoriana. Por desgracia, poco más se sabe del total de hombres que lideró en las llamadas guerras cántabras, acaecidas entre el 29 y el 19 a.C. Como mucho, se barrunta que debieron ser hasta siete legiones. Y lo mismo sucede con el número de campamentos que ordenó levantar para resistir los posibles ataques de los pueblos hispanos que merodeaban por la zona y asfixiar la resistencia enemiga. Los autores clásicos apenas citaron tres ubicados junto al río Ástura (actual Esla) y otro en Segisama (Sasamón, según se cree).
Yacimientos militares romanos atestiguados arqueológicamente en el noroeste de Iberia según su fecha de descubrimiento / publicación
Durante siglos, estos ambiguos textos orquestados por los Floro, Casio o Tito Livio de rigor fueron las únicas armas que podíamos asir para combatir la desinformación. Los «pila» y los «gladii» de nuestra era. Algo oxidados, pues historiadores versados como Joaquín González Echegaray coincidieron ya hace años en que, al no ser «el objeto preferente de ciertas obras generales, como si lo fueron las guerras celtibéricas y lusitanas», las luchas contra los cántabros han permanecido siempre rodeadas de cierta neblina. Por ello resulta tan reseñable la labor que, en estos meses de pandemia, ha realizado un grupo de arqueólogos españoles; porque han dado un paso más para averiguar la dimensión verdadera del conflicto .
Según explica uno de sus integrantes, Andrés Menéndez Blanco , a ABC, la Covid-19 motivó a su equipo —formado por Jesús García Sánchez, José Manuel Costa-García, João Fonte, David González-Álvarez y Víctor Vicente García— a analizar una infinidad de fotografías aéreas del noroeste de España en busca de una cosa: indicios de campamentos utilizados por las legiones romanas durante las guerras cántabras. Y el resultado no ha podido ser mejor. « Hemos descubierto un total de 66 durante la pandemia , lo que demuestra que la presencia militar fue más intensa de lo que se creía», desvela. La labor se suma a la de varios expertos que, desde los noventa, han hallado otros tantos en la península, pero supone una doble victoria por su elevado número y por haber sido desvelados gracias a las nuevas tecnologías.
Imponentes cifras
Los números sorprenden, pero no más que la forma en la que estos campamentos han sido desempolvados y traídos hasta nuestra era de nuevo. Tal y como explica Menéndez, quien todavía recuerda el primer emplazamiento romano con el que se topó en 2007 casi por casualidad («mientras todavía estaba en la carrera», según rememora con morriña asturiana), sus aliados han sido cuatro: las fotografías aéreas del Instituto Geográfico Nacional , las imágenes por satélite , el LiDAR (un escáner láser de alta precisión) y los recurrentes vuelos de dron . «Tecnologías y aplicaciones como Google Earth o Microsoft Bing nos han facilitado mucho el trabajo y han permitido que podamos realizar la búsqueda desde casa debido a la Covid», señala.
Como si fueran las diferentes líneas de una legión, estas herramientas han dado a su equipo la victoria y le han permitido hallar un total de 66 acantonamientos que el paso del tiempo había ocultado en la franja noroeste del valle del Duero y en las estribaciones de la cordillera Cantábrica ( León , Palencia , Burgos y Cantabria ). Regiones que se creían casi yermas de acantonamientos romanos. «No seleccionamos las zonas basándonos en los textos clásicos porque son muy genéricos y no dan detalles concretos de la situación geográfica. Nos basamos en el trabajo previo de otros compañeros y en lugares en los que, sabemos, hubo presencia militar», señala. Al igual que detectives de lupa y gorrillo de cuadros, analizaron desde las posibles rutas que habría usado Augusto , hasta las zonas más sencillas de defender para encontrar el premio gordo.
Reconocer el tesoro
Pero… ¿cómo es posible que, durante nada menos que dos mil años, estos lugares hayan permanecido ocultos a nuestros ojos? La respuesta, según el arqueólogo, es que poco o nada queda de ellos. Ni altas empalizadas, ni tiendas de lona, ni decenas de «pila» apilados. Los vestigios son mucho más sucintos y, para reconocerlos, es necesario saber cómo eran los campamentos de la época tardorrepublicana y altoimperial. «El ejército romano seguía unos modelos estandarizados de construcción. Intentaban repetir siempre el mismo», afirma. La construcción comenzaba con la delimitación de un espacio «cuadrangular, en forma de carta, con las esquinas redondeadas». A continuación, se «excavaba un foso con una sección en “V”» acompañado de estacas afiladas. El objetivo: que cualquiera que intentara saltar el agujero acabara empalado.
«El ejército romano seguía unos modelos estandarizados de construcción. Intentaban repetir siempre el mismo»
Después de este primer paso, que llevaban a cabo los mismos legionarios con las herramientas que tuvieran a su disposición, la tierra que se había extraído del foso se utilizaba para «aumentar el desnivel y crear una suerte de terraplén». En él era donde se instalaban los soldados. «El interior era similar al que todos tenemos en la mente gracias a los cómics de Astérix y Obelix. Estaba formado por tiendas de campaña con las características piquetas metálicas», explica Menéndez. El punto y final era una empalizada de madera que se levantaba alrededor del campamento. Los accesos solían ser cuatro (uno por lado), podían ser abiertos o cerrados y «contaban con una forma muy concreta».
El secreto para señalar estos tesoros a vista de pájaro se halla, precisamente, en el terraplén . Ese elemento ideado para obtener la ventaja táctica que ofrece contar con unos palmos más sobre el enemigo (un metro, de forma habitual). Aunque, según Menéndez, «en las zonas de agricultura más intensiva han sido allanados por máquinas», existen muchas otras en las que no. Así, como el buen doctor diagnostica un resfriado atendiendo a la tos o las mucosidades, nuestros arqueólogos hicieron lo equivalente al distinguir «pequeños síntomas» como el color diferente de la vegetación (que varía según la altura y la humedad), la forma de los accesos al enclave y, en última instancia, el diseño de la planta en forma de naipe. «Si además están ubicados en una situación topográfica concreta y fácil de defender tenemos un 99% de argumentos para afirmar que se trata de un campamento romano».
Ubicación y perfil del terreno transversal. Nótese la presencia de la calzada romana en el primer caso
Durante meses han llevado a cabo esta primera labor que, a continuación, complementaron con un viaje hasta los diferentes enclaves. La última corroboración antes de informar a las autoridades de Castilla y León. «Hemos buscado los yacimientos y notificado su ubicación a los servicios de cultura de cada provincia para que estén catalogados y protegidos por la legislación», desvela. Pero todavía hay camino por recorrer. «Tras publicar los resultados para favorecer el debate académico, ahora toca profundizar en el conocimiento de estos emplazamientos y hacer una catalogación mucho más detallada de las estructuras», sentencia. Queda prospectar, clasificar y, en definitiva, dar paso al trabajo de campo. Labor para la que, señalan, necesitarán apoyo de las instituciones.
Preguntas sin resolver
De lo que el equipo está seguro es de que, a pesar de la indudable importancia que tiene el hallazgo, las preguntas sin responder sobre las guerras cántabras son todavía una infinidad. Los campamentos demuestran, por ejemplo, que la presencia romana en Hispania supera de forma amplia las estimaciones que se hicieron hace décadas. Sin embargo, se desconoce el número exacto de soldados que arribaron desde Roma para meter en cintura a los revoltosos. «En principio, y aunque queda investigarlos en profundidad, todos los campamentos eran temporales . Eso significa que pudieron haber sido construidos por la misma legión durante su avance», apostilla. No le falta razón. Como han reseñado autores clásicos de la entidad de Apiano , era habitual que los legionarios levantaran construcciones provisionales para pernoctar.
Tampoco pueden estar seguros, al menos por el momento, de la finalidad de todos ellos. Aunque, según su ubicación, algunos son más fáciles de catalogar en este sentido. «Hay algunas concentraciones de campamentos levantados alrededor de una base legionaria permanente. Es el caso de León. Servían para hacer ejercicios de prácticas en tiempos de paz», señala Menéndez. El tamaño permite saber, eso sí, el número de hombres que albergaban en su interior. «Hay desde pequeños fortines de media hectárea , a otros de quince hectáreas en la zona de Astorga . Estos últimos eran para una legión o una legión y media». Por último, no se puede saber si nacieron durante las guerras cántabras o después de ellas, cuando los soldados fueron empleados para labores tan variopintas como la minería de oro o la construcción de carreteras.
Meandro / paleocanal del río Pisuerga en La Capilla (Santa María de Mave). Se destacan el campamento y las estructuras arqueológicas, anteriores a la formación del meandro
En todo caso, y por mucho que otras gestas hispanas ante las imbatibles legiones romanas hayan ensombrecido a este conflicto, es innegable que las guerras cántabras supusieron una verdadera piedra en el camino para Octavio Augusto. Así lo demuestra el que, según Suetonio, el general «encontrara dificultades por todas partes» y hasta «cayese enfermo por culpa del cansancio y los desvelos» que le provocó la imposibilidad de terminar con un pueblo afincado en la guerra de guerrillas como medio de resistencia. Las revueltas desesperaron tanto al primer emperador de Roma que sus oficiales «devastaron la tierra, incendiaron las fortalezas y cortaron las manos de aquellos que caían prisioneros». Una marca imborrable de su paso por Hispania, aunque no tan visible como los campamentos que, todavía hoy, se resisten a desparecer de la historia.