La ciudad de los muchachos
J. CORTIJO
Ciertas películas mantienen gas y vuelo gracias al parche de «basado en hechos reales» tatuado en su «almendra». Un leve despego o arrancamiento de dicha etiqueta provocaría que el globo se desinflase estrepitosamente y que sus cimientos se volviesen de harina. Tal es ... el caso de este filme-ONG cosido «siamescamente» a la peripecia «bigger than life» de un periodista inglés que, en la China desguazada por los invasores japos en los años 30, va a parar a un espectral orfanato lleno de niños asilvestrados y «apiojados» que, naturalmente, meterá en vereda con modales de gentleman. Varias baldosas flojas en el camino. Por un lado, la dirección efectiva pero sosa y, sí, «televisoide» de Roger Spottiswoode, quien, curiosamente, ya despachó el heroísmo bélico blue collard en su mejor película, «Bajo el fuego».
Por otro, un guión poco sólido y que mina gran parte del interés de la historia de superación humana en las aulas al equipararlo con la superación meramente física que exigió la penosa caminata por montañas y desiertos. O drama educativo, o road movie exótica. «Melonuvas», para los virtuosos. Y, por último pero no menos importante, el protagonismo de Jonathan Rhys Meyers, de quien no diremos la boutade que es demasiado guapo para estos menesteres (miren al gran Newman, aunque incluso enterrado tuvo que aguantar la tiranía necrológica de su mirada azul por encima de su medio siglo de legado cinéfilo), pero que aún se desenvuelve mejor anunciando colonias que en dramones coloniales. Verle rodeado de críos respondones hace pensar más en Mary Poppins que en Sydney Poitier poniendo firme al gueto alborotado. A pesar de estos trastabilleos, la película se deja ver, aunque las emocionantes escenas finales a lo «La lista de Schindler» de los auténticos niños de Huang Shi reconfirman que la realidad tiene siempre mayor pegada que cualquier ficción, por muchos ojos de esmeralda que gaste.
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