Cariño, no hay forma de echar a los «niños»
ANTONIO WEINRICHTER
La clave de los créditos de esta película es el nombre del productor Judd Apatow: él encarna, como director, guionista o productor, una renovación de la comedia juvenil americana que pasa por un cierto tratamiento adulto de este subgénero más bien gamberro y ... destroyer. Aquí la premisa parece ser la opuesta: dos protagonistas cuasicuarentones que se mantienen en un estado de inocencia y de inoperancia social cuasi-infantil gracias a lo consentidos que los han tenido sus sufridos progenitores. El enredo estalla cuando estas dos familias uniparentales se unen y los dos adultos se enfrentan a los celos y la rivalidad mutua de los dos «menores», obligados a convivir y a ceder parte de su cómoda parcela anterior. Por supuesto, no es una película sobre la responsabilidad, o al menos tarda en serlo: se perderían muchos chistes si se planteara enseguida el principio de realidad. Por otro lado, los dos adultos tienen también, como diría Renoir, sus razones: la película no se limita a ridiculizarlos, como es norma en el subgénero juvenil. La película juega al juego Apatow: mantener alto el coeficiente de gags más o menos bestias, pero introduciendo algo parecido a una temática seria, como se revela en el delirante climax final de la canción que entona desafiante un excelente Will Ferrell. Reilly, el otro «retardado», está muy bien también, pero se nota que está actuando: Ferrell tiene el raro privilegio del payaso, de saber simplemente ser (más que hacer el) idiota.
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