Amenazas de muerte, insultos y cartas bomba: los desnudos que acabaron con la censura teatral
El 15 de octubre de 1975, María José Goyanes se desnudó en un teatro. Dos días después, Victoria Vera hizo lo mismo. Las dos actrices cuentan a ABC cómo vivieron aquellas representaciones históricas
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Iniciar sesiónEl 15 de octubre de 1975, tres cardiólogos de La Paz descubrieron que Francisco Franco había sufrido un infarto. Que lo que quería ser una gripe era, en realidad, algo mucho más grave: aún no sabían cuánto, ni ellos ni España. Ese mismo día ( ... era miércoles), en el Teatro de la Comedia de Madrid, repleto hasta la bandera, la actriz María José Goyanes se subió a un escenario con forma de ring y, en el momento más dramático de la función, se desnudó.
Sí, el dictador se moría, y sobre las tablas unas tetas anunciaban el comienzo de una nueva era. Pero aquello no fue tan sencillo. Nada lo es si se mira de cerca.
Lo que ocurrió las semanas anteriores al estreno de ' Equus ', que así se llamaba la obra, fue una tropelía; lo que sucedió después, una tortura. «Fue horrible, como una pesadilla», recuerda la protagonista, al otro lado del teléfono. Luego hablará de cartas bomba, de insultos, de amenazas de muerte. Pero antes…
Esta historia empieza, claro, con cuatro censores en un patio de butacas. Están viendo el ensayo de censura (cosas de la época) y, para pasmo de todo el reparto, salen encantados y aprueban el espectáculo. En el expediente que redactan alaban la «limpieza» de la escena en la que los dos protagonistas se quitan la ropa. Y solo hacen una petición: que el actor permanezca el menor tiempo posible con el sexo al aire, colgando.
«No nos lo podíamos creer, pedimos champán para celebrarlo», evoca Goyanes, con la voz encendida. A la mañana siguiente, en cambio, los cuatro hombres habían sido cesados por consentir el desnudo integral de la actriz y de su compañero Juan Ribó. Esa tarde no brindó nadie.
Para sacar el show adelante tuvieron que resignarse a su tiempo y aceptar cubrirse las partes íntimas con ropa interior, la forma moderna de la hoja de parra . No les quedaba otra: ella y su marido, Manuel Collado, que debutaba como director, habían apostado muy fuerte por esa producción. «Éramos muy jóvenes, nos jugábamos lo que no teníamos y estábamos muy preocupados por todo eso», relata. Al final cumplieron las normas, pero la polémica ya estaba servida.
«Fuimos la presa de los golpes de toda la ultraderecha. Varias veces reventaron el espectáculo, me tiraron bombas fétidas al cuerpo. Recibí cuatrocientas firmas de las Mujeres de Carabanchel llamándome puta. Recibía cartas llamándome puta en todos los tonos… Llegó un momento en el que ya las abría mi representante. Una vez llegó un sobre muy raro, con los bordes gordos: era una carta bomba que tuvo que desactivar la policía. Y más cartas: sabemos dónde vas a pasear con tu hijo, vamos a hacer un atentado donde solo muráis los dos. Y llamadas de teléfono... Fue horroroso».
Subirse al escenario se convirtió en un acto de valentía. Rodeada de público, repasaba las caras de la gente identificando posibles agresores: «No sabía si ahí estaba el que me había llamado puta, el que iba a ponerme una bomba o qué. Tenía miedo , pero como tenía miedo me quedé».
—¿Y por qué decidió hacer esta obra?
—Yo no lo iba a hacer, el papel. Yo acababa de parir, había dado a luz a finales de agosto y quería darle de mamar a mi hijo. Pero la chica que lo iba a representar se arrepintió una semana antes del estreno. Y Manolo [Collado] me dijo: hazlo y a la semana te vas. Pero como fue tal el escándalo, la censura, lo que pasó, todas las cartas… pensé que irme era un acto de cobardía. Y no me fui.
—¿Fue la única que recibió amenazas?
—Sí, sí, lo personalizaron en mí. No escribían a los demás actores, no: me escribían a mí. Que era la que enseñaba las tetas, fíjate, que es lo que ahora todo el mundo hace en la playa y en todas partes. Pues por esa mierda, y por unas tetas de mierda [ríe]. Porque tampoco eran espectaculares. Yo no era Raquel Welch, ni nada de eso. Yo era una chica de 26 años con un cuerpo muy adolescente, con unos pechos pequeños. Supongo que cuando el tío Paco venía con su cachava desde la aldea o desde el pueblo de 'nosecuantos' porque le decían que había una señora que se ponía en tetas en Madrid debía de sentirse muy decepcionado, porque yo no era un espectáculo. Yo era una actriz. Punto pelota.
Esta historia podría terminar aquí, con una risa, pero es que dos días después del estreno de 'Equus', el 17 de octubre de 1975, en el Teatro Reina Victoria de Madrid, Victoria Vera se arrancó el imperdible que afeaba su vestido y saltó al escenario con un escote que había sido prohibido por la censura. Un escote hasta el ombligo, mitológico, de musa griega. Un escote digno de la Nausica de '¿Por qué corres, Ulises?', de Antonio Gala .
«Yo hacía de una princesa Nausica que estaba en un sitio maravilloso, en Ítaca, viviendo como nadie… ¿Cómo iba a salir yo con un imperdible? El censor también quería que me pusiera sujetador, pero le dijimos que no era de la época [se troncha]. Total, que antes de empezar la función, entre cajas, le dije a Antonio: ¿qué hago? Y él me dijo: haz lo que te dé la gana. Fue maravilloso », relata la actriz.
Franco seguía en las últimas. El 21 de octubre de 1975, a las ocho y diez de la tarde, la Casa Civil envió una nota de prensa para atajar los rumores: «En el curso de un proceso gripal, Su Excelencia el Jefe del Estado ha sufrido una crisis de insuficiencia coronaria aguda que está evolucionando satisfactoriamente, habiendo comenzado ya su rehabilitación y parte de sus actividades habituales. A las diecinueve horas del día de hoy, Su Excelencia el Jefe del Estado recibió en su despacho al presidente del Gobierno, con quien mantuvo una conversación de cuarenta y cinco minutos». Cada vez que llegaba al teatro, mientras se preparaba para la función, Victoria Vera escuchaba la misma pregunta: «¿Pero ha palmado ya o no?»
«Fue una larguísima agonía , no sabíamos nunca si podíamos actuar o no. Estuvimos como mucho tiempo, que se iba, que no se iba… Era un follón tremendo. Cada día para nosotros era una sorpresa, no sabíamos si íbamos a hacer la función o no la íbamos a hacer, porque había que declarar el luto», explica.
Su memoria de aquello es una memoria feliz, llena de palabras brillantes, de éxitos. «Cuando yo hice eso en el teatro no pasó nada: nadie me gritó un insulto. La gente aplaudió, la gente no estaba por la labor esa del ocultismo, no. Estuvimos más de un año en cartel, día tras día, tarde y noche, con el 'no hay localidades'», relata. Después, sin embargo, se acuerda de otras cosas: «Recibí amenazas de la Triple A, y de los Guerrilleros de Cristo Rey, que a mí me mandaron un par de bombas estupendas . Tuvo que llegar la policía a desactivarlas. Yo tenía a un señor vestido de gris en la puerta de entrada de los artistas… Había una parte de la sociedad, ya te puedes imaginar cuál, que estaba muy enfadada». De hecho, ABC publicó una crónica el 25 de octubre titulada: «Antonio Gala, pateado en el estreno de '¿Por qué corres, Ulises?'»…
«Yo creo que ahí se acabó, que el día que me quité el imperdible se acabó la censura en España. No volvió a aparecer nunca un señor de censura. Jamás. Jamás… Lo que vino después fue el resplandor de la sociedad civil , que se impuso sin violencia, con concordia», afirma Vera.
La conclusión de Goyanes es similar, pero más amarga: «Aquello fue el final de una época, sí, pero a mí me tocaron los coletazos. No fue un trabajo gustoso. Fue muy terrible, muy desagradable, y cuando uno ve a una chica hoy por la calle enseñando el ombligo y tops que apenas son como un sostén, cuando las veo felices y contentas, pienso: joder, si supieras lo que nos ha costado a algunas que tú estés así…»
En fin: hay historias que mejoran si las miras de cerca.
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