Baryshnikov a los pies de Rocío Molina
Al caer el telón, con una lluvia de arena cayendo sobre la menuda figura de Rocío Molina, las ovaciones y los bravos del City Center neoyorquino fueron igual de tenaces y de envolventes. Pero seguramente, nada más emocionante para la bailarina que el momento en el que, a las puertas de su camerino, Mikhail Baryshnikov -una de las grandes leyendas vivas de la historia de la danza- se arrodilló ante ella. Azorada y sorprendida, Rocío Molina se apresuró a levantarlo. El gesto de Baryshinikov es el símbolo perfecto de la recepción del público de Nueva York ante el flamenco.
Rocío Molina, que ofreció su espectáculo «Oro Viejo» dentro del Flamenco Festival que se celebra estos días en la Gran Manzana, es hoy una de las más destacadas representantes de una joven generación de bailaoras que hacen que el futuro de la danza flamenca se escriba con nombre de mujer.
Tradición y siglo XXI
«Oro Viejo» es un trabajo que habla de la inquietud de Rocío Molina para anudar en ella la tradición y el siglo XXI. Su baile es poderoso, musical, atrevido. Su respeto a los maestros evidente, con hermosos homenajes y guiños constantes. Al espectáculo le falta redondez y le sobra dispersión, pero sólo es cuestión de tiempo que la bailaora ordene su paleta y coloree con mayor tino sus más que interesantes coreografías. El saludo de Baryshnikov no era sólo un reconocimiento a su trabajo en el espectáculo, sino el agradecimiento por la labor desarrollada durante la semana pasada por la artista en el Baryshnikov Arts Centre.
Pero no ha sido Rocío la única joven artista que ha presentado credenciales ante el público de Nueva York. El jueves, otros tres pujantes bailarines -Belén López, Manuel Liñán y Pastora Galván- compartieron con ella la gala titulada, muy significativamente, «Todo cambia». Belén López mostró una contagiosa y magnética energía, con un taconeo eléctrico, trepidante, y una furia cautivadora.
Manuel Liñán (bastón de metacrilato en ristre) es también un ejemplo de esa hornada de artistas que entiende el flamenco como un arte en permanente diálogo con la sociedad que le envuelve. Pastora Galván tiene un sabor más añejo, más anclado en la tradición, pero de su modo de entenderla parte su modernidad, con un baile sabroso y lleno de gusto.
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