Adolfo Masyebra, el mentalista que falló en su ruleta rusa
Hace dos meses se atravesó la mano con un clavo de 25 centímetros durante un show: fue el peor accidente de su carrera
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Iniciar sesiónCuando Adolfo Masyebra (Madrid, 1991) se reventó la mano con un clavo de veinticinco centímetros muchos pensaron que era parte de su show. La broma final del mentalista, un truco con sangre. Pasaron más de diez minutos hasta que el técnico de sonido ... cortó su micro, pero para entonces el público ya lo había escuchado delirar. Fue una conversación consigo mismo, o mejor dicho, entre él y su personaje. «Tú puedes, esto ha pasado, activa el protocolo de seguridad». «Me estoy mareando». «No, no, no, aguanta, por favor. Esto tenía que pasarte. Tira para delante». «Me estoy mareando». «¿Pero qué hace esta gente riéndose?» Luego gritó desde el escenario que se callaran, y alguien llegó para bajar el telón y llevárselo lejos de los focos. Horas después (horas largas como años) estaba en el hospital delirando más aún, por los calmantes: dos viales de morfina, propofol y, por último, ketamina. Es muy difícil dormir a un hipnotista. Más que operarlo.
Masyebra, claro, saluda con el codo o con la izquierda: no le queda otra. Cuando habla se mira una y otra vez la mano derecha, y comprueba la movilidad de sus dedos, aún reducida. Sobre la mesa deja una bolsa de papel y un taco de madera con un gran clavo metálico (un comandero). En ese objeto, tan simple, tan anodino, está resumida su historia. Más que la punta del fracaso es el recuerdo del dolor . El mismo dolor que dejó de sentir en la adolescencia, por las drogas, cuando sobrevivía en la calle a base de trucos baratos. El mismo dolor que le da sentido a lo que hace.
«Esto es algo que me va a acompañar toda la vida», asegura varias veces durante la conversación.
Todo sucedió el pasado 6 de junio en el congreso de magia de Torroella de Montgrí (Girona). Él estaba haciendo su versión de la ruleta rusa ; sin pistola, pero con cuatro bolsas de papel. Tres inofensivas y una con el dichoso clavo. El objetivo, aplastar las buenas. Lo había hecho cientos de veces: dejar que el público y el azar eligieran por él las opciones buenas. Mover los hilos. Pero ese día algo falló. La función estaba terminando, solo quedaban dos bolsas, dos números. Era un momento sentimental, intenso, pero la mujer a la que escogió para que decidiera su destino estaba en otra onda.
«Ah, ¿pero no eras tú el mentalista? Pues adivínamela», le dijo.
Por no enfadarse, él intentó una broma. Hizo un gesto como de que ella estaba borracha, pero en realidad estaba pidiendo agua a su ayudante. Bebió mirándola fijamente, casi a modo de vacile. Funcionó. Hubo risas. Después le volvió a preguntar. «Señora, ¿qué bolsa aplasto?» «Si te vas a enfadar te digo una… ¡El uno! ¡O el tres!». Repitió la broma. Y la pregunta. Ella volvió a dudar: «Pues el uno... ¿No te gusta? Si prefieres el tres pues el tres. El tres. ¿El tres?» Y él, sin esperar, con todas sus fuerzas, golpeó la bolsa en cuestión. Plas.
«Lo que noto es un tope. Y mi cerebro dice: mira la mano, por favor», relata Masyebra. Entonces lo vio: su mano atravesada por el clavo.
Lo que siguió al accidente fue raro, entre surrealista, dramático y violento. El malentendido con el público, su diálogo interior en voz alta, la bajada del telón... Él se agarraba con fuerza la muñeca por miedo a desangrarse. Y llegó la paranoia : creía que alguien había saboteado el show, porque nunca antes había fallado de esa manera. Más tarde tuvo un ataque de ansiedad, pero su ayudante lo tranquilizó con una inducción hipnótica . «Me cogió del cuello, frente con frente. ‘Masyebra, inspira hondo, suelta el aire. Si eres quien dices ser quiero que ahora mismo entres en un estado en el que puedas aguantar esto’». Se tranquilizó un poco, dejó de hiperventilar e incluso se grabó un vídeo, para no olvidar. Calmó los nervios hasta que llegó al hospital. Allí habló con los médicos, les explicó detalladamente lo que había ocurrido. Solo un mes antes había hecho lo mismo tras un accidente de tráfico. Sabía lo que tenía que decir, aunque luego se quebró.
«Un enfermero, Joan Manuel, me dijo que tenía que quitarme las gafas para la PCR. Las gafas del show, que no me había quitado. Cuando abrí los ojos rompí a llorar . Salí de mi personaje y solté toda la tensión después de casi dos horas con el clavo metido en la mano. Él me cogió de la otra mano, y estuve diez minutos llorando», recuerda.
También pensó en la suerte, porque antes hacía el truco con un cuchillo de chef , afiladísimo: «Menos mal que ya no lo usaba. Me hubiera seccionado la mano».
Al salir del hospital se metió el clavo en la férula, para no cogerle miedo. Y lo tocaba una y otra vez, lo acariciaba como quien doma a una fiera. «Cada vez que un scout se cae de un caballo, en cuanto puede se vuelve a subir, porque si no no se vuelven a subir nunca», sentencia.
—¿De verdad no se planteó abandonar?
—No, nunca. De hecho estoy deseando volver a hacerlo. Ahora puedo comunicar muchas cosas que antes no sabía. Sobre el riesgo, sobre el dolor. Era algo que tenía que pasarme.
Abandonar nunca fue una opción porque él encontró en la magia una salvación. Tenía diez años cuando su padre murió, aunque él no lo aceptó. Empezó a buscarlo por internet, pidió ayuda a un hacker, y descubrió un registro en un aeropuerto sudamericano de un tal Luis Masyebra Piñol, con pasaporte español. Cuando se lo contó a su madre ella le dejó claro que su padre estaba bajo tierra: «olvídate, que yo lo vi en el ataúd». Así que el niño fue a buscarlo al más allá. «Hice mi primera ouija en un cementerio irlandés, con una brujilla que me presentaron. Y no lo encontré. Seguí buscando. Me junté con tarotistas, con espiritistas… Me junté con gente muy rara, y me estafaron muchísimo». Pasaron los años, entró en un internado, aprendió a abrir cualquier cerradura para robar exámenes, salió, se fue solo, sobrevivió haciendo magia de calle y un día un mentalista le ofreció sus conocimientos. Y fue creciendo, y de repente un día estaba actuando en una fiesta privada para el Real Madrid, o para el Barcelona. O en la tele. O en el Libro Guinness de los Récords por su hipnosis. «Es lo que me ha permitido llegar a donde estoy... [cinco segundos de silencio] buscar a mi padre».
—¿Pero por qué el mentalismo de riesgo?
—Sinceramente… Siempre he tenido una falta de conexión con la realidad. Y al principio lo hacía por sentir algo. Algo de verdad. Algo diferente a estar todo el día fumado. Porque fumaba cannabis, consumía LSD, setas… Tuve una infancia y una juventud difíciles. Y esta conexión con la realidad me ayuda a no volver a perderme.
—Adolfo, ¿y qué fue lo que falló en la ruleta rusa?
—Yo sabía dónde estaba el clavo, pero hay una regla en el mundo del riesgo: nunca pruebes nada nuevo encima de un escenario. Y menos si es humor. Yo no me lo creía. Pensaba que era imposible que el humor me fuera a sacar de mis protocolos, que me fuera a cegar. Ese fue mi fallo.
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