Crítico de grandes intuiciones
La mejor crítica de arte la han escrito los poetas. Reconocida en la Francia de Baudelaire, de Apollinaire y de André Breton, la estirpe de los críticos-poetas ha contado también, aunque aquí tal fenómeno haya tendido siempre a minusvalorarse, con no pocos cultivadores españoles, ... de Ramón Gómez de la Serna o Josep María Junoy a, hoy, Enrique Andrés Ruiz o Enrique Juncosa, pasando por Cirlot, el recientemente desaparecido Santos Torroella, Perucho o Sánchez Robayna. El quehacer de José Hierro como crítico de arte se inscribe en esa estela. Lírico y juanramoniano, y pintor y dibujante a sus horas -especialmente durante su incierta posguerra valenciana-, quien puso al comienzo de «Tierra sin nosotros» (1947), su primer libro, aquel verso inolvidable de Amós de Escalante, «Musa de Septentrión, melancolía», no podía no ser sensible al arte de un Pancho Cossio, al que trató en el Santander de Proel y de Sur. En prólogos para catálogos, y en sus colaboraciones regulares en «El Alcázar», en «Artes», en «Nuevo Diario», prosas dispersas que merecerían ser recogidas algún día, supo decir admirablemente el arte de neblina con bergantines del aquel pintor del Cantábrico, y el surrealismo cargado de literatura de José Caballero -que ilustró «Quinta del 42» (1952) con dibujos a línea-, y la Castilla esencial de Caneja, y el «vuelo de abeja» de la pincelada de Cristino de Vera, y los «collages» ochocentistas y encantadores de Adriano del Valle, y las desgarradas arpilleras de Millares, y las graves maderas de Lucio Muñoz, y las construcciones todo equilibrio de Gerardo Rueda o de Luis Caruncho, y así sucesivamente, que la visión de las cosas de este crítico de grandes intuiciones, dichas a media voz como a media voz estaba escrita su mejor poesía, no fue una visión parcial o de tendencia, sino por el contrario receptiva a lo diverso, abierta, plural.
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