Comedia negra, a rayas blancas
E. R. MARCHANTE
No se puede entrar a esta película por cualquier puerta ni de cualquier modo: desde la primera escena y su consecuencia (un asesinato y una viuda que se jacta de ello ante sus amigas, también viudas por el mismo sistema), se hace ... obvio el tono de comedia negra. Son, francamente, dos aspiraciones muy complicadas de lograr y de reunir: la comedia y la negrura. El director, Gerardo Herrero, es la primera vez que se lanza a ello valientemente, aunque tiene varios elementos en contra. El primero, un guión sin excesiva chispa en el texto y con apenas un par de situaciones realmente graciosas. El segundo, es al menos la mitad del reparto: en la comedia, y más si aspira a ser negra, la música y el tono de las interpretaciones ha de ser como una sinfonía: aquí, el desnivel entre concertinos y acompañamiento es enorme; e incluso entre ellos, los solistas, no acaban de fijar el acorde y, por ejemplo, entre la guasa de José Luis García Pérez y la seca petulancia de Federico Luppi hay un escalón que no es fácil de salvar. Carmen Maura, muy acostumbrada a este tipo de papeles, sabe estar en ese registro de sainete, pero el caso es que más parecen una banda de música que una filarmónica.
El argumento es leve, tal y como aconseja el género: una mujer contrata los servicios de un asesino a sueldo para que liquide a su yerno, que, según ella, engaña a su hija... La gracia negra debería brotar de la profesionalidad del asesino y del «marujerío» que lo contrata. No sé, los Coen han dado en el clavo con esto alguna vez, pero, francamente, sacarle algo de gracia a Luppi es como rebañar lo que se queda de flan al fondo del plástico ondulado... Sin más pretensiones, lo que logra la película es que el espectador pase un rato entretenido.
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