La campana de las brujas

Es un hecho histórico y no una leyenda que el Santo Oficio abrió un proceso contra María Soliña, natural de Cangas, y otras ocho mujeres en el año 1621. Todas ellas fueron juzgadas y condenadas por brujería. Se las acusaba de reunirse en las playas cercanas para celebrar aquelarres con el diablo. María Soliña confesó su culpabilidad para evitar ser quemada en la hoguera.

Era una viuda que había visto cómo los berberiscos habían arrasado sus bienes en una incursión. Tras ser torturada, declaró ante los inquisidores que una amiga la había invitado a participar en una cita con Satanás con otras cuatro mujeres en una playa cercana en la noche de San Juan. Allí renegaron de Dios y se entregaron al Maligno. La autoridad eclesiástica decretó que se confiscaran sus posesiones y que fuera internada en un convento, donde murió a los pocos meses. Desde entonces, su figura ha sido evocada en cuentos y canciones hasta convertirse en un personaje mítico.

La tradición de la brujería en El Morrazo gira en torno a la iglesia de San Salvador de Coiro y su imponente campanario barroco. El templo está en un promontorio y se accede a la entrada por unas pronunciadas escaleras de granito. Hay una imagen de la Virgen sobre la puerta. Según relataba el padre Sarmiento en 1745, la campana tañía sola para convocar a las brujas a reunirse en la playa, cerca de una fuente. Había en la antigua campana, hoy desaparecida, una serie de grabados para protegerse del poder de la brujería. Entre ellos, estrellas de cinco puntas, cruces y arabescos.

San Salvador de Coiro fue purificada en el siglo XVIII con oraciones y agua bendita para alejar a las brujas, pero todavía hay un letrero en el cementerio vecino que alude a la brujería y un crucero en el que Jesús da la espalda al templo, lo que se interpreta como un signo esotérico. Todo lo que rodea a la iglesia está vinculado con antiguas supersticiones sobre poderes mágicos y ánimas en pena.

Según las leyendas de la zona, las playas de Cangas atraían a las brujas de Galicia, que peregrinaban hasta allí en determinadas fechas como el último día del año. Algunas familias llevaban a los enfermos ante las hechiceras, que utilizaban pócimas de hierbas y bebedizos para sanarles.

Leandro Carré, un lexicógrafo gallego, hace referencia al testimonio de un vecino de Canaval (Lugo), que aseguró que una meiga local le proporcionó un brebaje que le trasladó en sueños a una orgía en una playa de Cangas. Allí vio a su prometida copulando con el diablo, que poseía cuernos y una cola de cerdo. Cuando se despertó de su visión, se dio cuenta de que tenía una serpiente enroscada en el cuello. La mató con un cuchillo. A la mañana siguiente, su novia fue hallada muerta en la cama.

Hay otras muchas leyendas y tradiciones sobre las brujas de Cangas, generalmente situadas en la época de las incursiones de los corsarios turcos que devastaron la región. Álvaro Cunqueiro, asiduo visitante del Morrazo, apuntaba que todo era una superstición, ligada a las míseras condiciones de vida de sus habitantes y al fanatismo de la Inquisición. No hay otro idioma como el gallego para denominar a los distintos tipos de brujas. Las meigas, las ‘lavandeiras’ y las ‘bruxas’ estaban dotadas de poderes malignos, pero ‘vedoiras’ y ‘cartuxeiras’ poseían facultades adivinatorias y podían ayudar a quienes imploraban sus servicios.

Existían una serie de amuletos para protegerse de sus hechizos o del mal de ojo. Por ejemplo, los dientes de ajo, las hojas de las palmas benditas en el Domingo de Ramos, algunas joyas con imágenes religiosas o plantas como las flores de cardo que se colgaban en las puertas. Todo esto son ya vestigios de un pasado todavía presente en las aldeas de Galicia.