Aquella anarquista pelirroja
Pippi Langstrumpf, o Pippi Calzaslargas, irrumpió en nuestras vidas, las apacibles y ordenadas vidas de los niños de las postrimerías del franquismo, allá por principios o mediados de los setenta. Vino a través de la televisión, gracias a la celebérrima serie, y aunque muchos de ... los que entonces la conocimos no llegamos a leer los libros en los que la serie se inspiraba, y pocos recordarán el nombre de la autora de esos libros, la chica pelirroja de las trenzas y las largas calzas se hizo para siempre un hueco en nuestra memoria. La educación que a la sazón nos daban en la escuela, aquellos maestros y maestras nacionales que la dirigían, y que en buena medida habían sido reclutados en los años 40 y 50, no podía ser más rancia y conservadora.
En mayo íbamos con flores a María, aprendíamos de memoria el catecismo y algunos entusiastas nos seguían hablando del Alzamiento Nacional. Fuimos los últimos que tuvimos que tragar todo aquel material apolillado, y aunque en algunos aspectos no lo lamento (por ejemplo, lo que aprendimos de la apasionante Historia Sagrada, solaz que las generaciones posteriores se han perdido en la marejada del laicismo), en otros no cabe duda que se nos podía considerar bastante pánfilos e infortunados.
Y en eso, llegó Pippi. Aquella niña que vivía como quería, que tenía un caballo con lunares y cuya rutina consistía en cometer una tras otra todas las trastadas contra las que a nosotros nos prevenían nuestros educadores bajo las más severas advertencias. Fue una verdadera conmoción. Pippi fue la primera noción que yo tuve del anarquismo y, como a muchos, la idea me sedujo intensamente. Luego vino a España la actriz que había encarnado a la niña, y que en el ínterin se había convertido en una opulenta sueca que causó al personal otra clase de conmociones. Pero ésa es otra historia. Muchos años después, los azares del destino me permitieron conocer Gotland, la isla sueca del Báltico donde se rodó la serie. Gotland, la isla de los dioses, el paraíso donde Pippi hacía y deshacía a su antojo. Es una isla llana, con una luz especial y un cielo límpido cuando se abren las nubes. Al mirar sus campos y sus bosques (los mismos que no por casualidad escogiera Andrei Tarkovski para rodar su última película, «Sacrificio») fue inevitable recordar a Pippi Calzaslargas, en quien muchos tuvimos, cuando aún éramos muy jóvenes, la primera imagen de rebeldía y libertad.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete