Arqueología de una batalla: recuperan 10.000 puntas de flecha en Alarcos
El hallazgo de una fosa de despojos con los restos de al menos 34 individuos con sus monturas y armamento ha proporcionado un valioso registro fechado en aquellos terribles días de julio de 1195

«Una innumerable multitud de flechas sacadas de los carcajes de los arcos» de los almohades voló por los aires aquel 19 de julio de 1195 en Alarcos (Ciudad Real) y «enviadas hacia lo incierto con golpe certero» causaron estragos entre las tropas cristianas de ... Alfonso VIII. Así lo contó la 'Crónica latina de los reyes de Castilla' y así dan fe las 10.000 puntas de flecha que los arqueólogos calculan que han hallado hasta el momento en el yacimiento, junto al castillo, en la muralla y sus inmediaciones. «La cantidad es excepcional. Hemos encontrado muchísimas. Prácticamente en todos los lugares donde hemos excavado aparecen puntas de flecha en los niveles medievales», afirma el profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha Antonio de Juan, exdirector del Parque Arqueológico de Alarcos.
Las hay de diferentes tamaños, tipos y subtipos. «No sabemos a qué ejército pertenecen. Yo creo que las utilizarían los dos», apunta De Juan. Entre los restos de un asno, por ejemplo, han contabilizado hasta 37 puntas, señal de que murió asaetado por una lluvia de flechas. En menor proporción también han recuperado numerosas puntas de lanza, espadas cortas empleadas por la infantería, hoces, cuchillos, así como alguna nuez de ballesta o bolas de hierro usadas como munición por los honderos. «Las armas halladas en Alarcos forman un conjunto único de gran valor histórico y arqueológico», remarca este experto ya jubilado que presentó los últimos resultados de las excavaciones el pasado 22 de marzo en el Museo Arqueológico Nacional, junto a Diego Lucendo (Baraka Arqueólogos S.L.).

En este importante conjunto no figuran armas caballerescas de calidad. A los muertos les despojarían de las piezas de más valor tras la lucha, tal como se observa en el tapiz de Bayeux que describe la batalla de Hastings de 1066. De Juan explica que las encontradas en Alarcos son, en su mayoría, «las causantes de las muertes, las que debían estar dentro de los cuerpos» de tantos que cayeron aquel día entre las filas cristianas.
Un día «pródigo en sangre»
Según el cronista árabe Ibn Idari, las bajas cristianas se elevaron a 30.000 (frente a las apenas 500 musulmanas) aunque otros llegaron a engordar exageradamente la cifra hasta los 145.000 muertos. Aún no hay datos arqueológicos suficientes para deducir cuántos se dejaron la vida en Alarcos aquel 19 de julio, pero no cabe duda de que «el día fue pródigo en sangre humana», como lamentó el cronista castellano. Alfonso VIII perdió allí a sus mejores hombres. La élite de la nobleza castellana quedó gravemente diezmada y las órdenes militares de Calatrava y Santiago acusaron la muerte de buena parte de sus miembros. Tan contundente fue la derrota de Alarcos que el avance cristiano hacia el sur se retrasó 17 años.
Varios errores llevaron hasta aquel rotundo fracaso. Sin esperar a las tropas de Alfonso IX de León, el rey castellano se había dirigido con su ejército hasta Alarcos, un enclave fronterizo en el camino de Toledo a Córdoba, próximo a Calatrava. Alfonso VIII había iniciado allí la construcción de una ciudad regia de nueva planta, pero, tal como cuenta la Crónica Latina, «sin acabar todavía el muro y no suficientemente afianzados los pobladores en el lugar, declaró la guerra al rey marroquí».

A primera hora del 18 de julio, el monarca ordenó a sus hombres que salieran armados al campo, dispuestos a plantar batalla. Sin embargo, los musulmanes no se presentaron. Lo hicieron al día siguiente, sabedores del cansancio que acusarían los soldados cristianos tras pasar una jornada de espera, pertrechados para el combate y bajo el asfixiante calor veraniego de la llanura manchega. Las tropas del califa Abu Yaqub Al Mansur -el Miramamolín de los cristianos- avanzaron hasta colocarse «a una distancia de dos flechas o más cerca» de Alarcos. Los sonidos de las trompetas, tambores y alaridos del ejército musulmán harían estremecerse a las fuerzas cristianas que aguardaban desplegadas por las laderas de los cerros de Alarcos y del Despeñadero.
La élite de la caballería pesada cristiana inició el ataque haciendo valer la fuerza de sus más de 2.000 caballos cubiertos de hierro. Atacaban en oleadas, con grupos a los que seguían otros grupos, según las crónicas árabes. Pero los jinetes almohades se movían con mayor rapidez y desbarataban a la caballería cristiana con su táctica del tornafuye, en la que fingían la huida para que sus enemigos les persiguieran y se volvían después contra ellos, apoyados por los arqueros y ballesteros. En el momento en que las tropas cristianas empujaban con más fuerza, la retaguardia de Al-Mansur avanzó y las rodeó en una decisiva maniobra envolvente. La versión islámica de la batalla narra que «los cristianos derrotados volvieron las espaldas y los ejecutaron las espadas». Mientras Alfonso VIII se retiraba a Toledo con unos pocos caballeros, Diego López de Haro quedó cercado en el castillo conteniendo a los musulmanes. Aceptó la rendición al día siguiente y abandonó el lugar a cambio de unos rehenes.
La fosa de los despojos
Los arqueólogos han descubierto que al término de la batalla se utilizó una zanja abierta durante la edificación de Alarcos para enterrar en ella a algunos de los muertos. En esta fosa de despojos hallada junto a la muralla sur han recuperado restos humanos de al menos 34 individuos, un número que los análisis efectuados por la antropóloga Lucía Muñoz ha reducido considerablemente de las primeras estimaciones que apuntaban a más de 150 personas. Los restos arrojados a la fosa corresponden en su mayoría a hombres adultos de entre 14 y 34 años, con marcas de corte de cuchillos, espadas o hachas y evidencias de golpes y fracturas.

Junto a los despojos de estos combatientes se han recuperado restos de dromedario y de équidos que participaron en la contienda o fueron utilizados para el abastecimiento de las tropas, así como herraduras, clavos o espuelas y restos cerámicos de jarritas, cantimploras y cántaras. También se han encontrado objetos personales que llevaban consigo los que fueron allí arrojados, como adornos de sus ropajes, dados o flautas.
Antonio de Juan destaca la relevancia de esa fosa, «un registro perfectamente fechado el 19 de julio de 1195» con abundante material. Este veterano arqueólogo, que comenzó a trabajar en Alarcos en 1984, no descarta que puedan aparecer más. «Debe haber otra fosa correspondiente a almohades en algún sitio», sostiene. De las 22 hectáreas que calculan que encerraba la muralla medieval, se ha excavado una pequeña parte, menos del 10%.

Las investigaciones arqueológicas en Alarcos han aportado valiosa información sobre otros periodos de este yacimiento, poblado desde la Edad del Bronce y que vivió un momento de esplendor en época ibérica. Precisamente en el último número de la revista 'Saguntum' los arqueólogos Martín Almagro-Gorbea y Macarena Fernández han publicado un estudio de una de las piezas del importante oppidum oretano de Alarcos, un escarabeo púnico que representa la lucha de Melqart con el león.
Los años almohades
Las excavaciones han sacado a la luz además el barrio almohade ocupado tras la derrota cristiana y piezas cerámicas excepcionales, como un ataifor con una mano de Fátima decorado en verde y manganeso, rotas en múltiples fragmentos. Tal como ocurrió en Calatrava, antes de ser reconquistados de nuevo por los castellanos, sus ocupantes destruyeron el ajuar.
Los trabajos más recientes han descubierto un cementerio con al menos 39 tumbas, muchas con cipo funerario (una losa hincada) y algunas en forma de 'macabrillas' (en hileras de piedras amontonadas), más comunes en Andalucía que en esta zona. De Juan destaca además una especie de panteón en el que fueron enterrados un hombre y una mujer junto a la tumba de un niño. Esta necrópolis almohade centra ahora la atención de Muñoz, Lucendo y De Juan, que estos últimos compaginan con el estudio del ingente armamento desenterrado.
Alfonso VIII aprendió una lección en Alarcos que no olvidaría. En su avance hacia el sur diecisiete años después, volvió a esos mismos parajes y reconquistó el castillo. Del asalto dan fe los restos de un individuo hallados cerca de la gran torre pentagonal junto a dos monedas de oro acuñadas con motivo de la campaña de 1212. En Alarcos esperó el monarca castellano a los reyes de Navarra y de Aragón antes de partir hacia las Navas para enfrentarse -con éxito esta vez- al ejército almohade.
Alarcos entró a partir de entonces en un imparable declive. Tras varios intentos de repoblación frustrados, Alfonso X decidió fundar en las proximidades una nueva ciudad, Villa Real, germen de la actual Ciudad Real.
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