Ankawa, Klaatu
Se estaba haciendo de rogar el remake de uno de los clásicos de la sci-fi (como diría el recordado, aunque no tanto como se merecía, Forrest J. Ackerman), sobre todo por las «circunstancias coyunturales favorables»: la apología ecologista y la llegada de un salvador extraterrestre (¿qué mayor marcianada para algunos que un negro en la Casa Blanca?).
Para no pasarse de la raya, Scott Derrickson ha optado por rebajar la pegada mesiánica del original de Robert Wise (a Klaatu le llamaban Carpenter, en referencia al «carpintero» Jesucristo) en favor de un mensaje bíblico, optimista y naíf. Así, pisa de puntillas por las huellas cincuenteras con un estilo tan aséptico y funcionarial como el careto de maniquí semoviente de Galerías Preciados de Keanu Reeves, santo y seña del filme en detrimento de la siempre maravillosa Jennifer Conelly y un infrautilizado y «gualtrapas» Jon Hamm («Mad Men»). Hacen gracia cosillas como que el mega-robot Gort tenga apellidos y que la piedra filosofal para evitar la fumigada alien recaiga sobre... John Cleese. Pero el resultado es tan tibio que, en vez del legendario y primigenio «Klaatu barada nikto», aquí podría haberse usado algo más de andar por casa como «Ankawa, Klaatu» y santas pascuas.
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