Un dandi entre macarras
«Charlie Watts era el Rolling que no lo parecía, el que ha hecho al fin el último servicio a la banda con la que cumplió, más por devoción, creo, que por convicción: demostrar que sí, que son mortales»
Era una anomalía, el soso en un mundo de cánones rockeros que obligan al exceso, las drogas, el alcohol, el sexo y más rock&roll que jazz. Charlie Watts era el Rolling que no lo parecía, el que ha hecho al fin el último servicio ... a la banda con la que cumplió, más por devoción, creo, que por convicción: demostrar que sí, que son mortales.
Llegarán las glosas elegíacas, se sucederán los homenajes y gente infinitamente más experta que un servidor compondrán el retrato de un hombre tranquilo en un mundo de locos, un músico solvente quizá más que brillante y el fiel en una balanza de egos desbocados como aquellos wild horses que a mí aún me siguen emocionando. Pero es que ser capaz de sobrevivir a esa atmósfera de tentaciones terrenales sin sacar la lengua ni caerse de un cocotero tiene un mérito sideral, que debe ser alabado y reconocido como la prueba más palpable de la flema británica. Encajó donde nadie hubiera podido hacerlo y logró la asociación más duradera en la historia del rock. Matrimonió con los Stones apenas un año antes que con su mujer Shirley y fue tan fiel a ella hasta el final como a la banda, resistiendo el acoso de las groupies que anhelaban llevárselo a la cama y luchando contra su alergia a las giras y su pulsión por la música de estudio, de baquetas de ebanista.
Si Mick y Keith perdonaron a su 'extraño' compañero fue quizá porque tenían razón los críticos y sin papá Watts los Rolling hubieran acabado lapidándose. Por eso, aunque fuera sólo por eso, Charlie Watts merece todos los honores y el mayor de los respetos, al batería y a la persona, un dandi entre macarras geniales.